Dos microrrelatos de Mauricio Montiel Figueiras

Literatura

Estas brevedades, hijas de una memoria intemporal, forman parte de un libro en preparación.

El escritor, traductor y editor Mauricio Montiel Figueiras. (Foto: Jorge Carballo)
Mauricio Montiel Figueiras
Ciudad de México /

El viento

1. Toda la noche los habitantes del pueblo escucharon soplar el viento. El vendaval se había anunciado desde el atardecer con el despuntar de un apretado ejército de polvo en la distancia teñida de un bermellón incandescente.

2. Puertas y ventanas fueron atrancadas y selladas con telas húmedas para impedir la entrada de la arena. En los establos quedaron bien amarrados los animales cuyos bufidos y relinchos dieron la bienvenida al ciclón que reclamó las calles estrechas como amo y señor de la comarca.

3. El corte abrupto de la energía eléctrica intentó ser mitigado con el fulgor titubeante de velas y lámparas de gas. Dentro de las casas se empezó a respirar un ambiente caluroso y antiguo, de leyenda transmitida durante generaciones que ya nadie conseguía recordar puntualmente.

4. Los ojos de los niños se clavaron expectantes en el rostro de sus padres, quienes a su vez miraron con extraño recelo a los ancianos encorvados frente a las distintas fuentes de luz. Los labios resecos de los viejos se movían en una suerte de oración indescifrable, silenciosa.

5. A medida que el viento incrementó su potencia hubo algunos que se atrevieron a decir en un murmullo, por primera vez en varios siglos, el nombre del ángel exterminador. Hubo otros que optaron por permanecer callados, hundidos en cavilaciones que echaron raíces en el insomnio.

6. Se improvisaron lechos en salas, comedores y cocinas para que las familias se mantuvieran unidas. Los niños lograron deslizarse a un sueño inquieto del que emergían de vez en vez con un estertor. Los adultos se abrazaron pendientes de las ventanas abofeteadas por la ira aérea.

7. En un momento de la madrugada se produjo un cambio notorio en el ulular del viento. Más que un cambio fue una adición, ya que al sonido al que los pueblerinos se estaban habituando en el desvelo se sumó un lamento que pronto pasó a ser un coro como de tinieblas que gimieran.

8. Son nuestros muertos, dijeron los ancianos con un susurro flemático, vienen por nosotros para llevarnos a donde se fueron. Cuántas veces lo dijimos pero ustedes no quisieron oírnos. Cuando el viento sopla de esta forma es porque ha desenterrado aquello que anhela regresar.

9. En cuanto los viejos hicieron amago de abrir puertas y ventanas, los adultos los atajaron. Hubo forcejeos, golpes que rompieron cráneos frágiles, cuchillos que rajaron gargantas indefensas. El sigilo que sobrevino fue llenado por el rumor de la arena que sepultaba al pueblo.

10. Años después una caravana de migrantes que cruzaba el desierto se detuvo a acampar para pasar la noche. Un niño se hincó y pegó la oreja al suelo. Gritó que había voces en la tierra para llamar la atención del padre que escrutaba el horizonte de donde ya se desprendían los hilos inaugurales del viento.

Flebitis

1. Comienza a sentirlo durante el cuarto día eterno de su internamiento en la unidad de enfermedades coronarias donde lo colocaron al cabo del infarto al miocardio que estuvo a punto de costarle la vida en el baño de su casa.

2. Es en el brazo izquierdo: un dolor que nace en el área de la mano donde le hicieron la primera canalización que no se ha dejado de utilizar para pasar medicamentos de distintas densidades y temperaturas que lo mantienen en esa especie de semivida que cultivan los hospitales.

3. A medida que el dolor va en aumento, la mano primero, y el antebrazo posteriormente, van adquiriendo la coloración de un crepúsculo particularmente violento, atravesado por nubes similares a vetas de un mineral oscuro. En algún momento desfilan ópalos por su mente extenuada.

4. A la dolencia se suma un endurecimiento cada vez más nítido, cada vez más angustiante, de la piel de mano y antebrazo. Con el índice derecho se palpa con cuidado la zona afectada. La constatación le deposita un sabor amargo en la boca sedienta: ya no hay carne sino madera.

5. Con el graznido de cuervo que le queda por voz llama a una de las enfermeras nocturnas que escuchan boleros a todo volumen. Tarda varios minutos en aparecer una mujer malencarada. Él explica su situación. Ella lo ausculta, dice que al dia siguiente habrá mejoría y se retira.

6. A lo largo de la nueva noche de insomnio durante la que la luz cruel del pasillo de la unidad de enfermedades coronarias se vuelve el único referente de vida, una falsa vida, el endurecimiento trepa insidioso por el brazo hasta llegar al hombro. Soy un árbol muerto, piensa él, soy un despojo en espera del leñador que me cortará en medio de un bosque invernal, soy un tronco que oye el silbido de un viento helado en sus ramas desnudas.

7. El fulgor matutino lo golpea con la certidumbre de que en algún instante debió cabecear y de que en ese lapso perdió una batalla esencial. Lo confirma cuando intenta hablar con la enfermera que se le acerca con medicamentos y de la garganta le brota solo un susurro de raíces.

8. El trajín de otro día infinito transcurre sin interrupción: sanedrín de médicos para evaluar su caso, nuevos estudios, nuevos medicamentos, baño en lecho de tortura, regreso a la inmovilidad. Nadie nota el endurecimiento que ha conquistado ya la mitad de su cuerpo silencioso.

9. Llega la noche, o al menos lo que se puede llamar noche bajo el sol de un hospital. Con una resignación que únicamente es capaz de describir como vegetal, percibe la invasión del endurecimiento en el resto de su organismo hasta que ya no le responde ni el menor de sus músculos.

10. Sin saber si es a la mañana siguiente, cobrará conciencia en una penumbra olorosa a tierra profunda. Tampoco podrá saber si se ha convertido en el primer hombre de madera para ser estudiado por la ciencia o si no es más que un simple cadáver envuelto en el ropaje del ataúd y sembrado en un cementerio donde un viento helado silba entre ramas desnudas que se afanan por arañar el cielo invernal del color de un uniforme de enfermera.

AQ

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