Azar del zar | Por David Toscana

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La crónica del asesinato de Alejandro II entraña varios guiños al capricho de la fortuna que pudieron no ocurrir si Dostoievski no hubiese muerto cuando murió.

Constantin Makovski, 'Alejandro II en su lecho de muerte', 1881. (Wikimedia Commons)
David Toscana
Ciudad de México /

La viuda de Dostoievski dijo que si su marido no hubiese muerto cuando murió, habría muerto “por una ruptura arterial” un mes después, al recibir la noticia del asesinato del zar Alejandro II. Es frase memorable que se repite en las biografías del autor, y ella debió de hallar consuelo en sus propias palabras al pensar que, de cualquier modo, su marido ya tenía el pase de salida.

Pero la crónica del asesinato del zar entraña varios elementos de azar que bien pudieron no ocurrir si Dostoievski no hubiese muerto cuando murió. El multitudinario séquito que acudió al cementerio a despedir al novelista causó mucho más que un efecto mariposa; sus olas sin duda movieron todas las piezas de San Petersburgo de tal modo que, a partir de ahí, nada fue como hubiese sido, tanto así que el zar pudo no haber sido asesinado.

Así las cosas, si el zar, en vez de morir de bomba a los sesentaidós años hubiese muerto de muerte natural a los ochentaidós, no existiría la Iglesia del Salvador sobre la Sangre Derramada que se levantó para conmemorar su asesinato, y quién sabe a qué se hubieran dedicado durante esos años los obreros que la construyeron… y tal vez su sucesor… y tal vez Lenin… y tal vez la Revolución Rusa…

Ninguna computadora es capaz de procesar la infinidad de “hubieras” que se desencadenarían al trocar un evento por otro. Matemáticamente, la probabilidad de que ocurra un suceso tal como ocurre es cero, y sin embargo ocurre. Acaso un novelista especulativo podría optar por una versión, pues una novela también es un cosmos con infinidad de posibilidades en el que, tras el punto final, sólo queda una. La probabilidad de que exista una novela tal como Los hermanos Karamazov es cero, pero sabemos que existe.

Mientras el moribundo zar, con las piernas destrozadas, era trasladado de vuelta a su palacio, en vez de al hospital, habrá pensado en esas alternativas infinitas que lo hubieran salvado. Comenzando porque luego de un primer bombazo que lo dejó ileso gracias a su trineo blindado, fue tan imprudente para apearse y curiosear, quedando a merced de una segunda bomba. También porque esa mañana su mujer le había pedido que no saliera, pues tenía “un mal presentimiento”. La respuesta del zar fue tumbarla sobre la mesa para “poseerla”. No sé cómo se diga “mañanero” en ruso.

Las posibilidades de que hubiese ocurrido otra cosa son siempre infinitas. En esa infinitud también cabe suponer que si Dostoievski no hubiese muerto cuando murió, se le rompiera una arteria y muriese tal como dijo su viuda tras enterarse de que habían asesinado al zar, dejando a los petersburgueses, no con infinitas, sino con sólo dos posibilidades: ¿Voy al entierro del zar o al del escritor?

​AQ

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