'Downton Abbey': un platillo difícil de digerir

Cine

"Es posible que los fanáticos terminen por gustar de la cinta, aunque muchos de ellos encontrarán que sus figuras predilectas se han convertido en una caricatura".

Jim Carter como Mr. Carson en 'Downton Abbey'. (Cortesía: Focus Features)
Fernando Zamora
Ciudad de México /

A menudo, entre los amantes del cine se compara una buena serie con una buena película. Downton Abbey resulta interesante en este sentido: pone de manifiesto las diferencias entre uno y otro formatos. Julian Fellowes, guionista de Vanity Fair en 2004, escribió la serie Downton Abbey con mucho éxito. Hoy vuelve al cine con personajes que tardó cinco años en desarrollar. La serie había logrado un impresionante comentario social. El castillo era Inglaterra misma y cada quien en su puesto luchaba por el honor de su país. Porque Fellowes tenía tiempo para sortear las genuinas preocupaciones de cualquier persona con un poco de conciencia social. ¿A quién le interesa ver cómo se humillan los sirvientes por el “honor” de poner las mancuernillas a un señor feudal? Pero tanto los sirvientes como el señor estaban tan bien trabajados que la cosa terminaba por ser simpática, entre otras cosas porque Fellowes había construido personajes que servían como “antídoto” contra lo que cualquiera identificaría como injusticia social. El personaje del irlandés Tom Branson, por ejemplo, un hombre que, por razones que se explican durante una temporada, termina por volverse parte de una familia que daría su vida por el rey.

Para evitar el disgusto social, Fellowes pone en esta película diálogos explicativos: “este castillo no es propiedad de los Crawley, es el corazón del pueblo inglés,” dice un viejo mayordomo. Este rollo no basta para digerir la idea de que es divertido ver cómo luchan los sirvientes por estar cerca de “la señora” en un ejercicio tan mal realizado como esta película.

Es posible, claro, que los fanáticos de la serie terminen por gustar de la película. Después de todo, aquí están todos aquellos adorables personajes pero, como decía al principio, Downton Abbey sólo sirve para subrayar las diferencias entre una buena película y una buena serie. ¿Cómo? Haciendo con una serie excelente un filme bastante mediocre. Porque, como toda mala película, Downton Abbey no profundiza en sus personajes, todos se quedan flojos. Aun los fanáticos encontrarán que sus figuras predilectas se han convertido en una caricatura. Tanto así que Tom Branson deja de ser el patriota irlandés que se enamora de una noble para volverse el cazafortunas que los más mal pensados siempre sospechamos que era. En efecto, una de las principales dificultades del cine estriba en profundizar en hora y media en uno o dos personajes, Fellowes no lo consigue y trata por otro lado de espetarnos con un montón de tramas que deberían tener, cada una, su propio espacio y su propio interés. Al final, el guionista no termina por cocinar ni una serie ni una película; es como un malabarista ambicioso que ha cogido demasiadas pelotas que se le desploman, una por una, sobre la cara.

La trama principal es ésta: el rey ha decidido visitar Downton. Suficiente para una comedia de enredos, pero el escritor nos sorraja en tan sólo dos horas las siguientes historias: la pugna entre los sirvientes que conocemos y los de su majestad; la lucha entre una cocinera de pueblo y un cocinero francés, tres historias de amor y una más que, por supuesto, es gay, un intento de regicidio, el cuento de una madre soltera que debe mantener en secreto “su pecado”. Hay también una sirviente ladrona. Fellowes, lejos de haber servido el sofisticado platillo que tenía en mente, terminó por poner frente a nosotros una obra tan llena de misterios y tramas que resulta muy difícil de digerir.

ÁSS

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