La torre y los confines

La guarida del viento

Así como Dublín influyó en James Joyce, James Joyce influyó en Dublín. El amor a este autor supone hundirnos en la radical aventura de la imaginación.

Torre Martello en Dublín, actualmente sede de un museo dedicado a James Joyce. (Bloomsday Society)
Alonso Cueto
Ciudad de México /

El arte es una de las formas de la religión y algunas iglesias se mantienen. Acabo de volver de Dublín, una ciudad pródiga en escritores y en revueltas. Cuando uno recorre sus plazas, parques y avenidas, sorprende encontrarse con estatuas y placas de Oscar Wilde, de Yeats, de Shaw y de Beckett. Todos ellos exploraron los confines del arte pues vivían en los confines del idioma, no en la metrópoli de la cultura inglesa. Como los escritores latinoamericanos del siglo pasado, fueron ellos quienes revolucionaron el idioma, desde los márgenes. Es natural que un revolucionario del silencio como Beckett no perteneciera a la tradición verbal de los escritores londinenses. Eran los bárbaros, es decir los refundadores. Lo mismo puede decirse de Rulfo, de Borges, de Vargas Llosa.

Pero la revolución irlandesa más pródiga fue sin duda la de Joyce. Una parte de la ciudad está organizada en relación con su vida y su obra. La calle Nassau donde Joyce ve por primera vez a Nora, la farmacia Sweny en Lincoln Place, donde un señor vestido de Joyce nos recibe cantando una canción gaélica. Y la torre Martello, por supuesto, donde se inicia la gran novela. La torre es un edificio ancho y bajo, ejemplo de un modelo de fuerte que recorría el imperio británico desde fines del siglo XVIII. Con el tiempo, las torres Martello se convirtieron en monumentos históricos. Joyce vivió en esta, en Sandycove, durante seis días en septiembre de 1904.

Llegamos a la torre Martello un sábado a las tres de la tarde, bajo un sol espléndido. El lugar es pequeño pero está lleno de fotos, documentos, una reproducción de la máscara mortuoria de Joyce y otros objetos. No es difícil conversar con los empleados. Están ávidos de conocer a los peregrinos. Todos son voluntarios y están unidos por una misma religión: la devoción por los personajes y el lenguaje de la novela. Hablo con uno de ellos, Seamus Cannon, sobre las primeras páginas. En la conversación aparecen los detalles del desayuno que toma Stephen Dedalus y de la alucinación de la pantera negra que sufre su amigo Haines. Cannon me anima a subir las escaleras, tan empinadas como estrechas. Lo hago con dificultad pero por fin estoy en lo más alto con vista al mar de Irlanda. Es allí donde ocurre la famosa primera frase: “Stately, plump Buck Mulligan came from the stairhead, bearing a bowl of lather on which a mirror and a razor lay crossed”.

Cannon nos recita la primera página, haciendo los ademanes de Mulligan. A pesar de haberla leído tantas veces, me siento otra vez subyugado por esa música tan extraña como familiar. Es el inicio de la gran propuesta del libro: que los seres humanos somos dioses insertos en una vida cotidiana. Siento que esa música conservará siempre a los personajes. Nos quedamos hablando con otros peregrinos. En este momento solo importan Stephen, Leopold y Molly.

El amor a Joyce supone hundirnos en la radical aventura de la imaginación. Ya llegará el momento de preocuparnos de todo lo que ocurre tan cerca.

AQ

LAS MÁS VISTAS

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.