En memoria de Sandro Cohen
A pesar de tantos duelos, de múltiples desdichas amorosas, de la soledad casi inquebrantable y del constante naufragio de su ego, Mark Oliver Everett no es un músico amargado ni un letrista neurasténico ni un compositor llagado por la bilis negra. Al contrario. Las malas experiencias lo dotaron de una firme voluntad por exaltar lo evidente o lo velado, sea un lienzo o una brizna de paradoja, de ridiculez o de belleza, esos insólitos detalles que perviven en lo marginal o en lo grotesco o en lo trágico o en lo perverso. Desde Beautiful Freak, el debut en 1996 con su banda Eels, así como en las grabaciones en solitario bajo el nombre de Mr. E, Oliver Everett ha consolidado una obra acústica en la que a través de viñetas cotidianas, decreta que la vida, o para ser exactos, el solo hecho de existir, es lo único que vale para considerarse afortunado. Las canciones de Eels y de Mr. E celebran lo mismo el enamoramiento que la ruptura de pareja, festejan el ocaso y el amanecer, encomian las calles raídas por los outsiders o el tan menospreciado instante de levantarse de la cama, quizá porque en las pequeñas cosas palpita la convicción de que el planeta gira y seguimos a bordo (“Vivir un día más siempre me ha parecido un éxito”, escribió Oliver Everett en su estupenda autobiografía Cosas que los nietos deberían saber).
Recién lanzado el 30 de octubre, Earth to Dora, el decimotercer álbum de estudio de Eels, recupera el espíritu inicial de la banda fundada en Los Ángeles, California, esa del mencionado Beautiful Freak y la de su segundo disco, Electro–Shock Blues (1998), sólo que recargado con la inequívoca sensación de desasosiego que la pandemia y el aislamiento esparció en los espíritus temperamentales, aunque como en sus rolas emblemáticas del tipo “Susan’s House”, “Your Lucky Day in Hell”, “Cancer for the Cure”, “The Turnaround” o “Bone Dry”, en cada track del Earth to Dora asoma un hálito de estoicismo salpicado de chispas de confianza en el futuro y, por supuesto, algo de sarcástica desgarradura, como enuncia el noveno corte, “Are You Fucking Your Ex”, rola que evoca el sonido de grupos como The Coral, T-Bone Burnett y Belle and Sebastian.
De las doce canciones del Earth to Dora, las mejores son “Anything for Boo”, “Are We Alright Again” y, sobre todo, la que da título al álbum, una epístola como enviada desde el espacio exterior a una chica dulce y frágil, aunque también podría ser un mensaje de texto fragmentado por las ondas electromagnéticas y sus defectuosos megahertz: en el tono pesaroso y expectante, Earth to Dora evoca los recados de un Mayor Tom bowiesco, sólo que el extravío no transcurre en el cosmos sino en la claustrofobia doméstica o adentro, muy dentro de los seres que protagonizan las canciones.
A poco más de diez días del lanzamiento, la crítica ha sido voluble con este nuevo álbum de Oliver Everett y Eels. Algunos lo ponderan, otros le reprochan que su entraña siga igual de ambigua que la de su primer disco, mas yo me pregunto cómo esa entraña podría ser diferente en un hombre que en la música no halló un consuelo sino el equilibrio existencial: el único contacto del tercer tipo que tuvo con su padre (el célebre físico militar Hugh Everett III), fueron los fallidos intentos de salvarlo de un infarto; su madre muere de cáncer, su hermana se suicida, su prima se estrella en uno de los aviones del 11–S, irónicamente después de enviarle a Oliver Everett una postal que rezaba “La vida es fabulosa”; su primera esposa, una dentista rusa, lo dejó con la boca abierta, y la segunda le pidió el divorcio tras el nacimiento de su hijo: Oliver Everett no es el náufrago perpetuo, es la propia isla. Al fin y al cabo, como esboza en su autobiografía, a veces lo único que queda de una vida sólo es una casa vacía con la alfombra sucia.
AQ | ÁSS