Eduardo Lizalde: un poeta en el dintel

In memoriam

Poetas de distintas regiones y generaciones comparten su admiración por la obra y la personalidad del autor de El tigre en la casa, quien podía ser, alternativamente, “abstracto o llano, culterano o arrabalero”.

Eduardo Lizalde (1929-2022) (Foto: Martín Salas)
Héctor González
Ciudad de México /

Poeta singular y con una imponente presencia, Eduardo Lizalde (1929-2022) redefinió el rumbo de la poesía mexicana. Su capacidad para alternar la alta cultura con la coloquial sencillez lo ubicó como un punto y aparte respecto a sus compañeros de generación.

Ganador de los premios Xavier Villaurrutia, Aguascalientes, Alfonso Reyes, Federico García Lorca e Internacional Carlos Fuentes de Creación Literaria, cultivó con prestancia la sencillez y la ironía. A manera de homenaje, “El Tigre”, como era conocido, es revisitado por un grupo de colegas y amigos.

Armando González Torres

Eduardo Lizalde no era un poeta fácil de clasificar pues en él confluían de manera muy afortunada dos tradiciones aparentemente antagónicas de la lírica: la culta y la coloquial. Por ejemplo, en 1966 publica Cada cosa es Babel un imponente poema de largo aliento, de tono filosófico, que se pregunta en torno a la naturaleza del lenguaje; mientras que solo cuatro años después, en 1970, publica un indispensable contrapeso, El tigre en la casa, un extraordinario bestiario moral que expresa con coloquial llaneza una misantropía tan cruda como divertida. En toda su obra, Lizalde va a oscilar entre estas tradiciones tan distintas y puede ser, alternativamente, abstracto o llano, culterano o arrabalero. Esto se explica por su formación y biografía: fue un ávido lector de bibliotecas y tuvo una impecable formación clásica; pero también frecuentó la calle y la noche y conoció (y exorcizó) las pasiones políticas.

Son muchísimas las virtudes de Lizalde como poeta, su depurado oficio formal, su extraordinaria musicalidad derivada de su afición melómana, su aguda crítica moral y su capacidad para describir y revelar el envilecimiento físico y moral. En pocos poetas puede encontrarse un catálogo tan amplio en torno a las posibilidades de involución humana, metamorfosis tan delirantes y metáforas tan crueles en torno a nuestra naturaleza y condición.

Eduardo Langagne

Eduardo Lizalde es un poeta muy importante. Le corresponde, si vemos los años de su poesía es decir a partir de los sesenta, dar continuidad a la tradición de la poesía mexicana y favorecerla con propuestas distintas. Lo más importante de su obra es El tigre en la casa, de 1970 y La zorra enferma, por el que ganó el Premio Aguascalientes en 1974, creo que ahí está lo más interesante de su poesía porque nos enseñó un punto de vista distinto para el ejercicio del poema; es decir, desde dónde escribe el poeta, cómo toma el poema y cómo busca que su posible lector entre al poema.

Lizalde incorporó ironía, autocrítica, incluso en cierto momento el autoescarnio que se había abandonado en el siglo XXI. Algo interesante es que no fue incluido en la antología señera y canónica Poesía en movimiento. Se ve que su poesía no maduró durante su primera juventud, para que fuera valorada tuvo que pasar más tiempo. Creo que es con El tigre en la casa cuando su trabajo comienza a tener una lectura diferente.

Los tiempos se mueven muy rápido, la recepción lectora es vertiginosa y me parece interesante pensar que en los contextos sociales actuales se puede encontrar una lectura distinta.

Efraín Bartolomé

Eduardo Lizalde es un alto poeta entrañable. Lo llevo en el corazón, es decir, me sé de memoria largos fragmentos de su obra desde que descubrí las excelsitudes de su poesía de desgarrado amor. Estoy hablando, obviamente de esa joya que se llama El tigre en la casa.

¡Cuánto aprendí de mí mismo a través de Lizalde! ¡Cuánto aprendemos todos cada vez que lo leemos!

Este lector de 71 años se sigue conmoviendo como lo hacía aquel jovencito de veinte años hace medio siglo.

Me sé de memoria largos fragmentos, dije antes, lo cual quiere decir que con frecuencia los vuelvo a pasar por el corazón. No otro es el significado de recordar (re cordis). El poderío de sus versos pone, con mucha frecuencia, la carne de gallina.

Parece cruel, a veces, el poeta; pero de aquellas oscuridades brota siempre un manantial purísimo que hace que nos quedemos como la boca de oro del niño frente al mar.

Siempre vemos más lejos después de su lectura.

Sus versos, como el tigre de su poema, muerden con mordida letal, pero lo maravilloso es que endulzan el muñón al desprender el brazo.

Mi abrazo condolido a Hilda (su esposa) y a todos sus lectores.

Celebrémoslo con cada nueva lectura y celebrémonos por merecer sus libros.

Elsa Cross

Va un adiós emocionado a nuestro Tigre mayor, en su partida. Siempre recuerdo con admiración sus poemas y también sus grandes conocimientos musicales. Su voz poética era inconfundible, tremendamente vigorosa y varonil. Nos deja un rico legado.

Ernesto Lumbreras

Eduardo Lizalde es el poeta de la antisolemnidad rabiosamente lúcida. Un escéptico de todas las utopías, incluida la del amor. Pero también, y que no nos suceda como pasó con su admirado López Velarde, la prosa de Lizalde irradia igual belleza y verdad que su obra en verso.

El oído musical de Lizalde dota prodigiosamente a sus poemas de una amplitud de registros, tonos, cadencias... Encontró un ámbito donde lo coloquial y lo literario comulgan amorosamente, mezclan bríos y apetencias, lecturas y pretextos. No entiendo cómo la FIL de Guadalajara desestimó reconocerlo cuando varios editores lo propusimos en 2013 al Premio Juan Rulfo.

Eduardo Lizalde, poeta y autor de 'El tigre en la casa'. (Foto: Jesús Quintanar)

José Kozer

A Eduardo Lizalde lo distingo al leerlo por su leve tono irónico, nunca maldiciente sino llamado a la vitalidad de la escritura que necesita del matiz y de esa lógica poética impecable que para mí lo distingue. Mantenía un leve estado continuo de metamorfosis donde de un grano de arena puede salir el desierto o de una briza de yerba la llanura. Leyéndolo apenas nos damos cuenta del trayecto porque no siendo aspaventoso ni explosivo fue andando pie firme y uniforme en cada verso, y de verso en verso dejándonos una huella propia para todos, eso pienso era su sentido del amor que tanto lo convocó.

Es un poeta conversacional y solo a medias transparente, que exige tras la primera lectura, numerosas vueltas y revueltas lecturas para seguir su camino como llevados del brazo.

Su gran virtud, considero, es haber sido un poeta tranquilo. Nunca lo conocí, solo lo leí, pero intuyo que era solitario, bondadoso, y de sereno desde la íntima devoción por su trabajo.

Juan Manuel Roca

Eduardo Lizalde fue un poeta con un tono muy personal y que no nació de las grandes cabeceras de la poesía mexicana, así tenga afinidades con ellos. “El Tigre”, como se le llamaba fue alguien singular y muy independiente que con el tiempo todavía se independizó más, es muy difícil encajarlo dentro de la tradición poética mexicana.

Fue un autor con una obra orgánica, diversa y muy rica. Tuve oportunidad de conocerlo y tratarlo tanto en México como en Colombia. Recuerdo que Marco Antonio Campos y José Ángel Leyva destacaron la finura de su poesía y la fuerza de sus versos que no son puramente estetizantes. Me atrevo a decir que para Lizalde la poesía es una forma de pensar. Más allá de su estética, imágenes y de la presencia del tigre como emblema de la libertad, nos dejó una obra muy importante no solo para el ámbito mexicano sino para la lengua. Creo que debería ser mucho más conocido. A quienes somos sus lectores y admiradores nos toca comenzar una campaña para difundirlo. En general para nuestra lengua fue un poeta que adoptó un estilo donde no solo había un juego lingüístico. Lizalde encontraba la palabra justa para contarnos historias o episodios, algunos muy satíricos. Un aspecto muy importante de su obra es el carácter ironista y la forma en que pasó de una ideología de izquierda al escepticismo, en ese sentido aportó mucho.

María Baranda

Eduardo Lizalde, en su poesía, tocaba el corazón de las cosas en su forma más pura.

Un poeta que estaba en ese dintel entre la luz y la sombra.

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