Eduardo Matos Moctezuma revisita la caída de Tenochtitlan

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En entrevista, el arqueólogo mexicano reflexiona sobre el significado de la Conquista española y el peso de las culturas indígenas.

El arqueólogo mexicano Eduardo Matos Moctezuma. (Foto: Óscar Ramírez | Notimex)
Guadalupe Alonso Coratella
Ciudad de México /

“Ya que el futuro es incierto, mejor investiguemos el pasado”, apunta Eduardo Matos Moctezuma, arqueólogo y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua. Con 60 años de trayectoria, ha sido pieza fundamental en la enorme tarea de indagar en nuestras raíces, descifrarlas, ir al rescate de esa parte de la historia que quedó sepultada.

En vísperas de conmemorarse los 500 años de la Conquista española, en agosto de 2021, Matos Moctezuma reflexiona sobre el modo en que este hecho ha sido determinante en la vida y el espíritu de una nación.

—Hay una versión de la Conquista que ha prevalecido en la conciencia colectiva, en la que proliferan mitos que quizá han distorsionado nuestra visión de la historia. ¿Esto ha marcado nuestra identidad?

En cierta medida sí, sólo hay que pensar en el escudo nacional: muestra el símbolo mexica, porque al momento de la Independencia, en 1821, los insurgentes quieren tomar un símbolo que sirva para la República naciente y acuden al del águila parada sobre el nopal devorando a la serpiente. Los insurgentes querían tener un cordón umbilical que uniera a esa República con aquel México prehispánico que había sido destruido por España. Por ahí he dicho que aquello que no lograron los mexicas, en su intento de expansión sobre muchos pueblos mesoamericanos, lo logran finalmente cuando su símbolo, el águila parada sobre el nopal, prevalece en la nación actual. Es muy importante revisar la historia porque hay mitos que damos por hecho y no tienen fundamento. Por ejemplo, se ha dicho que Cortés quemó las naves. Nunca las quemó, las encalló pues así lograba dos fines. Había inquietud y temor entre muchos de sus soldados por regresar a Cuba con las naves porque Cortés había desobedecido y se había hecho a la mar en contra de las órdenes del gobernador de Cuba, Diego Velázquez. Por otro lado, Cortés encalla las naves porque más tarde aprovecha los aparejos para hacer los bergantines. También sabemos que la Malinche fue traidora. Usamos el término malinchista para quien prefiere lo externo, lo no nacional. Ni la Malinche ni los tlaxcaltecas ni los totonacas de la costa fueron traidores; sencillamente se estaban defendiendo contra un imperio, el de Tenochtitlan, que trataba de someter pueblos, imponerles un tributo, etcétera. Es necesario aclarar muchos de estos mitos, actualizar los contenidos de las fuentes históricas.

—Quizá para vislumbrar con más claridad el pasado habría que insistir en las versiones más confiables. Mirar la historia desde distintos ángulos. Ahí está La visión de los vencidos, de Miguel León-Portilla.

El trabajo de León-Portilla, mi maestro y amigo, fue muy importante porque le dio voz al vencido. Se ha dicho que los vencedores escriben la historia y hay mucho de razón en eso. En su libro, León-Portilla reunió una serie de textos, algunos traducidos por él del náhuatl, para conocer la otra cara de la moneda. Hay documentos muy interesantes, como el anónimo de Tlatelolco, en el que un indígena relata cómo se llevó a cabo la Conquista y la participación tlatelolca en ese momento. Hay que recordar que las dos ciudades, Tenochtitlan y Tlatelolco, pertenecían al mismo grupo, eran mexicas, pero a partir de la separación de una parte de ese grupo para irse un poco más al norte se funda Tlatelolco. Esto ya evidencia un encono. Finalmente, Tenochtitlan conquista Tlatelolco en 1473, y al momento de la guerra contra los españoles y sus aliados, el mexica-tenochtla llevará el mando y el mexica-tlatelolca se verá obligado a colaborar en esos combates.

—Habría que subrayar, además, la importancia de acudir a ese pasado para afianzar nuestra identidad.

Por un lado, ese pasado nos da identidad nos da raíces. Por otro lado, hay que valorar la muy trillada frase de “conócete a ti mismo”, es decir, cómo esas investigaciones del pasado a través de la historia, a través de la arqueología, nos muestran cómo ocurrió un proceso de desarrollo en los pueblos que llegaron a lo que es México hace 20 mil años. Es importante conocer eso. Yo he manejado una frase: “Ya que el futuro es incierto, mejor investiguemos el pasado”. Es fundamental, es parte de nosotros mismos. Día a día, a través de un mejor conocimiento de nuestro pasado, vamos definiendo más lo que somos.


—¿Qué lecciones nos ha dejado la historia?

Por un lado, las razones de España para conquistar estos territorios. Algunos han dicho que en un principio no había ese afán de conquista, pero ¡claro que lo había! También nos ha dejado un proceso muy importante: primero la conquista militar y después la conquista espiritual. Hay que ver cómo se va imponiendo todo esto, primero entre los mexicas del centro de México y después en otras áreas mesoamericanas. En algunos lugares hubo gran resistencia, en otros no tanta. Un aspecto también importante es que a partir de aquel 13 de agosto de 1521 en que cae Tlatelolco en poder de Hernán Cortés se da el nacimiento del México de hoy. Tiene muchos aspectos, muchas circunstancias y hay que tratar de darlas a conocer a través de una revisión de la historia, de documentos escritos, de la arqueología, para tener una imagen general de lo que aconteció en aquellos momentos y trajo esa repercusión enorme que es el México actual. Y, desde luego, está la presencia hoy en día de grupos indígenas, de etnias que aún hablan su propia lengua, que tienen sus costumbres y que, por lo general, han sido desplazados. Quizá en algunas ocasiones se les ha reconocido un poco más, pero se glorificó al mexica y actualmente estos grupos han sido motivo de explotación; no se les ha sumado a los esfuerzos para mejorar la situación en que se encuentran.

—¿Hemos superado el resentimiento hacia los españoles?

Creo que se ha ido superando porque siempre ha habido una animadversión recordando un aspecto de la Conquista. Hoy debemos entender que somos, en su mayoría, un pueblo mestizo que tiene sus particularidades. Muchas vienen de la raíz indígena. Prueba de ello son las lenguas que se hablan en muchos estados del país, desde las variantes del maya hasta las lenguas y tradiciones en Oaxaca o Veracruz. Y algo muy importante: a veces no nos damos cuenta, pero en la Ciudad de México muchos elementos y términos que empleamos cotidianamente están en lengua náhuatl. Decimos chocolate, mecate, cuate. En la ciudad misma tenemos nombres de alcaldías, de estaciones del metro: Popotla, Azcapotzalco, Tlalpan. Esperemos que se refuerce esa presencia.

—Por lo pronto, ese pasado insiste en brotar de las entrañas de la ciudad. En fechas recientes se hallaron vestigios como el Templo de Ehécatl en las calles de Guatemala; restos del palacio de Axayácatl en el patio principal del Monte de Piedad; una casa construida por Hernán Cortés.

La mayoría de estos hallazgos se deben al Proyecto Templo Mayor que fundé allá por 1978 con un equipo interdisciplinario: biólogos, químicos, geólogos, botánicos. Hoy, después de 42 años, se continúa con los apoyos de diferentes ciencias para tratar de conocer el pasado, lo que fue el Templo Mayor y sus lugares aledaños. ¿Por qué? Porque el Templo Mayor es un elemento fundamental, era el centro del universo mexica. Ahí recibían el poder simbólico del sacrificio, la relación con los dioses. Es importante penetrar en ello para conocer cuáles eran sus fundamentos religiosos, míticos. El proyecto ha dado por resultado, a través del programa de Arqueología Urbana, conocer muchos otros edificios, incluso el Palacio de Axayácatl, que han sido frutos relevantes para el conocimiento del corazón de lo que era Tenochtitlan.

—En su experiencia, ¿se podría decir que la poesía ha sido otra forma de conocimiento para aproximarse a los enigmas del pasado?

La poesía está muy en mi interior. Desde que una novia en la escuela de Antropología me regaló Cartas a un joven poeta, de Rainer Maria Rilke, quedé embelesado por los conceptos que maneja: el amor, la poesía misma, la soledad. Me impactó y leí otras de sus obras. Pero, en efecto, está el impacto de nuestros escritores, que han hablado por aquellas antiguas presencias prehispánicas. Tenemos a Octavio Paz y su Piedra de Sol, uno de los pensamientos más acabados de la literatura mexicana. Están Carlos Pellicer, José Carlos Becerra, y así podría mencionar a muchos. Para mí eso es una forma de hacer que perdure aquel pasado a través del presente. Lo mismo ocurre con pintores o escultores que tratan de traer al presente, con su propia interpretación, elementos del mundo prehispánico. En el libro El rostro de la muerte digo que sólo al poeta y al arqueólogo les está dado ir hacia el pasado, recuperarlo y traerlo al presente. La poesía siempre está presente en mí.

—En este caso, la palabra para tratar de descifrar “el decir de las piedras”, como dijo usted en su discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua.

Me refería a la Piedra del Sol o el mal llamado Calendario Azteca. Este enorme monolito es precisamente una aprehensión del tiempo por parte de los mexicas, de cómo concebían el tiempo. Es quizá la pieza arqueológica que más se ha tratado de interpretar. Por eso menciono ahí que todavía tenemos mucho que investigar. Hay gente como León y Gama, Humboldt, una cantidad de investigadores que, hasta hoy, continúan tratando de penetrar en este elemento pétreo, en esta escultura que tiene todo ese contenido del tiempo, de los ciclos cósmicos, de los días, de los meses.

—Ya que menciona el tiempo, estamos por conmemorar los 500 años de la Conquista. ¿Qué se tiene planeado?

En Templo Mayor estamos organizando ciclos de conferencias, mesas redondas y, en un momento dado, una exposición para conmemorar este acontecimiento. Hay diversos planes en este sentido y, desde luego, también algunas publicaciones, porque muchas veces las exposiciones, por más didácticas o bellas que sean, se desmontan y lo que perdura es el catálogo o la parte escrita. Precisamente entregué a la revista Arqueología mexicana un número especial sobre las causas de la caída de Tenochtitlan y Tlatelolco que saldrá en los próximos meses.


—Las celebraciones se dan cuando el INAH no está en su mejor momento.

Llevo 60 años en el INAH. Se habían dado situaciones de reducción de gastos, pero nunca como ahora. Hay un daño muy grande a lo que es el motivo por ley del INAH: investigar, difundir, conservar nuestro patrimonio nacional, el mundo prehispánico, las evidencias coloniales y los monumentos históricos. Además, están los museos, que son un medio de comunicación importante, y la preparación de nuevos cuadros de investigadores en la Escuela de Restauración y en la Escuela de Antropología. El daño ha sido fuerte; no recuerdo que en 60 años se hubiera dado algo de tal magnitud.

—¿El patrimonio está en peligro?

Si no se le atiende, si no se hace el mantenimiento de las zonas, de nuestros conventos coloniales, evidentemente sí. El tiempo es implacable y afecta a los monumentos, sobre todo en sitios que están a la intemperie, como la mayoría de las zonas arqueológicas. Pero también hay que atender a los museos, que conservan muchas piezas.

AQ | ÁSS

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