Eduardo Porter vive en los Estados Unidos y es reportero de economía en The New York Times, donde, de 2012 a 2018, publicó la columna “Economic Scene”. Durante su carrera ha sido corresponsal en México, Brasil, Japón y Reino Unido; poco antes del ascenso de Donald Trump a la presidencia, tenía en mente escribir una investigación sobre la historia de las políticas de bienestar social en su país, y ante el discurso racista y xenófobo del entonces candidato pudo entrecruzar el tema de la falta de igualdad social con la histórica hostilidad étnica con la que se ha desarrollado uno de los países más ricos del mundo. Así nació el libro El precio del racismo. La hostilidad racial y la fractura del “sueño americano” que editorial Debate acaba de lanzar en México. Sobre este libro charlamos con su autor en torno a cómo la desigualdad ha marcado la historia social, política y económica de esta nación.
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—¿Cuánto interés hay en los Estados Unidos por entender el tema del racismo?
En el último año, la idea de que en los Estados Unidos se vive un racismo estructural y en todas sus instituciones ha empezado a aparecer en la prensa a partir del asesinato del afroamericano George Floyd. Pero lo que también es cierto es que la prensa no ha prestado tanta atención de cuán dañino ha sido el racismo entre las comunidades afroamericanas, latinas y asiático-americanas el día de hoy, e incluso, cómo el racismo afecta a las comunidades blancas más pobres. Creo que hay muy poca atención sobre este tema en gran parte de la población blanca americana, y es que entre ellos se pensó que los problemas derivados del pasado esclavista ya estaban resueltos, que ya se había solucionado con los movimientos por los derechos civiles de los años 60 del siglo pasado y, si había alguna posición racista, se creía que estaba muy en el trasfondo de la identidad estadunidense. Pero hay diversos trabajos que evidencian lo contrario, como las investigaciones sobre cómo el sistema judicial estadunidense ha encarcelado, desde la década de 1970, a un número gigante de afroamericanos, lo cual parece una herramienta de opresión racial. En mi campo, que es la economía, hay muchos trabajos sobre cómo la hostilidad racial ha impedido la construcción de un estado de bienestar más robusto en este país: por ejemplo, cómo esta hostilidad por la raza reduce la inversión en bienes públicos como en calles y en sistemas de drenaje. Además, hay otros estudios que identifican el porqué en Europa hay sistema de seguridad social mucho más robustos que en los Estados Unidos, y la respuesta se debe a que las divisiones éticas son responsables de estas diferencias; es decir, que los estadunidenses blancos se resisten a pagar impuestos que solventen servicios públicos que ayudarán a personas que están del otro lado de la barrera racial. Entonces, mi libro trata de sobre cómo el racismo ha impedido que en Estados Unidos se construya una solidaridad social.
—¿Por qué recurres a la historia estadunidense para explicar la fractura del llamado “sueño americano”?
La historia del racismo en Estados Unidos se remonta a tres siglos atrás, porque este país se fincó en la esclavitud. Mi idea era comenzar en la década de 1930, con la Gran Depresión y tratar el esfuerzo del presidente Roosevelt por crear un estado de bienestar, con instituciones gubernamentales que protegieran a los más pobres. Pero para entender por qué este modelo de bienestar llegó a ser tan limitado en nuestros días me tuve que remontar en gran media hasta el siglo XIX y el arranque del XX, en el momento en que los Estados Unidos se consolidaban como una sociedad moderna, y en vez de que Roosevelt tomara la ruta de la socialdemocracia, este presidente se dio cuenta que para construir un modelo así debía excluir a los negros, porque si los incluía no iban a pasar por el Congreso ninguna de sus propuestas, y entonces excluyó a los negros. Por eso he documentado cómo se construyó este sistema de seguridad social en el país y cómo estas iniciativas se basan en la exclusión racial de negros y después de latinos y asiáticos, para que puedan ser aprobadas. Pero esta historia no para ahí, ya que después de los movimientos civiles de la década de 1960, donde se consiguieron muchos más derechos para las minorías afroamericanas, fue cuando el estadunidense blanco decidió no pagar por ese estado de bienestar, porque mientras hubo un estado de bienestar solo para blancos, ahí no hubo problema.
—¿De esta forma nos explicamos el gobierno de Donald Trump?
Claro, y no había nada de qué sorprendernos con su discurso, solo manifestaba los prejuicios que son muy prevalentes en la sociedad norteamericana. Ese sentimiento xenófobo está ahí, nada más le rascas tantito y salen a flote, solo es cuestión de ver cómo están construidas las ciudades: los negros segregados en las zonas más pobres y los blancos alejados de ellos, y solo basta asomarte a las cárceles para darte cuenta de la enorme diferencia racial en torno a lo que los estadunidenses consideran lo que es el crimen o el criminal. Ahí está también la histórica división étnica en los sindicatos que impidieron la unión de los obreros blancos, negros y latinos en los Estados Unidos. Y es que cada político busca sus dianas, y en su campaña de 2016 para Trump fueron los mexicanos, y no los afroamericanos. Pero en la campaña del año pasado, cuando ocurrió el asesinato de Georg Floyd, los enemigos con los que Trump quiso espantar al electorado blanco fueron los negros. En la campaña del 2020, Trump trató de asustar al electorado con la idea de que las ciudades iban a ser invadidas por gente de color a quienes había que tenerles miedo.
—¿Cómo observas este tema, en lo económico y político, bajo la administración de Joe Biden?
Soy periodista y soy pesimista por naturaleza. El año pasado veía mucha efervescencia en las calles, en las manifestaciones, pero la verdad es que la política estadunidense no se determina por las calles de Nueva York ni de Chicago; la política es determinada por los barrios suburbanos mucho más blancos, más viejos y conservadores. Por eso pensaba que iba a ser muy tardado y difícil convertir esta protesta joven y urbana del año anterior en políticas públicas que busquen una justicia racial. Pero con la llegada de Biden observo que sorprendentemente tiene una agenda muy potente para combatir la desigualdad de género, económica y racial. Hay una oportunidad de forjar una sociedad más equitativa, aunque todavía no está claro. Creo que lo que nos hace falta en Estados Unidos, es redefinir en la práctica qué es el americano e intentar crear una comunidad multiétnica y multirracial a través de políticas a escala municipal que vayan erradicando la segregación. Y sobre la política migratoria con México, pienso que Biden estaría a favor de un gran paquete que incluya la legalización de los inmigrantes, pero eso políticamente será muy difícil; de hecho, es el punto político más débil de su gobierno, porque este tema podría limitar el resto de su agenda y no sé si el presidente Biden vaya a tomar ese riesgo.
AQ