Este año cumplió 40 años de muerto uno de los personajes más entrañables de la cultura mexicana: Efraín Huerta, autor de Los hombres del alba, creador de los poemínimos y uno de los periodistas y críticos de cine más respetados de México.
Efraín Huerta nació el 18 de junio de 1914 en Silao, Guanajuato. En 1930 llegó a la Ciudad de México para estudiar en la Escuela Nacional Preparatoria. Seis años más tarde comenzaría su carrera periodística en el Diario del Sureste, filial yucateca del periódico El Nacional.
Autor de libros como Poemas prohibidos y de amor, Poemas de viaje y El Tajín, contemporáneo de Octavio Paz y José Revueltas, Efraín Huerta fue un devoto del cine, del que escribió infatigablemente. Fue un crítico riguroso, sobre todo de las películas de Mario Moreno Cantinflas, de las que sólo rescataba la delirante Ahí está el detalle.
Amigo de María Félix, Emilio El Indio Fernández, Gabriel Figueroa y muchos otros personajes de la industria fílmica, nunca ocultó ni sus preferencias ni sus afectos. Fue un entusiasta del cine de Alejandro Galindo y consideraba su película Campeón sin corona, protagonizada por David Silva, una obra a la altura del arte de una ciudad como México.
Entre 1947 y 1952 escribió la columna Close-up de nuestro cine, antologada en dos volúmenes publicados por la guanajuatense Ediciones La Rana. En ella criticó con humor y agudeza Nosotros los pobres, estelarizada por Pedro Infante. La veía archiarrabalera y folletinesca, acaso grotesca, pero era —decía— una película honrada y un “golpe directo sobre la taquilla”.
Le gustaban las mujeres hermosas. Uno de sus iconos fue Marilyn Monroe, guardaba muchas fotos de ella. Otro, Sophia Loren, la diva italiana con quien soñaba vivir en un tranquilo estero de las playas veracruzanas. Ahí —decía— se dictarían mutuamente sus memorias y se comerían vivos.
Hombre de izquierda, fundador del cocodrilismo, que nació en el camino que va de México a San Felipe Torres Mochas a finales de los años cuarenta, Efraín Huerta fue un bailarín extraordinario y un poeta que le escribió a las actrices que admiraba, una de ellas Dolores del Río, quien para él era una de las más grandes figuras del cine mexicano. “Dolores del Río no es leyenda ni publicidad. Es autenticidad y sabiduría”, decía convencido.
El Gran Cocodrilo, como le decían sus admiradores y discípulos, murió el 20 de febrero de 1982. Le apasionaba el futbol, siempre fue atlantista y se sentía orgullo de serlo, por eso le resultaba entrañable Los hijos de don Venancio, dirigida en 1944 por Joaquín Pardavé, en la que actúa uno de sus grandes ídolos, Horacio Casarín, y se ve la plenitud y el arrastre de los llamados Potros de Hierro.
Efraín Huerta es el poeta de la revolución y la esperanza, de la ciudad y del amor.
AQ