El bueno, el malo y el grande

Toscanadas | Opinión

"Cuando lo leo, antes que estar cuestionando si 'en verdad' ocurrieron las cosas tal como él las cuenta, lo acepto como parte de mi herencia, literatura y experiencia".

Estatua de Jenofonte frente al edificio del Parlamento austríaco en Ringstrasse en Viena, Austria. (Wikimedia Commons)
David Toscana
Ciudad de México /

En la escuela primaria aprendí sobre la Conquista. Eran los años sesenta. Quien los haya vivido, sabrá que no había que mirar todo por un cristal político y moralino. Leíamos sin moral. Ah, los benditos años sesenta y todavía los setenta. Así, los eventos que llevaron a la caída de Tenochtitlan, habían sido parte de una gran aventura, y su relato era, deliberada o inevitablemente, una obra literaria reveladora de la condición humana. En aquella narración, Cortés nos dejaba mejores enseñanzas que Moctezuma.

Heródoto inicia sus Historias con esta frase: “Ésta es la exposición del resultado de las investigaciones de Heródoto de Halicarnaso para evitar que, con el tiempo, los hechos humanos queden en el olvido y que las notables y singulares empresas realizadas, respectivamente, por griegos y bárbaros, queden sin realce”.

Cuando lo leo, antes que estar cuestionando si “en verdad” ocurrieron las cosas tal como él las cuenta, lo acepto como parte de mi herencia, literatura y experiencia, como ejemplo del espíritu humano, y sí, también como historia.

Otro historiador, Jenofonte nos cuenta la hazaña de diez mil mercenarios reclutados para derrocar al rey de Persia. ¡Malditos mercenarios!, diría un moralista contemporáneo. Pero la lectura de este libro no ha de ser moral. Cuenta una historia de recomponerse tras la derrota, de resistencia, agallas, lealtad, virilidad y nostalgia por el terruño. En esta historia, como en todas, las verdades humanas van por encima de las verdades certificadas.

Jenofonte impele a sus alicaídas hordas: “Ni el número ni la fuerza es lo que da las victorias en la guerra; quienes se lanzan con ánimo más resuelto contra los enemigos no encuentran adversario que resista. En la guerra, los que buscan por todos los medios conservar la vida, mueren cobarde y vergonzosamente, mientras quienes han comprendido que la muerte es ineludible para todos los hombres y luchan para morir con honor, veo que ésos llegan frecuentemente a la vejez y son más felices”.

También les dice: “La disciplina supone salvación, mientras que la indisciplina ha perdido ya a muchos”.

En cuanto a la falta de caballos, Jenofonte les aseguró que: “Si alguno de ustedes está desanimado porque no tenemos jinetes, mientras que los enemigos tienen muchos, piensen que diez mil jinetes no son sino diez mil hombres, pues nunca nadie murió en combate víctima de un mordisco de caballo ni de una coz… En un solo aspecto los jinetes nos aventajan: pueden huir con más celeridad”.

Las estatuas del mercenario Jenofonte conservan la cabeza. Cuando de niño me enseñaban estatuas, no me decían “fue un hombre bueno”, sino “fue un gran hombre”.

AQ

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