El cine según Tarantino

Personajes

En su más reciente libro, el director de 'Pulp Fiction' se muestra como un auténtico fanático del séptimo arte y explica su particular forma de entender la violencia, tan característica de sus películas.

Quentin Tarantino, cineasta estadunidense. (Foto: Guglielmo Mangiapane | Reuters)
Andrea Serdio
Ciudad de México /

Cuatrocientas páginas de puro cine, escritas por uno de los más poderosos realizadores de nuestro tiempo. Meditaciones de cine (Reservoir Books, 2023), de Quentin Tarantino, es el libro de un fanático del séptimo arte, de un erudito que escarba en su prodigiosa memoria para recordar nombres de las viejas salas de exhibición de Hollywood, de películas clásicas u olvidadas, de actores que se volvieron estrellas o se perdieron en el espinoso camino del anonimato. Es el libro de un creador que comparte generosamente su implacable mirada crítica sobre algunas historias —como Bullit o Harrry el sucio— que fueron forjando su temperamento como director y escritor que abreva en todos los géneros y no esconde sus influencias, al contrario, la exhibe orgullosamente.

Quentin comenzó a ver cine a los siete años, en compañía de su madre y su padrastro. Con ellos conoció la programación contracultural del Tiffany Theater, alejado del glamoroso Hollywood Boulevar, y, en programas dobles, vio películas para adultos sin ninguna restricción: violentas, eróticas, de yonquis, de prostitutas, de espías, de catástrofes.

En la escuela era popular, porque les contaba a sus compañeros películas que ellos no podrían ver ni en sueños. Un día, intrigado, le preguntó a su madre sobre esta situación.

“Quentin —dijo—, a mí me preocupa más que veas las noticias. Una película no va a hacerte daño”. Más tarde le explicaría que lo dejaba verlas porque lo que sucedía en una película estaba enmarcado en un contexto, no como las imágenes de los noticiarios.

“El mero hecho de enumerar las descabelladas imágenes violentas que vi de 1970 a 1972 (nació en 1963) horrorizaría a la mayoría de los lectores”. Sin embargo, dice: “yo podía hacer frente a las imágenes porque entendía el argumento”.

Desde luego, en ocasiones veía alguna que otra película dedicada al público infantil, como Bambi, de Walt Disney, a la que no pudo “hacerle frente”. “Bambi extraviado al separarse de su madre —dice Tarantino—, los disparos del cazador contra ella y el horroroso incendio forestal me afectaron más que cualquier otra de las imágenes que vi en el cine”.

El libro está poblado personajes y películas, también de anécdotas. Tarantino dice, por ejemplo, que Steve McQueen, una de las grandes estrellas de los sesenta con Paul Newman y Warren Beatty, odiaba tanto leer que cuando se volvió famoso cobraba un millón de dólares solo por leer el argumento de las películas que le proponían.

Después de ofrecer una apabullante cantidad de información, de referencias, de nombres de directores, actores y actrices que escapan al conocimiento del espectador común, escribe, con traducción castiza: “Así pues, si estáis leyendo este libro de cine con la esperanza de aprender un poco sobre cine, y os da vuelta la cabeza por todos esos nombres que no reconocéis, enhorabuena, estáis aprendiendo algo”.

Y sí, Meditaciones de cine es una pequeña enciclopedia escrita con sabiduría y humor de la que el lector sale con un cúmulo de conocimientos que podrían darle un buen lugar en un concurso de trivia.

AQ

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