El cine subversivo

Cine

De 'Un perro andaluz' a 'La vida de Brian', son subversivas aquellas cintas que nos desafían.

Fotograma de 'El club de la pelea'. (20th Century Fox)
Guillermo Levine
Ciudad de México /

Por supuesto que un medio tan amplio y poderoso como el cine no se iba a limitar solo a entretener a la audiencia. Al igual que con la gran literatura, el lenguaje cinematográfico dispone de los recursos para trascender el simple relato y convertirse en algo capaz de sorprender, molestar, motivar o incluso cambiar al espectador y, entre otras cosas, en eso consiste la diferencia entre una película del montón y otra llena de potencia y significado.

Desde los inicios del cine hubo creadores que se dieron cuenta de la posibilidad de alterar el estado de conciencia del público, y así lo hicieron, aun en contra de “las buenas costumbres”. La escena aquella de Un perro andaluz (1929) de Buñuel y Dalí en la que una navaja corta limpiamente el ojo de una persona es uno de los primeros y poderosos ejemplos, y luego hay muchos otros, tantos que pronto la industria del cine los banalizó y los convirtió en un género más, con lo que rápidamente se perdió la potencia transgresora. Hoy día a nadie le impacta ni le preocupa ver cómo en las películas de Hollywood hay decenas de asesinados a balazos, y todos tan campantes: nos vendieron la violencia domesticada y tan grotescamente normalizada que ya la tomamos como algo natural. Lo mismo sucede con el sexo, la traición y las malas emociones en general: quedaron amansadas y sometidas.

Pero afortunadamente sigue habiendo ejemplos del Film as a Subversive Art al que se refiere el libro clásico de Amos Vogel (1974, traducido al español en 2017 por Ambulante Ediciones): el cine como arte subversivo, como agente capaz de alterar estados de conciencia o entendimiento.

Incluso dentro del cine comercial (de ese que con facilidad uno podía comprar o rentar en la tienda y ahora ver por las plataformas) hay muchas películas que de alguna u otra forma entran en esta categoría de “cine pensante comercial” y ahora mencionaré varias casi al azar, comenzando con una que vi hace algunos años: Malas palabras (Bad Words), obra de 2013 del actor y director Jason Bateman. La historia es sencilla, sin grandes acontecimientos y sin violencia, pero profundamente transgresora, sobre todo durante la primera mitad. Trata de un señor que por motivos que luego se aclaran entra al concurso nacional de deletreo (tradición norteamericana en la escuela primaria), aprovechando que el reglamento no especifica una edad mínima sino solo que el concursante no haya terminado el octavo grado, como es su caso. Es decir, partiendo del respeto a la legalidad —base de la convivencia civilizada— entra a un espacio que no le corresponde, subvierte el orden establecido y escandaliza a los padres, a los niños participantes y a nosotros como espectadores. Tiene sus motivos, claro, y eso convierte a la película en algo digno de verse, no obstante la (gran) incomodidad que a uno le causa el magnífico guion. Aunque en los últimos 30 segundos se les olvidó lo subversivo y sin esa escena final la película estaría mucho mejor, creo que sigue siendo un brillante ejemplo del cine como arte subversivo.

El club de la pelea (Fight Club), de 1999, dirigida por David Fincher y con Edward Norton, Brad Pitt y Helena Bonham Carter, es un caso similar de transgresión a los valores sociales establecidos, y es memorable la última escena como puntilla de la ironía y el derrumbe del sistema que plantea.

El actor cómico Adam Sandler hizo de Ese es mi hijo (That's My Boy), dirigida por Sean Anders en 2012, un grotesco ejemplo de subversión de la moral tradicional, enmarcado en una grosera comedia tonta e intrascendente pero poderosa en el sentido aquí mencionado.


Aunque no es muy buena, un ejemplo reciente que cabría en esta clasificación es Gente como ustedes (You People), primera película del director Kenya Barris (Netflix, 2023), que juega con las irreconciliables diferencias entre las culturas blanca y negra en Los Ángeles y, por extensión, en la sociedad estadunidense. Está enmarcada en una tontuela comedia romántica que logra incomodar al espectador mientras examina esa enorme separación pero, como en el caso de Malas palabras, en la escena final casi se traiciona a sí misma.

Termino con un tema incomparablemente más serio, terrible y seco: Adam Resurrected, coproducción de Estados Unidos, Alemania e Israel de 2007 y dirigida por Paul Schrader (con una poderosa actuación de Willem Dafoe y Ayelet Zurer). Es una obra de teatro hecha cine acerca de un tema de recuperación psicológica de víctimas del Holocausto. No es un caso real sino más bien una ficción de gigantesco valor dramático y potentísimo efecto en el espectador. Muestra tales niveles de perversión psicológica que uno queda alterado con las profundidades de la degradación del sistema nazi de subyugación. No hay aquí escenas de sangre ni de violencia asesina, pero tampoco se requieren para transgredir la moral en forma tal que a uno no se le olvida.

Otros ejemplos, aunque ya solo menciono los nombres, son La vida de Brian (1979) del colectivo inglés Monty Python, Un juicio escandaloso (Howl) sobre la vida del poeta beat Allen Ginsberg, del año 2010 y dirigida por Rob Epstein y Jeffrey Friedman, o Escándalo americano, de 2013 (American Hustle) dirigida por David Russell.

El cine como arte subversivo no está limitado a grandes o graves temas, sino que bien puede presentarse en múltiples casos: lo “único” que se requiere es un guion y un director capaz de involucrarnos, sorprendernos y alterarnos con el arte y la inteligencia.


AQ

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