Antes de la literatura, Irene Reyes-Noguerol encontró en su adolescencia la música como vía de expresión emocional, y así entiende la composición de un cuento o un poema: como la de una partitura.
Llegó a Guadalajara poco después de grabar en audiolibro con su hermosa voz sevillana Alcaravea (Páginas de Espuma, 2024), su tercer libro de cuento, género que reivindica como la oralidad, como la colectividad y el fin social de la literatura, que no tendría sentido “sin alguien al otro lado” del escritor.
“La composición de un cuento o de un poema es muy semejante a la composición de una partitura: tiene muchas vinculaciones con el manejo del ritmo, de la sonoridad, de la música, con la exploración lingüística”, expone la jovencísima cuentista andaluza en entrevista durante su primera visita a México, con acento que hace pensar que quizás así habría sido la voz de su paisana malagueña María Zambrano.
Reyes-Noguerol (Sevilla, 1997) arrancó su carrera literaria a los 19 años con la publicación de Caleidoscopios (2016) y Homero y otros dioses (2018) en editoriales independientes, pero hasta Alcaravea, ya en su quinta reimpresión en un año, la crítica española se enfocó y valoró a la narradora.
Escribió Caleidoscopios en su adolescencia y la temática que le interesaba era la social, asuntos que le afectaban de manera personal o a gente de su generación: la marginación, los trastornos de conducta alimentaria, el acoso, el racismo, la prostitución. “Eran situaciones muy desgraciadas en la mayoría de los casos, a las que yo había querido dar una especie de pequeño altavoz”, refiere en la conversación.
Para Homero y otros dioses revisitó la mitología clásica, tan cercana y literalmente familiar a ella porque su madre, además de contarle en su infancia cuentos tradicionales, también le narraba mitos grecolatinos que luego la futura cuentista reinterpretaba en sus juegos con sus hermanos y sus amigos.
“Procuré escribir una serie de textos que fueran actuales, con personajes que pudieran ser nuestros amigos, vecinos, parejas, compañeros de trabajo, pero con algún detallito inserto en los cuentos que los conectara con el mundo clásico. Imaginaba cómo serían personajes de la mitología clásica si hoy vivieran entre nosotros. Siempre me ha interesado mucho demostrar cómo, al final, nuestra sensibilidad, las pasiones, las alegrías, los miedos, las tristezas, continúan siendo los mismos desde el principio de los tiempos hasta la actualidad”, apunta la filóloga graduada por la Universidad de Sevilla.
También en Alcaravea buscó hacer una comparación entre personajes históricos con familiares o anónimos, con la idea de explorar una sentimentalidad común independientemente del origen de ellos.
“Siempre he tenido un interés común que quizás sea el foco que suelo usar en mis historias: tomar y explorar al ser humano en momentos de particular vulnerabilidad, donde siento que afloran de manera más evidente todas esas inquietudes, todos esos miedos, esas esperanzas también, que nos definen y que hacen que no haya ninguna distinción entre las personas que vivieron hace miles de años, entre los personajes ilustres y entre quienes somos hoy nosotros”, comenta sobre Alcaravea, en cuyos 12 relatos desfilan gente desde Van Gogh o Ana Ruiz, la madre de los Machado, hasta su bisabuela o desertores.
“Alcaravea es una palabra que conocía por una canción de cuna que escuchaba que me cantaba mi madre de niña, pero que viene desde los tiempos de mi bisabuela, que es el personaje del último cuento del libro. Pero, además, la alcaravea curiosamente es una planta (Carum carvi) cuyas semillas tienen un sabor al mismo tiempo dulce y amargo. Y a mí esto, a nivel literario, me resultaba muy atractivo”, continúa.
“De manera que quise componer un conjunto de relatos que giraran en torno a esa idea: a las zonas luminosas y oscuras que todos vamos encontrando a lo largo de nuestra vida y que nos identifican también como seres humanos, independientemente de si pertenecemos a un estrato social o a otro, de si hemos sido personas anónimas o reconocidas incluso a nivel histórico y artístico, pero todos formamos parte de una misma sentimentalidad que nos une y que pienso que nos equipara”, expone.
¿Por qué buscó la oralidad en sus relatos?
Siempre he sentido mucho respeto por el lenguaje y por el trabajo de la palabra, tanto oral como escrita. Normalmente pensamos que la literatura oral es algo secundario, no tan meritorio como la escrita, que siempre ha sido más canónica o siempre la hemos visto mucho más importante. Sin embargo, realmente los primeros acercamientos que tenemos con el mundo de los libros son a través de la oralidad, es decir, todas esas historias, narraciones, mitos, leyendas, cuentos, que nos van contando nuestros familiares o personas con las que tenemos un afecto particular cuando somos pequeños.
Y me gusta mucho imaginar esta especie de composición, que es la de tantísimas personas a lo largo de los siglos que se han reunido en torno a los cuentacuentos, o los chamanes, o los sabios de la tribu, los aedas, a todas aquellas personas que han contribuido a transmitir un saber fundamental de generación en generación. Por eso procuro que la oralidad tenga una presencia relevante en mis escritos; es decir, no me interesa únicamente el contenido, aquello que se cuenta, sino también cómo se cuenta, la forma, el trabajo del estilo. La composición de un cuento o de un poema es muy semejante a la de una partitura: tiene muchas vinculaciones con el manejo del ritmo, de la sonoridad, de la música, con la exploración lingüística, y sí hay una parte importante de oralidad en los cuentos de Alcaravea”.
Viene de Sevilla, de la cultura andaluza con gran tradición musical. Habla de escribir como de componer. Alcaravea parte de una canción de cuna, una nana. ¿Cómo permea la música su obra?
Para mí, el peso que tiene la música en literatura es algo imprescindible, y especialmente a la hora de escribir intento que mis historias den cuenta de ello. Siempre he sido una persona apasionada por la música; toco el piano, no de manera profesional evidentemente, pero sí es algo que disfruto mucho y que me ha ayudado enormemente, sobre todo en mi adolescencia, como una vía de expresión emocional, igual que luego lo fue también la literatura, cuando comencé a escribir. Y en parte por eso la música tiene un peso tan relevante en lo que escribo. No podría entender la literatura o el cuento de manera independiente, si no tuviera nada que ver con el papel de la musicalidad.
¿Y técnicamente cómo es su proceso de escritura para introducir la musicalidad?
Escribo sin puntos, es mi manera natural de redactar, intento siempre tener en cuenta el ritmo y todo aquello que hace que la escritura trascienda lo meramente narrativo y se convierta en algo distinto, una especie de metamorfosis musical que la lleva a un estado diferente, al que a lo mejor uno en un principio imaginaría. Y el hecho de escribir sin puntos me ayuda en muchas ocasiones a ir manteniendo esa especie de ritmo, a que la escritura sea casi como una letanía, algo desbordante, torrencial, que el discurso del personaje no quede interrumpido por pausas fuertes, sino que toda la sonoridad que aparece en las sentencias que se van pronunciando en esos parlamentos extensos que componen la escritura de estos relatos no se vean nunca forzados a una interrupción innecesaria por una pausa fuerte. Luego, evidentemente, ya sí puntúo los textos —excepto el primero (“Carta a Theo”), que no está puntuado con punto y seguido o punto y aparte—, pero sí que me resulta mucho más sencillo a la hora de escribir para mantener la importancia de la música, el hecho de no utilizar puntos, pausas fuertes.
Justo “Carta a Theo” habla de una de las más hermosas historias de amor fraternal, familiar, entre Vincent y Theo van Gogh. ¿Qué representa la familia en su literatura?
Es algo fundamental a nivel personal, pero también literario. Siempre es un punto de interés que han explorado numerosos autores a lo largo de la historia de la literatura. Sigue siendo todavía material interesante de trabajo, sobre todo a nivel narrativo. Y, para mí, lo atractivo de la familia es que es la primera estructura social con la que todos nos encontramos al venir al mundo. Es una representación, de una manera más pequeña, como si estuviéramos hablando de un microcosmos, de todo lo que luego supone el resto del mundo, el resto del universo que afrontamos cuando vamos creciendo. Y me gusta totalmente plantear familias que no son tradicionales o que no son perfectas, que no están idealizadas.
No me interesan los relatos o las perspectivas maniqueas donde algo es puramente blanco o puramente negro. El interés real reside en esas zonas de grises, donde no hay certeza, donde nada es seguro, donde todo puede leerse desde distintas perspectivas según el ojo que esté mirando en ese momento. La familia es una estructura social pero a nivel individual hay distintas problemáticas que entran en confrontación una vez que se enfrentan, quizás, las perspectivas de hermanos o de un hijo y una madre, que de repente hacen que esa zona de seguridad, de confort, pase a convertirse en algo más turbio.
No obstante, sus relatos también hablan de gente sin familia, de la no existencia de la familia.
Sí, por supuesto. Hay varios textos en los que me ha interesado tratar este problema, porque si bien es cierto que muchas de mis historias giran en torno a los conflictos que pueden existir dentro del seno familiar, me resulta también interesante tratar cómo la soledad puede afectar a un individuo, especialmente en el aspecto psicológico. Muchos de mis personajes están precisamente marcados por un sentimiento de abandono, por sentirse solos, desterrados de ese núcleo familiar. A nivel literario es un material atractivo comprobar cómo el individuo puede enfrentarse al mundo sin tener más asideros que a sí mismo. En la mayoría de los casos, las conclusiones que he terminado extrayendo son más negativas que cuando aparece el apoyo familiar. Pero sí es llamativo profundizar en este aspecto, en cuáles son las consecuencias de la soledad absoluta, en si somos capaces de desenvolvernos como individuos al margen de la sociedad o por lo menos al margen de una estructura familiar muy unida.
Confiesa que la poesía no se le da, con tantos grandes poetas que ha dado Andalucía al mundo, y en “Estos días azules”, habla de los Machado. ¿Por qué se siente tan cómoda en el cuento?
El cuento es un género que me interesa mucho, que, además, es importante defender y reivindicar, especialmente en mi país; en España, está absolutamente dejado de lado, siempre se piensa que es una especie de ensayo que necesariamente tiene que culminar en una novela en algún momento de la trayectoria de cada autor. Sin embargo, a mí me parece un género completo en sí mismo. Es realmente difícil condensar una historia dentro de un número muy limitado de páginas. Además, lo curioso es que dentro del género del cuento no es necesario que haya un desarrollo cronológico amplio, como sí que sucede en la novela, sino que, por el contrario, el cuentista tiene la oportunidad de tomar un momento específico en la vida del personaje y profundizar en él, explorar cuáles son las motivaciones del protagonista, su proyección hacia el futuro, qué relación tiene de nostalgia, de melancolía con el pasado, por lo que me parece un género muy interesante en este sentido y en el aspecto estilístico.
A nivel narrativo, ¿cómo diferencia al cuento de la novela?
En una novela, entendida de manera tradicional, una novela extensa, el trabajo estilístico necesariamente es menor o no puede mantenerse con la misma intensidad a lo largo de cada una de las páginas. Sin embargo, en el cuento, como en la poesía, es diferente, porque ahí el autor tiene la oportunidad de explorar con el lenguaje, de comprobar los límites de la palabra, de investigar también cuán flexible puede llegar a ser la oralidad, cuáles son sus relaciones con la escritura. No cierro nunca las puertas a una novela porque al final es el género que fundamentalmente leo, sobre todo las novelas breves, hace ya varios años que son el género que más me interesa, pero siempre seré una defensora absoluta del cuento porque creo que en este caso la brevedad no es limitación sino virtud.
Regreso a la oralidad, que siempre es colectiva. ¿Qué pasa con la oralidad en un mundo como el que le ha tocado por generación, donde prevalece el ensimismamiento, la individualidad?
Por desgracia la oralidad está desapareciendo precisamente porque ya no tenemos un sentimiento de pertenencia a un colectivo superior. Si bien es verdad que pueden existir nociones generales como sociedad, Estado o como lo queramos llamar, no hay ya esa noción hermosa que ha existido durante tantos siglos, milenios, que es sentirse parte de algo, cuando es una tendencia natural en el ser humano, somos seres sociales, por lo que por supuesto que siempre vamos a querer formar parte de algún tipo de colectivo. Y ese colectivo justamente es el que permite que la oralidad vaya desarrollándose y vaya transmitiéndose de generación en generación. Me parece una auténtica lástima que estemos llegando a un punto donde ya el individualismo es tan radical y nos sentimos tan aislados de los demás que hay una especie de ruptura en esa cadena generacional y la oralidad empieza a desaparecer.
Como escritora con posgrado en Educación Secundaria, ¿vislumbra esperanzas?
Es muy extraño encontrar gente que se dedique a contar cuentos de manera oral. Y es algo que me entristece porque toda esta oralidad, en el sentido más amplio del término, es lo que nos hace desde un primer momento acercarnos a la literatura. Sin un fin social, es decir, sin que exista una persona al otro lado, la literatura no tiene sentido, porque simplemente sería expresión y no comunicación. Para mí el quehacer literario tiene que ver con una vía de doble sentido; es un hecho dialogante, conversacional, carecería de sentido y dejaría de tener un objetivo si no existiera esta colectividad, si no existiera la posibilidad de compartir que nos permiten los libros. Eventos como la Feria Internacional del Libro de Guadalajara o los clubes literarios permiten que haya esperanza a nivel colectivo, porque son de los pocos momentos en los que podemos reunirnos a dialogar en torno a la literatura.
Alcaravea no es sólo la planta que inspira su libro, es también una nana, una canción de cuna, ¿qué es la infancia para usted, cuando en la niñez no existe la escritura?
La infancia es fundamental no únicamente en nuestra vida y en nuestro desarrollo, sino también a nivel literario. Los niños son personajes muy interesantes porque perciben lo que sucede a su alrededor, pero aún no tienen las herramientas necesarias para digerirlo, para asumirlo por completo. Y es muy curioso que las nanas efectivamente nos llegan en un momento en el que el lenguaje no existe; podemos escucharlo pero aún no podemos comprenderlo. Los recién nacidos lo reciben como algo meramente fonético, meramente musical, sin tener en cuenta el significado que acarrean consigo las palabras. Y es una noción hermosa. Y es curioso este momento en el que uno es consciente de que le está transmitiendo al niño algo que está íntimamente vinculado con la palabra y, sin embargo, el niño todavía no puede reconocerlo como propio porque aún no habita el reino del lenguaje.
Y así regresamos a la música de la literatura.
El niño maneja códigos, pero no el del lenguaje verbal, que luego es el preeminente durante el resto de nuestra vida. Y ahí es muy importante todo lo que sería la forma o el estilo, porque al no percibir el contenido, al no comprender exactamente qué se le está comunicando, solamente percibe la música, la sonoridad de las palabras, entendidas no como contenido sino como continente. Y me parece bellísimo comprobar cómo aun así hay cierto sentido que alcanza a la comprensión infantil. El hecho de que se acompasen los latidos de su corazón con los de la madre gracias a la música es algo maravilloso, porque sin necesidad de que el niño entienda las palabras se le está comunicando un mensaje de alivio, de consuelo, de calma, de afecto, porque al final la persona que se encarga de transmitirle al niño estos arrullos, estas nanas, suele ser con la que tendrá posteriormente una relación muy estrecha.
AQ / MCB