El culto a la muerte y el sentido de la vida

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Eduardo Matos Moctezuma describe los mitos y rituales mexicas asociados a las divinidades y potencias creadoras y destructoras.

Una torre de cráneos sobre la plataforma del Gran Tzompantli. (Foto: Mario Guzmán | EFE)
Guadalupe Alonso Coratella
Ciudad de México /

Uno de los temas que han apasionado al arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma ha sido el de la muerte en las culturas prehispánicas. Títulos como Muerte al filo de obsidiana, La muerte entre los mexicas o El rostro de la muerte, dan cuenta de este interés que, al lado de su práctica in situ, ha derivado en importantes aportaciones para comprender la cosmovisión, el pensamiento y los rituales de las culturas prehispánicas en torno a la muerte. Resulta de especial interés el paralelismo que traza sobre la creación de dioses y mitos, el sacrificio o la trascendencia del espíritu en diversas civilizaciones, una constante que apunta hacia un mismo propósito: comprender la presencia del ser humano en este mundo y su destino en el más allá. Enseguida, un recorrido por diversas concepciones del sentido de la vida y la muerte en nuestros antepasados, en las propias palabras de Matos Moctezuma.

Dualidad vida-muerte

El hombre es el gran creador de los dioses y de los mitos. Diversas religiones y filosofías tratan de dar respuesta al sentido de la vida y encontrarle un sentido a la muerte, evadirla a través de la creación de un más allá. De ahí la idea de la dualidad, presente, sobre todo, en religiones cíclicas. El mundo mesoamericano no fue ajeno a eso. La idea de vida o muerte es una llave que nos permite penetrar en el pensamiento antiguo. ¿Qué era lo que ellos observaban? Que a lo largo del año había una temporada de vida a través de las lluvias y una temporada de seca, de muerte. Esto influía en la concepción de vida y muerte que, por cierto, vemos en el Templo Mayor. En su parte alta figuran dos dioses: Tláloc, quien presidía los elementos relacionados con la lluvia y al que había que tener contento con una serie de ofrendas para que dotara a estos pueblos agrarios y guerreros de los frutos necesarios para la vida; del otro lado, está el santuario de Huitzilopochtli, el dios solar y dios de la guerra. Estas dos deidades nos hablan de la dualidad vida-muerte, muerte a través de la guerra, de la imposición, del sacrificio. Un diálogo en el cual esta dualidad cobra presencia.


Variantes del sacrificio

El sacrificio ha estado presente en sus diferentes variantes a lo largo de la historia de la humanidad. Lo practicaron los griegos, los romanos, las antiguas culturas chinas, entre otros. Juega un papel importante en varias religiones. En el cristianismo, el sacrificio y la muerte de Jesucristo van a tener un carácter de redención para el género humano. De igual manera en los pueblos mesoamericanos, obviamente con sus particularidades. El sacrificio humano de guerreros variaba según la festividad. En el caso del sacrificio a Huitzilopochtli, a través de la muerte del individuo se alimentaba al Sol para que no detuviera su andar en el firmamento. Se trataba de dar vida al universo, que continuara su movimiento para que el hombre también se preservara en la tierra y con ello todo lo que significaba la tierra misma.

Había una variedad de sacrificios conforme a las festividades y a los dioses a quienes estaban destinados. Desde esa perspectiva, vemos el sacrificio por decapitación o por fuego. Un aspecto importante era que una vez sacrificado el prisionero en la parte alta del Templo Mayor, en honor a Huitzilopochtli, se le extraía el corazón y el cuerpo era arrojado desde lo alto del templo. Seguramente caía sobre la escultura de Coyolxauhqui, la deidad que estaba en la parte baja. El lado de Huitzilopochtli tenía un simbolismo. En el cerro de Coatepec tuvo lugar el combate entre el Sol y la Luna: Huitzilopochtli y Coyolxauhqui. Esta había sido vencida, decapitada por el dios y arrojado el cuerpo por el cerro. Relata el mito que al caer se iba desmembrando hasta llegar a la parte baja. Entonces, se trata de la repetición de un hecho importante para el pueblo mexica, el triunfo de su dios Huitzilopochtli. En la fiesta del Panketzaliztli se repite todo lo que había ocurrido en la peregrinación mexica que culminaba con el sacrificio. Una vez sacrificado el individuo, se arrojaba el cuerpo. Al llegar abajo, era desmembrado y quienes habían participado en la captura del guerrero tomaban partes del cuerpo. Aquí hay un aspecto que debemos aclarar. Algún investigador gringo decía que eran antropófagos. ¡No! Al ser sacrificado, el individuo adquiría un carácter de deidad. Tomaban el cuerpo, pero ya sacralizado, pues era una deidad. Era una especie de comunión. Lo vemos presente en muchas religiones. En el catolicismo, tomas el cuerpo y la sangre de Jesucristo. Es un fenómeno importante y es necesario hablar de él, ya que muchas sociedades a lo largo de la historia han tenido prácticas de este tipo.

Eduardo Matos Moctezuma, arqueólogo y antropólogo, fundador del Proyecto Templo Mayor. (Foto: Naomi Antonio | MILENIO)


Trascendencia del alma o el espíritu

Había entidades anímicas: la tona, que radicaba en la cabeza; el tonalli, en el corazón; y el ihiyotl, en el hígado. El tonalli se desprendía al momento de la muerte para ir al lugar que se le deparaba según la manera de morir. En el cristianismo te condenas o vas al cielo según tu comportamiento en la tierra; es un concepto moral. Entre los mexicas no; más bien era la manera en que morías lo que determinaba el destino después de la muerte. Había varios viajes también. El destino de un guerrero muerto en guerra o en sacrificio era acompañar al Sol en la primera parte de su recorrido. Esa esencia, a los cuatro años, se convertía en un ave de bello plumaje o en mariposas que libaban las flores. Quienes morían de alguna enfermedad relacionada con el agua, ahogados o por algún rayo que mandaba Tláloc, iban a la casa de Tláloc, el tlalocan, un lugar de constante verano. Si morías de cualquier otra manera ibas al Mictlán, un viaje en el que debían atravesarse ocho niveles hacia el inframundo para llegar al noveno, el Mictlán. Era un viaje lleno de peligros, acechanzas, peripecias. Se menciona, por ejemplo, que había que cruzar por dos montañas que se atravesaban entre sí. Yo he identificado que ese lugar es el Templo Mayor con sus dos montañas sagradas, la de Tláloc y la de Huitzilopochtli. Además, jugaba el papel del centro del universo, desde el cual subías a los niveles celestes o bajabas al inframundo. Había que atravesar también por el lugar que cuidaba la serpiente, el lugar de la lagartija verde, donde soplaba un viento frío de navajas, hasta llegar a un río previo al Mictlán. Ahí era necesaria la ayuda de un perrito de color bermejo. Habiendo logrado esto, estabas en presencia de la pareja del inframundo, Mictlantecuhtli y su mujer Mictecacíhuatl. Esto resulta de interés porque Dante Alighieri, en la Comedia, cuando hace el viaje acompañado de Virgilio al inframundo cristiano, describe nueve círculos del infierno. Hay infiernos fríos igual que en la concepción náhuatl. Hay una presencia del perro, el Can Cerbero, aunque en la versión de Dante juega un papel terrible. En cambio, en el mundo mesoamericano ayuda a atravesar el río final. Así, vemos varias similitudes presentes tanto en el pensamiento occidental como en estas sociedades prehispánicas.


El retorno del héroe

En todas las sociedades vemos también la presencia de héroes: Ulises, Heracles... En Egipto, Osiris va a jugar un papel interesante, lo mismo que Gilgamesh, el héroe mesopotámico. Estos héroes pueden llegar al mundo de los muertos y regresar de él. En la tradición prehispánica vemos similitudes en la figura de Quetzalcóatl, que baja al inframundo acompañado de su perro, el Xólotl, para llegar ante los dioses de la muerte y regresar, como Cristo regresó de los infiernos en la concepción del inframundo cristiano. Son características en relación a la muerte que los seres humanos colocamos como propias de los dioses y los héroes.


Conquista y evangelización

Al momento de la Conquista se da un enfrentamiento. Para los frailes del siglo XVI todo lo que encontraban en Mesoamérica era obra del demonio, cultos paganos. Trataron de desarraigarlos a través de la destrucción de templos y una serie de acontecimientos cuyo propósito era eliminar estas creencias e imponer el catolicismo. Hay un ejemplo interesante: el calendario católico marca un día para celebrar a los fieles difuntos, el 2 de noviembre. El día 1 es el de todos los santos. En el caso de Mesoamérica, había un culto a los muertos más prolongado, dos meses y dos festividades, una dedicada a los niños muertos y otra a los adultos fallecidos. Cuando viene este choque, se impone el pensamiento cristiano y marcan el calendario católico con ese día de los fieles difuntos, pero actualmente en varios pueblos indígenas y mestizos podemos observar cómo se guarda cierta presencia de aquel pensamiento prehispánico. En varios estudios se hace ver que, a finales de octubre, los primeros que reciben las ofrendas son los niños muertos y después, el día 2, los adultos. En otras latitudes existía la presencia de altares de muerto, también en el mundo prehispánico. Hoy continúa esta práctica en muchos pueblos. Luego pasó de una manera más significativa a los medios urbanos y, desde luego, ahí se pierde mucho del contenido original. Vemos altares de muerto con flores de cempasúchil, pero ya hay una mezcla. Se ponen calabazas —en ocasiones de plástico— pero mezcladas con otras prácticas como el Halloween. Existen, pues, estas presencias no puramente prehispánicas. Hay una mezcla con el catolicismo, aunque en nuestro medio rural aún podemos ver estos altares.

Distintas interpretaciones del arte prehispánico en torno a la muerte se plasmaron en la cerámica, en la escultura en piedra; en la representación de figuras como Mictlantecuhtli, señor del inframundo, y de cráneos descarnados o semidescarnados. En la arquitectura destaca el tzompantli, asociado al juego de pelota y la decapitación. Por lo que toca a la literatura, tan solo en la poesía náhuatl, la muerte se menciona en el 80 por ciento de los cantos, según lo consigna el padre Ángel Ma. Garibay.


Mañana o pasado,

como lo quiera el corazón

de aquel por quien todo vive,

nos hemos de ir a su casa,

¿oh, amigos, démonos gusto!


Por eso ya se fueron,

se fueron, los príncipes chichimecas.

El rey Motecuzama, Chahuacueye,

Cuayatzin,

ellos, que al colibrí se

hicieron semejantes.


¡Esmeraldas, oro

tus flores, oh dios!

Solo tu riqueza,

oh por quien se vive,

la muerte al filo de la obsidiana,

la muerte en guerra.


Con muerte en guerra

os daréis a conocer.


Al borde de la guerra,cerca de la

hoguera

os dais a conocer.


Traducción del náhuatl: Ángel Ma. Garibay

AQ

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