El espíritu del 22 | Por Avelina Lésper

Casta diva | Opinión

Una exposición en San Ildefonso dimensiona el estado emocional del movimiento cultural que inventó la mexicanidad y el desarrollo plástico de la pintura de gran formato.

Interiores del Colegio de San Ildefonso. (Colegio de San Ildefonso)
Ciudad de México /

Las revoluciones se consolidan en la paz, la violencia se cansa de sí misma, se debe dar paso a la creación de un movimiento intelectual que refunde a la sociedad. El muralismo mexicano del siglo XX, como en la Reforma del Barroco, fue el escenario para la lectura visual, didáctica que plasmó la épica de una nueva nación, el arte deja de ser un lujo burgués, para ser un arma popular.

En la monumentalidad del muro el pasado se mitifica, el futuro se vaticina. Los murales del Colegio de San Ildefonso habitaron una preparatoria que era un laboratorio de la nueva nación. José Vasconcelos invita a Orozco, Rivera, Charlot, Alba de la Canal, Revueltas, Siqueiros, para que pinten esos muros. Eso detonó un movimiento pictórico que define la plástica mexicana, el resto del arte, hasta el día de hoy, establecerá su discurso desde la admiración o el rechazo, y casi siempre desde su incomprensión.

La exposición El Espíritu del 22, en el Museo de San Ildefonso, curada por Eduardo Vázquez y Carmen Tostado, hace un análisis erudito del contexto en el que fueron comisionados estos murales. Dimensiona el estado emocional del movimiento cultural que inventó la mexicanidad y el desarrollo plástico de la pintura de gran formato. Esta exposición la deberían ver los artistas urbanos que en su gran mayoría ignoran la composición y el desarrollo de un guión narrativo en el muro.

El mural es una ópera, lleva la anécdota a gran escala. La ópera de nuestra Historia y su estética fue fundada por estos jóvenes. Pintaban con la pistola en el cinturón para defenderse de las agresiones de la burguesía, que no se veía plasmada en la Eneida popular. El muro refleja obreros, indígenas, campesinos, mujeres, todos tienen espacio, el arte sacro desaparece y la ideología nacionalista hace de la Virgen de Guadalupe el único ícono y la gran devoción. La mujer indígena replica esa pureza, la Malinche pare a la nueva civilización, los mexicanos tenemos dos madres: Guadalupe y Malinche.

La sala dedicada a las mujeres recupera a la enigmática Julia Jiménez, conocida como Luz, aparece en todos los murales como el arquetipo de la indígena. La pureza indígena es idealismo estético y moral, es “buena”. Los experimentos de composición de los murales es la gran vanguardia artística, la influencia del Renacimiento, nuestras guerras son La Batalla de San Romano de Paolo Uccello, se une a la geometría futurista, los artistas toman riesgos en el lenguaje, los colores, y el discurso.

La exposición revalora con pasión los murales que determinaron el arte mexicano y nuestra visión estética. Al final de la exposición invitaron a dos artistas urbanas para que realizaran murales. No entendieron nada, vieron composiciones complicadas, argumentos profundos, colorido, y volvieron hacer lo único que saben hacer: carotas, monotes, estética vacía, deberían volver a ver la exposición, y se arriesguen a hacer algo menos cómodo y previsible. El “muralismo urbano” contemporáneo necesita de esta exposición.


AQ

  • Avelina Lésper

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