En su libro El naufragio de las civilizaciones (Alianza Editorial, 2019), el escritor Amin Maalouf advierte sobre el colapso del mundo tal y como lo conocemos y del surgimiento de una nueva era para la que debemos estar preparados. Revisa las causas que han conducido a esta situación y hace un llamado a enderezar el mundo antes de que sea demasiado tarde. Si bien este recorrido por el siglo XX y lo que va del XXI, partiendo del Oriente próximo hasta el mundo occidental, podría parecer apocalíptico, Maalouf abre un resquicio que alumbra la noche oscura de estos tiempos.
“Siento que el mundo de ayer ha desaparecido, está muriendo. Estamos moviéndonos hacia un mundo distinto que todavía no ha nacido y apenas podemos imaginar algunas de sus características, pero aún no está presente. El sentimiento que tengo no es de horror o desesperación. El mundo que desapareció tenía cosas buenas y malas, pero no tiene sentido lamentarse, no hay nada qué hacer. Sin embargo, es importante darnos cuenta de que ha desaparecido y necesitamos imaginar lo que será este otro mundo, qué debemos hacer para construirlo, porque la civilización que yo he conocido, está muriendo”.
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Con una larga trayectoria en el periodismo y la literatura, Maalouf apela a la memoria, a las experiencias que vivió en la infancia cuando su familia se vio obligada a dejar Levante, tras perderlo todo. De ahí parte hacia la elaboración de un análisis histórico, político y social sobre la actual crisis civilizatoria. “La civilización en la que nací está muriendo, no solo la de Levante; ese es el sentimiento que tengo. De vez en cuando me acosan ciertos miedos. En el pasado, muchas civilizaciones surgieron y desaparecieron, pero de lo que hablo ahora no es solo de una civilización. Cuando menciono Levante me refiero a un momento, a una civilización específica, pero hoy todo un mundo con todas sus civilizaciones está desapareciendo y es algo completamente nuevo. Por eso en el título uso la palabra civilización en plural. No es sólo una civilización que es sustituida por otra; es todo el mundo lo que está desapareciendo y no sabemos lo que viene”.
—¿Considera que es más peligroso?
Diría que es preocupante y fascinante. Preocupa perder lo que conocemos, a lo que estamos acostumbrados pero, al mismo tiempo, el estallido de un mundo nuevo es fascinante. No estoy seguro de que otros antes que nosotros hayan experimentado algo semejante. Es un problema global.
—Usted utiliza la metáfora de la “montaña de hielo que nos acecha”. ¿Cómo traducir esta imagen a lo que está sucediendo?
Esta imagen viene del hundimiento del Titanic, un acontecimiento que tenemos en la memoria. El glacial es una metáfora. Uno de los elementos que nos afecta es el cambio climático. Hace algunos años teníamos la impresión de que algo sucedería en el fin de siglo, pero aquello parecía muy lejano. Hoy experimentamos algo diferente; lo vemos, cada año es peor que el anterior. Hay eventos extremos, y aunque sea difícil referirnos a uno en específico, a una causa, debemos preocuparnos. Otra amenaza es la carrera armamentista. Durante la Guerra Fría la carrera de las armas nucleares causó mucho temor, pero la amenaza desapareció y pensamos que no podría repetirse algo igual. Ahora vemos cómo surge una nueva carrera armamentista con tecnologías más sofisticadas que hace 40 años, con misiles más poderosos que no solo pueden ser producidos por las súper potencias, sino por cualquiera, terroristas o grupos que tienen su propia agenda. Este nuevo elemento es uno de los posibles glaciares, en especial si pensamos en el riesgo de las armas bacteriológicas. No quisiera provocar pesadillas, pero tampoco podemos excluir una amenaza así. También hay otras amenazas. La población crece y pronto estaremos luchando para dar alimento y vivienda a billones de seres humanos. Al mismo tiempo, se desarrolla la inteligencia artificial, la robotización, la capacidad de reemplazar el trabajo humano por máquinas, así que tenemos en perspectiva una población de millones de desempleados, gente que no tendrá ningún rol en la sociedad, y una minoría de billonarios viviendo en un espacio distinto, quizá con acceso a una medicina privilegiada. Hay demasiadas tensiones potenciales en el mundo producidas por el progreso científico y tecnológico y no sabemos cómo sortear las consecuencias.
—Usted destaca el año 1979 como un momento crucial de la historia moderna, el momento en el que se dan cambios radicales en el mundo. ¿Cómo llega a esta conclusión?
Traté de revisar los eventos que atestigüé, a veces de cerca, a veces de lejos, desde que abrí mis ojos, hace casi 60 años. A los 10 años comencé a mirar el mundo a mi alrededor y a preguntarme, antes de escribir este libro, hasta qué punto algo esencial sucedió y nos puso en el camino equivocado. Y cada vez volvía al año 1979. Muchas cosas sucedieron en este periodo que moldearon el mundo de hoy. El elemento principal, el más común, fue que el conservadurismo se convirtió en revolucionario, y sucedió en muchos lugares casi al mismo tiempo y en distintos niveles. Uno de ellos es lo que entonces se llamó la revolución conservadora, liderada por la señora Thatcher, que adoptó Estados Unidos y luego otros gobiernos. La idea central era que se debía disminuir el papel de la autoridad pública en la economía y en la vida social. Esto provocó un desequilibrio cuyas consecuencias estamos viendo, el aumento de la desigualdad en el mundo. Toda la dimensión social del capitalismo disminuyó o fue descartada, lo cual explica lo que está sucediendo. Tres meses antes de que la señora Thatcher llegara al poder ocurrió otra revolución: la revolución islámica. Fue el comienzo de una tendencia de políticas de identidad muy agresivas. Marcó el principio de la guerra del Islam, el surgimiento de los yihadistas, y de un fenómeno que más adelante fue conocido como terrorismo, que se esparció por el mundo y cambió nuestra percepción del futuro. Fueron tantas cosas las que tuvieron lugar en este periodo que podría extenderme. Sucedieron en un corto tiempo y cambiaron el mundo como lo conocíamos.
—De hecho, dedica un capítulo importante al papel del Estado en la sociedad de hoy.
Hubo una evolución en el papel del Estado. Si hace unos 40 años empezó a nacer la idea de limitar el papel del Estado, del gasto público, hoy necesitamos que intervenga un poco más a fin de reducir las desigualdades. Los movimientos que existen en varias regiones del mundo: América Latina, el mundo árabe, Asia, son una demanda para que el Estado atienda mejor a los sectores más pobres de la población.
—En su libro también se refiere a un naufragio espiritual. ¿Cuáles son los síntomas?
Hoy nadie tiene credibilidad moral. No sé de un país que la tenga, aunque algunos tratan de adquirirla. Incluso las naciones más poderosas tienen poca credibilidad moral. Las grandes religiones están plagadas de escándalos. ¿Qué ideología tiene credibilidad moral? Estamos frente a un mundo en el que muy pocos países e instituciones tienen credibilidad. Creo que esto es grave, no sé si se trata de un factor determinante, pero sí preocupa.
—La crisis de identidad pareciera un problema sustantivo que ha marcado el mundo de hoy.
La crisis de identidad está en todas partes, sobre todo la identidad emocional que ha sido borrada por siglos. A la gente se le forzó o invitó a optar por un elemento de identidad como si fuera el único. Por ejemplo, la religión. Había que definirse hacia una creencia como si todos los demás elementos de identidad fueran irrelevantes. En otros momentos de la historia la nación se erigió como símbolo de identidad, lo demás no importaba. Durante siglos esa fue la actitud. Luego las cosas cambiaron. Había gente que vivía en un país, por ejemplo, el Imperio otomano, donde se hablaban todo tipo de lenguas, el árabe, el griego, el búlgaro, y se pertenecía a distintas religiones. Luego surgieron los Estados-nación. Si eras otomano y griego podías vivir con eso, pero si vivías en Turquía y eras griego te convertías en un extranjero. En muchas partes del mundo la gente tenía ese dilema: elegir entre su etnia y su lugar de residencia. Con el fenómeno de la colonización y luego el de la migración, cada vez hay más gente que pertenece a un país y vive en otro, y no sabe si pertenece al país donde nació o en el que vive. La noción de identidad necesita revisarse. Vivimos en un mundo donde no tenemos los elementos de identidad que se requieren ante las nuevas realidades. Necesitamos elementos más acordes al mundo actual. La noción de identidad, desde mi punto de vista, es central. Si pudiéramos lidiar con los problemas de identidad, podríamos solucionar casi todo lo demás.
—Sin embargo, vemos que prolifera el fanatismo, el odio a las diferencias. Hay sociedades polarizadas y la retórica de los políticos no parece ayudar.
Creo que necesitamos ser más activos y creativos. Por supuesto, hay líderes políticos que usan toda clase de demagogia, pero debemos convencernos de que esa no es la manera. Uno tiene que debatir y luchar por los ideales, no solo deplorar que esas personas estén llegando al poder. Es necesaria una sociedad donde exista el debate, se tenga conciencia intelectual y una vida política activa. Uno tiene que luchar por distintas ideas: eso puede hacer la diferencia.
—Al final de este libro, al parecer apocalíptico, usted abre una rendija a la esperanza.
Necesitamos esperanza, no desesperación. Deberíamos estar atentos a todos los problemas y avanzar con los ojos abiertos. Nos movemos del mundo de ayer al mundo de mañana, así que debemos construir un mundo mejor, no lamentarnos del mundo de ayer.
—Por otro lado, este ensayo, donde se alzan las voces de poetas y escritores, se construye como una pieza literaria. ¿Cree en la literatura como un medio para leer la realidad de una manera más precisa?
La literatura no es sólo contar historias, no es sólo una rama de la cultura, es algo más: la posibilidad de contar la historia del mundo tal como es y como debiera ser, pero también un vehículo para reinventarlo. Soy alguien que sueña con un mundo diferente, soy un soñador, cierto. Observo el mundo, tengo ganas de ver cómo está, con lucidez, con realismo. Esto no significa que lo acepte, me gustaría transformarlo. A veces sueño con algo utópico, pero asumo este sueño porque creo que necesitamos sacudir al mundo con utopías, con sueños de un mundo ideal, aun si sabemos que no lo alcanzaremos.
—“No siempre lo peor es cierto”. Con este epígrafe de Calderón de la Barca usted anuncia el epílogo.
En un mundo en el que las poblaciones viven codo con codo y en el que tantas armas devastadoras están en incontables manos, no puede darse rienda suelta a las pasiones y las avideces personales. Si nos imaginamos que en virtud de algún “instinto colectivo de supervivencia” van a desaparecer por sí mismos los peligros, eso no es prueba de optimismo y de fe en el porvenir; es vivir en la negación, la ceguera y la irresponsabilidad.
¿Tendremos la fuerza de ánimo para recobrarnos y enderezar el rumbo antes de que sea demasiado tarde? No quiero perder esa esperanza. Qué triste sería que el transatlántico de los hombres siguiera navegando hacia su perdición, inconsciente del peligro, convencido de ser indestructible, como tiempo atrás el Titanic, antes de hundirse, en la oscuridad, al chocar contra la fatídica montaña de hielo, mientras la orquesta tocaba “Más cerca de ti, oh Señor”, y el champán corría a raudales.
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