El anhelo de realización tiene la dudosa cualidad de engendrar peligros mortales. A Miguel Ángel Vega, el deseo de triunfar en la industria del cine lo azuzó para codearse con los criminales más peligrosos de México. No actuó con ánimo de maleante, sino con vocación de periodista al servicio de la audiencia.
Durante más de una década, Vega ha ejercido un oficio reservado a los iniciados en las filas de la osadía. Gracias a su pasado como reportero de la fuente policial y a su profundo conocimiento de Culiacán y sus alrededores, se convirtió en fixer, un eslabón discreto pero vital en la cadena que sostiene a la narrativa del crimen en los medios de comunicación.
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Un fixer es “una especie de mercenario que se mueve en zonas de alto riesgo [...] para ingresar hasta lo más oscuro de la criminalidad con tal de lograr accesos a los cuales un periodista extranjero difícilmente podría acercarse”, de acuerdo con la descripción que ofrece el propio Miguel Ángel Vega en el prólogo de su libro homónimo, donde relata cómo se involucró con ese oficio que le confirió enormes peligros, pero también incontables satisfacciones. Durante los últimos años, Miguel Ángel ha conectado con los altos mandos de los cárteles a colaboradores de Netflix, Vice, History Channel, NatGeo, Univisión, entre otros.
Provisto de un arsenal de recursos que por momentos le otorgan un aspecto de relato noir y escrito con la meticulosidad de quien novela una bitácora de viajes, El fixer es el testimonio de un hombre que arriesgó su vida a cambio de la verdad. Es, también, una oportunidad para experimentar en primera persona las circunstancias que nimban la vida de algunos criminales.
En esta entrevista, Miguel Ángel Vega habla, entre otras cosas, sobre sus experiencias cercanas a la muerte, los rasgos éticos de su labor y su modo particular de enfrentar el trauma.
—A tu oficio lo acompaña una dosis perenne de riesgo mortal. ¿En algún momento te has cuestionado si ha valido la pena lo que has vivido como fixer?
Sí, en una ocasión cuando estábamos entrevistando a unos sicarios del grupo Los Aztecas, el brazo armado del Cártel de Juárez, llegó otro grupo rival y empezó a dispararnos. Aunque tenía entrenamiento militar para situaciones de alto riesgo, nunca me había tocado estar en una situación así. Es espantoso estar ahí. Recuerdo que el primer momento fue de confusión, luego vinieron la sorpresa y el temor. Finalmente, la reacción: me tiré al suelo y escuché los disparos; vi cómo los sicarios que estábamos entrevistando repelieron la agresión. Se desató una balacera terrible. Y yo pensé: ¿cómo acabé aquí? Estaba rogándole a dios que todo terminara y que pudiera salir ileso. Siempre me viene esa pregunta: ¿vale la pena todo esto? ¿Cómo he llegado a este extremo? ¿Cómo es posible que la paranoia me esté saliendo por cada poro de la piel? Sí me lo he preguntado muchas veces y tal vez es el motivo principal por el que mi faceta como fixer está llegando a su fin. Quiero terminar con esto, porque siento que ya lo viví todo. Lo único que me falta vivir es algo que no quiero vivir: la muerte. Ha valido la pena porque he conocido a gente muy talentosa, me he involucrado en proyectos internacionales que, de otra manera, no hubiera podido realizar. Ha valido la pena porque he alcanzado esa gloria, pero no sé si valga la pena que un periodista ponga en riesgo su vida para sacar adelante los sueños de otros.
—En algún momento escribes que “no existe reportaje que valga la vida de una persona”. Haces énfasis en la responsabilidad que implica tu trabajo y en la presión de hacerlo bien. Es un equilibrio delicado.
Ningún reportaje vale una vida, sea de nosotros como productores o periodistas, o sea de personas del crimen organizado. Todavía tengo en la mente a las dos personas que fallecieron durante aquella balacera en Ciudad Juárez. Es muy difícil superarlo; sabes que no fue tu culpa, pero también sabes que estuviste ahí. Y piensas: le pudo haber tocado a cualquiera de nosotros. Vivir en el temor no vale la pena.
—Tengo la impresión de que hay una especie de vanidad en los criminales que está vinculada a la muerte como espectáculo, ¿qué opinas?
Obviamente a muchos de ellos los motiva el ego, pero también debo decir que el trabajo de conexión para llegar a ellos era muy arduo. Esa dificultad se nota no sólo al buscar el acceso, sino al llegar con ellos. La primera duda que les viene a la mente es si uno es agente encubierto de la DEA. Los huachicoleros, los secuestradores, los traficantes de indocumentados, ellos no ven a la DEA como enemigo, pero los narcotraficantes sí. Había que demostrar con notas periodísticas, con enlaces de trabajos previos, con otros documentales; así ellos se quedaban más tranquilos. Lo demás era alimentar la empatía que se iba generando. Ellos me iban dando la confianza y muchos de ellos, después de grabar, me contactaron, pero yo siempre he tratado de mantener distancia. Nadie sabe dónde vivo, por ejemplo. Cuido mucho mi vida privada, trato de mantener esa barrera. Yo soy muy amable con ellos, respetuoso, empático, pero hasta ahí. Al final, te sorprenderías, son personas muy inteligentes, emprendedores, y son simpáticos. Si los vieras en la calle, no te imaginarías que una de esas personas es un asesino.
—De hecho, a varias personas que colaboran con el crimen organizado, algunas incluso homicidas, las describes en el libro como gente amable, hospitalaria, simpática.
No dejan de ser personas, seres humanos, y como tal deben ser tratados. Hay de todo: me ha tocado entrevistar a sicarios que son unos desgraciados, que disfrutan matar, pero me he topado también con sicarios que no quieren eso, a quienes la vida los ha acomodado de esa manera. En su situación no tienen otra salida que enfrentar su destino: las armas. Yo pienso que en cada criminal que vemos allá afuera, hay un fracaso del gobierno y de nosotros como sociedad, porque antes de ser criminales ellos fueron niños como cualquier otro. Irse por el camino equivocado es muy fácil, y con esta misma facilidad se juzga a los criminales. Es cierto, son malos y deberían recibir castigo por lo que hacen. Pero pienso que si el gobierno prestara atención a las zonas de donde salen los criminales, que muchas veces son lugares donde no existe desarrollo económico o social, el destino de muchos podría ser otro. Como sociedad debemos exigir a los gobiernos de México y de Estados Unidos que presten atención para evitar al ejército de Chapos que viene en camino.
—Al proponerte escribir el libro, ¿tuviste algún reparo, te autocensuraste, dejaste fuera cosas que no podías contar sobre el mundo del crimen?
No, fue un libro muy honesto. Lo único que censuré fueron nombres y lugares exactos. Los nombres, por respeto a compañeros, a personas que murieron. Censuré los nombres lugares, pero hasta ahí. En todo lo demás el libro es cristalino. Lo escribí lo mejor que pude recordar, tomando como guías las bitácoras que hacía de todas las asignaciones. Para mí fue también una especie de catarsis. De esa manera saqué mis dudas, mis temores, mis traumas, todo se quedaba en el papel y yo me liberaba.
—¿Cómo has lidiado con el trauma que prevalece en quien ha visto y vivido situaciones tan atroces?
Soy muy bueno para superar ese tipo de trauma. Una vez que llego a mi casa con mi familia, dejo todo en la puerta y empiezo de cero. Sigo con mi vida, con mis planes. Mis sueños me han mantenido mentalmente fuerte. Yo tengo aspiraciones de dirigir cine, y eso me mantiene. El compromiso que hice con mis padres, que murieron esperando el último de mis proyectos, una película titulada Antes que amanezca (que todavía no se estrena), eso hace que deseche cualquier trauma, cualquier temor o barrera que se interponga entre mí y lo que busco. He determinado dejar el oficio de fixer para dedicarme exclusivamente al cine y buscar ahí el futuro que se me ha negado hasta este momento.
—¿Se puede salir de ese laberinto habiendo entrado hasta donde entraste, conociendo a la gente que conociste?
Siempre he estado consciente de que es una puerta que abrí varias veces, y salgo de ella. Los sicarios me han dicho que ellos no pueden, pero yo sí tengo esa oportunidad. Quiero salir de esa pesadilla que me ha tocado vivir. Ya viví todo y no hay nada más que probar. Es hora de salir, cerrar esa puerta. Estoy seguro de que sí voy a extrañar la adrenalina, la emoción, pero me esperan otras metas que van a suplantar a las de un fixer.
ÁSS