La mejor novela que se ha escrito, para mí el Quijote, es la encarnación de un plural sueño cervantino. Igualmente, los fantasmas morales que asediaban a Dostoievski resultan personajizados en, por ejemplo, los cuatro hermanos Karamazov que giran en torno a una idea moral expresada por Iván Karamazov en una pregunta: ¿por qué llora el niño? Así, la novela nos atrae precisamente por sus planteamientos interrogativos que giran en torno al lector interrogándolo múltiplemente. Otro camino sigue Stendhal en una escritura que más que vehículo de su idea pone ante nosotros la interrogación constante: ¿y luego, y luego, y luego? En Hemingway, esa forma de escribir se vuelve narración pura, pero en su rival eterno William Faulkner se multiplica en mil interrogaciones más. De este modo, un novelista se lanza de cabeza al mar abierto de su empeño procurando la escritura surf: las palabras avanzan en oleaje y no se sabe cuántas olas irán hasta la playa, pero el novelista se mantiene recto sobre la tablita tratando de mantener un ilusorio aunque indispensable equilibrio.
¿Cuál será el destino de ese género en principio amorfo que es la fantasmagoría cuando se concreta en la novela? Que el teatro, luego el cine, y hasta las series de televisión (en las que a veces hay maravillas en un género por necesidad bastardo) traten de sustituir la lectura con la concreción en personajes de las personas, es decir los actores y actrices, o los dibujos mal que bien coloreados, es algo que no podemos predecir. Lo cierto es que lo novelesco que cada uno de esos géneros pretende, se formula en la creación de personajes y de hecho están allí en la pantalla o en la página para que creamos, aunque sea por un momento fugaz, en su existencia. Los fantasmas a veces se enfrentan entre ellos para ver quién es el más fuerte, es decir, el que adquiere la principal categoría, y así D’Artagnan vence a los mosqueteros en la preferencia del autor y luego del lector, o bien Huck Finn, personaje secundario en Las aventuras de Tom Sawyer, se convierte en el protagonista de un nuevo libro mejor que marcaría el sendero a los escritores puramente narrativos de la novelería norteamericana.
No sabemos predecir cuál será el futuro de la novela. Algunos piensan que ésta no tiene futuro, de modo que diríamos que irá a ciegas o dando tumbos hacia quién sabe dónde. Pero la novela seguirá existiendo, o más bien, lo novelesco seguirá buscando caminos fantasmas.
Hay quien ha imaginado que un día la novela se inyectará en las venas del “lector” de la misma manera que hay sustancias inyectables que causan delirios febriles pero manejables como por hilos que el autor tendría en las manos. No digamos que no es posible. Lo novelesco busca desde hace tiempo la ilusión concreta. ¿Quién nos propondría que personajes reales o creados los veríamos un día a través de una ventana puesta ante nosotros en una sala, como hace la televisión? La novela no morirá, aunque no sepamos a qué selva poblada o a qué desierto probable nos llevará en “alas de la imaginación” de quién sabe cuántos y cuáles autores. Pero se puede augurar que no morirá.