El infierno tan querido

La guarida del viento

¿Contemplar el sufrimiento ajeno es más atractivo que contemplar la felicidad?

'El Jardín de las delicias', el gran tríptico del Bosco, en el Museo del Prado.
Alonso Cueto
Ciudad de México /

Damos por hecho que los seres humanos buscamos el bien, el desarrollo y la mejora para todos nosotros. A eso apuntan el éxito de todos los manuales de autoayuda, los consejos de los psicólogos y psiquiatras, las recetas de pastillas, los amigos y los cónyuges bien intencionados. Las propagandas prometen la felicidad con los productos de alguna tienda. Y sin embargo, el mal, el sufrimiento, el dolor nos sigue fascinando y atrayendo de algún modo.

Hace poco, la universidad Miguel Hernández de Elche, en España, hizo un análisis de las personas que se detenían a ver El Jardín de las delicias, el gran tríptico del Bosco, en el Museo del Prado. El cuadro está dividido en tres partes. A la izquierda aparece el Jardín del Edén (allí Dios le presenta a Adán a Eva, recién creada). En la sección central del cuadro aparece una gran muestra del desenfreno sexual en el que cae la humanidad. Allí se puede ver todo tipo de relaciones heterosexuales y homosexuales, y también escenas onanistas. Finalmente, a la derecha aparece el infierno con su exhibición de castigos, llamas y torturas, y la visión de una ciudad humeante.

Los investigadores de la universidad Miguel Hernández descubrieron que los visitantes se detenían más tiempo frente al infierno. En promedio las imágenes de torturas y castigos del infierno atraían treinta y tres segundos de la atención de los visitantes frente a los veintiséis segundos de la lujuria de la tabla central y los dieciséis del paraíso. En otras palabras, la mayor parte de los asistentes se queda más tiempo frente al infierno que frente al paraíso. Contemplar el sufrimiento es más atractivo que contemplar la felicidad. Según ese estudio, estamos más atraídos por el mal o el castigo, o en todo caso la lujuria, que por la vida feliz y tranquila.

En estos días, nos enteramos del accidente de un sumergible que llevaba a cinco pasajeros para explorar los restos del Titanic, hundido por su choque con un iceberg en su viaje inaugural en 1912. El trayecto era considerado un “viaje turístico”. Su propósito era viajar verticalmente al fondo del mar durante ocho horas a lo largo de los tres mil ochocientos kilómetros necesarios, cerca de Terranova. Todo para ver los restos del barco. El costo era de doscientos cincuenta mil dólares por persona. La nave estaba comandada por el experimentado Paul-Henry Nargeolet, quien en alguna ocasión rescató el casco del Titanic. Este interés por el descenso en las profundidades parece ser otra muestra de la fascinación por lo maligno, es decir por los restos de la muerte. Descender al lugar donde los pasajeros encontraron su infierno submarino, es una tentación o lo era para todos ellos. Explorar la muerte es un antiguo afán de todos.

La palabra “infierno” viene del latín y quiere decir “de las regiones bajas”. Está ligado en su origen a “inferior”. La frase “el infierno tan temido”, atribuida a Santa Teresa, tiene un alcance parcial. También es un infierno querido por muchos y desde antes que el Bosco lo retratara.

AQ

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