'El irlandés', por Avelina Lésper

Casta diva

"En la película de Scorsese, la corrupción es el gran personaje, la idiosincrasia folclórica de la clase que detenta la fuerza de decidir", escribe Avelina Lésper.

Robert de Niro es Frank Sheeran en 'El irlandés'. (Cortesía: Netflix)
Ciudad de México /

Hay que temer a la envidia, más que a la fuerza del ejército enemigo. Hay que temer a la propia codicia, más que a la codicia del enemigo y hay que cuidarse de los aliados, de esos que nunca mostrarán el rostro mientras sacan la espada, es la esencia de Julio César y es la escuela del Príncipe. Las ruindades y glorias del poder, sus putrefactas entrañas y el camino más certero para alcanzarlo están en los versos de Shakespeare y en la tesis de Maquiavelo. El irlandés, película de Martin Scorsese, la descripción de la arrogancia del poder parece inspirada en las dos obras del Renacimiento, de ese periodo de la Historia en que la elocuencia y el asesinato fundaron imperios. 

El líder sindical Jimmy Hoffa, como Julio César, se deja arrastrar por su propia demagogia y egolatría, populista que conoce los sentimientos que desatan la lealtad de la masa, sabe que la venganza de clase es un deseo que nunca se sacia, y que prometerla genera una lealtad inquebrantable. El personaje de Al Pacino es el líder esperpéntico y ridículo, oratoria inmediata, su constante dar y dar, en la medida en que crece la fe, aumenta su miedo.  En el poder no hay lealtades, hay oportunidades, el servilismo se transforma, los privilegios no compran la seguridad de mantener la corona y la vida. Marco Bruto, leal servidor, lleva la acción, Robert de Niro, tiene encomendada la vida del líder y será él quien deba quitársela. Casio, Joe Pesci, intriga, y trama la solución que desde el Renacimiento hizo de la política el arte del asesinato, el líder que rompe con el equilibrio del poder adelanta su caída. Maquiavelo nos advierte la diferencia entre ser un príncipe temido o amado, que el príncipe demasiado benévolo deja que el reino caiga en la violencia y la rapiña, es fácil de invadir y dominar, y su pueblo terminará por perderle el respeto. El balance ideal es ser al mismo tiempo temido y amado, es muy difícil de lograr, entonces se debe elegir ser temido, el ejemplo es César Borgia, con crueldad consiguió unificar su reino.

En El irlandés, el líder es temido y justamente lo asesinaron sus cercanos, los que él amaba. La corrupción es el gran personaje, el orgullo del gremio, la idiosincrasia folclórica de la clase que detenta la fuerza de manipular y decidir. La anécdota “histórica” que pueda ser el argumento describe cómo el Renacimiento o el sindicalismo norteamericano de la época de Kennedy, o el populismo actual, tienen la misma conducta y comparten el drama de las verdaderas motivaciones de la ideología. Dictadores, príncipes, sindicalistas, o líderes populistas, ahí están todos, cada siglo, devorando los cadáveres de sus antecesores, construyendo sus tumbas con las ruinas de sus estatuas.


ÁSS

  • Avelina Lésper

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