El kibutz

Ensayo

Los terribles acontecimientos ocurridos recientemente por el ataque terrorista en Israel conducen al autor de este ensayo a rendirle tributo a las admirables granjas colectivas israelíes, que nacieron bajo la idea de crear un mundo mejor.

Kibutz Gan-Shmuel al norte de Israel. (Wikimedia Commons)
Guillermo Levine
Ciudad de México /

Ante los terribles acontecimientos ocurridos la semana pasada por el ataque terrorista en Israel (octubre 7, 2023), decidí adelantar este espacio para dedicarlo como un tributo a las admirables granjas colectivas llamadas kibutz (singular kibútz; plural kibutzím, en hebreo), porque en sus orígenes marcaron —y lo siguen haciendo— casi la definición del cooperativismo civil voluntario y de la asociación de vidas en la búsqueda de un mundo mejor. Paradójicamente, en una de ellas (kibutz Be’eri) ocurrió otro de esos desgarradores episodios de la violencia de nuestra época.

El kibutz fue creado por pioneros del movimiento sionista de inicios del siglo XX, que en la entonces Palestina bajo control del gobierno inglés buscaban la refundación de un “hogar nacional judío” como un lugar para establecerse y crear un nuevo país, uno donde pudieran refugiarse de las persecuciones étnicas y religiosas que en algunos lugares de Europa les hacían la vida prácticamente imposible: antisemitismo y matanzas masivas conocidas como pogroms, que terriblemente culminarían décadas después con el Holocausto durante la Segunda Guerra Mundial. Eso fue la puntilla que motivó (obligó, más bien) a la creación del Estado de Israel en mayo de 1948, como un territorio propio para llegar a ser un país “como todos los demás”.

Esas granjas colectivas estaban impulsadas por idealizaciones de tipo socialista y de reunión con la tierra, para recuperar lo que a los judíos europeos les estaba prohibido por ley: la agricultura. Durante decenios los colonos apátridas provenientes de Europa y de otros países llegaron a tierras semidesérticas compradas a los pobladores locales y, además de establecerse en algunas incipientes ciudades (Tel Aviv fue fundada en 1906), crearon granjas comunitarias inspiradas en las ideas del socialismo utópico propugnado, entre otros, por el pensador y novelista ruso León Tolstói (1828-1910). De hecho, el esquema comunista de las granjas colectivas sigue vigente hasta la fecha, aunque con actualizaciones que aquí expondremos.

El primer kibutz, Degania, fue creado casi cuatro décadas antes de la declaración de independencia de Israel de 1948. Ese, y la mayoría de los que le siguieron se instalaron en sitios generalmente desolados, lo cual incidió directamente en su forma de vida. Sus habitantes secaron pantanos y lucharon contra enfermedades, lidiando además con graves problemas de seguridad. Fueron en gran medida los kibutzim los que determinaron en el mapa las posteriores fronteras de Israel, y aportaron al desarrollo de la sociedad tanto en la defensa como en la educación y el trabajo agrícola. El peso de su significado y simbolismo siempre fue mucho mayor que su mínimo porcentaje de la población en general, y varios primeros ministros fueron miembros de un kibutz, comenzando con el fundador del estado, David Ben-Gurión.

En noviembre de 1947, la recién creada ONU votó en favor de la partición de lo que hasta entonces era Palestina, un territorio bajo control del imperio británico y antes bajo el otomano, y desde tiempos casi inmemoriales botín muy ansiado por estar en el paso entre Europa, Asia y África, justo donde termina el Mediterráneo. Como resultado de esa división (un asunto geopolítico de finales de la era de los imperialismos), Palestina desapareció y dio lugar a dos hasta entonces inexistentes estados: Jordania e Israel. Los palestinos se convirtieron desde entonces en un "no-pueblo", ignorado por todos y utilizado por el fundamentalismo árabe hasta la fecha. Pero a la vez, Israel es un pueblo-país muy antiguo, de al menos dos mil años atrás, con una enorme tradición religiosa y cultural.

De hecho, durante la partición, Israel abrió las puertas a la inmigración palestina, pero solo pocos la aceptaron, precisamente por la intervención de los líderes políticos que les aseguraron que la guerra de 1948 solo iba a durar unos días, y mientras deberían refugiarse en la entonces no muy poblada zona de Gaza. Aparte, una de las primeras disposiciones del recién creado Estado de Israel fue la "Ley del retorno" de 1950, brindando seguridad jurídica y nacionalidad directa a todos aquellos inmigrantes judíos refugiados que lo solicitaran, y a sus descendientes.

Muchos no estamos de acuerdo con la política de Israel (y allí mismo durante meses ha habido protestas masivas), pero eso no impide ver y saber que es la única democracia real del Oriente Medio —en donde, por ejemplo, las mujeres no sufren de ningún tipo de opresión—, y que hay partidos árabe-israelíes con representación en el parlamento (la Knéset), además de que el árabe y el hebreo son idiomas oficiales. Si se reprueban los manejos de los “territorios ocupados", igual escandaliza la manipulación y la ignorancia de los fundamentalistas árabes que usan la miseria de los refugiados palestinos para continuar con el triste estado de cosas.

No fue sino hasta la guerra de 1966 cuando un segmento de la opinión pública dio un giro para ponerse en contra de Israel, pues hasta ese entonces era visto como un pequeño y casi heroico país rodeado de millones de enemigos hostiles.

La desafortunada situación sigue... y seguirá, y mientras, el odio de ser un adolescente palestino a quien le mataron a su primo y ve su aldea destruida sigue en aumento, similar al de esos israelíes que perdieron familiares en alguno de aquellos salvajes atentados suicidas. Como dijo la ex primera ministra Golda Meir en su autobiografía, los niños no nacen odiando: se les enseña a odiar, y esa no deja de ser una de las fracasadas características de nuestros tiempos, cuando gracias a los avances científicos y humanos las cosas deberían ser mucho mejores.

Es importante saber que Israel es un país con logros desproporcionados con respecto a su muy reducido tamaño, y que bien pudiera representar un camino de progreso para la zona. De hecho, la frontera se conoce como la “línea verde”, porque de un lado es desierto y del otro es prácticamente un vergel con agricultura productiva y altamente tecnificada.

Israel pasó de ser un país semirrural a ser un país semiurbano. Han disminuido aquellos hermosos e ilimitados campos verdes irrigados y los naranjales que se veían por doquier, para ser reemplazados por las autopistas que ahora lo inundan todo. No solo eso, sino que en todos lados, menos en el sur (desierto del Néguev), se tiene la impresión de no estar en un entorno urbano típico, aunque tampoco en el campo, sino en una situación intermedia, y para donde se voltee hay colinas verdes no muy lejos, e igual edificios modernos y grúas de construcción.

Y sí, muchos kibutzim perdieron sus campos de cultivo porque el gobierno se los compró para construir carreteras. Además, en algunos casos también ya casi dejó de ser aquella isla de comunismo primitivo para convertirse en una especie de zona-dormitorio de lujo para algunas parejas jóvenes que no quieren sentirse tan alejadas del sueño original. Quienes regresan a los kibutzim por lo general nacieron allí y luego se fueron, para años después volver con sus familias; el kibutz los acepta porque son hijos de ex miembros en búsqueda de lo mejor para su futuro dentro de ese ambiente extraordinario.

Esas familias deben pagar una buena cantidad al ingresar, pasando antes por un periodo de pruebas para ver si tienen las cualidades necesarias para convertirse en miembros de la pequeña colectividad.

El modelo comunitario característico del kibutz se convirtió en una de las más importantes tarjetas de presentación del país. El lema era que cada uno trabaja para el bienestar colectivo y recibe según sus necesidades. Durante décadas, eso funcionó, aun cuando los ideales comunitarios eran más fuertes que los resultados económicos.

Pero la crisis económica vivida en Israel en la década de 1980 desencadenó una revolución. “Si no hacíamos cambios, corríamos el riesgo de desaparecer”, explica un portavoz del movimiento kibutziano. “La economía de muchos kibutzim se estaba desmoronando y fue inevitable comenzar un proceso de privatización”, lo cual desencadenó una transformación que incluyó salarios diferenciados, espacios individuales y privatización.

De esa forma, el igualitarismo absoluto y total, desapareció en la mayoría de los kibutzim. De los 273 existentes, 188 adoptaron el “nuevo modelo”, que incluye salarios según el trabajo de cada miembro. Además, fueron privatizados diferentes servicios que antes todos recibían sin pagar por ellos. El presupuesto destinado se divide entre los miembros y cada cual decide en qué gasta su dinero, aunque usualmente en un kibutz no circula ni moneda ni automóviles pues no se requieren. Otro paso fue permitir la propiedad privada, como por ejemplo la compra de un auto particular para ir a la ciudad o salir de paseo, lo cual antes era impensable porque los pocos vehículos disponibles eran de propiedad colectiva.

El kibutz es tanto un valor como un compromiso personal y social. (Wikimedia Commons)

Hasta principios de este siglo, el salón comunitario donde se desayunaba, comía y cenaba todos los días era un polo principal de la vida social de las granjas. Hace décadas cerraron también las “casas de los niños”, donde los pequeños de las familias del kibutz pasaban todo el día con sus maestras (locales), y también la noche. Primero los infantes comenzaron a dormir en las casas de sus padres, y luego esos espacios de educación comunitaria se convirtieron en jardines de niños.

Los medios de producción continúan siendo comunes, y temas como la educación y la salud se manejan en forma colectiva, así como el medio ambiente y los grandes espacios verdes. “Antes, el kibutz tenía miembros” (javerim, que en hebreo también significa “amigos”), “y ahora son los javerim los que tienen un kibutz”, dice el secretario de uno de ellos, en referencia a que la gente continúa viviendo en ese marco porque así lo desea, pero habiendo logrado ajustar algunas de sus características. “Antes, el colectivo era lo central, lo primordial. Ahora está claro que la felicidad del individuo está en el centro y ello incluye su elección de que el kibutz siga existiendo, pero adaptado a la nueva realidad”.

A pesar de los cambios (que no todos los kibutzim adoptaron, porque algunos decidieron continuar con distintos matices de colectivismo e igualdad plena), el kibutz como institución se mantiene también como estructura jurídica, pues es tanto un valor como un compromiso personal y social.

Al día de hoy, este sorprendente experimento social sigue vivo y, aunque su población conjunta es de 120 mil personas —menos del 1.5% de los 9 millones de habitantes del país—, produce la tercera parte de la agricultura nacional y es semillero de innovaciones tecnológicas (allí se inventó, por ejemplo, el riego por goteo), con desarrollos de software, alimentos, óptica industrial y elementos médicos. Aportó igualmente manifestaciones artísticas y culturales de influencia duradera en la historia y la cultura nacionales.

Desde hace años, el Centro de Innovación México-Israel ofrece programas dedicados a universitarios y jóvenes rurales hijos de productores, con residencias de algunos meses en un kibutz para tener experiencias en agricultura, servicios comunitarios, tecnificación e innovación en sistemas de producción y en manejo sustentable del medio ambiente; en ellos también ha participado la Universidad Autónoma Chapingo.

Y sí, tal vez un terrible signo de la realidad sociopolítica mundial es ver que las cosas se degraden por una mezcla entre miseria e ignorancia, por un lado, y fundamentalismos por el otro, y el resultado es que todos pierden, cuando bien podría —y debería— ser al revés.

Guillermo Levine

fil.tr.int@gmail.com

AQ

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