Resulta interesante que Maite Alberdi, habiendo producido el documental La memoria infinita haya renunciado al género para crear la ficción El lugar de la otra (estreno de Netflix), obra chilena que todo amante del arte tiene que ver.
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Olvidemos que la historia está basada en un hecho real. Veámosla así, como una ficción de misterio en torno a una mujer que mató a un hombre. La escritora María Carolina Geel se volvió más famosa por esta muerte que por sus novelas, pero fueron estas, quizá, quienes la llevaron a matar.
La Vampiresa (como la apoda la prensa amarillista) aparece en un restorán adinerado. No hay discusión, pero de pronto Carolina Geel se ha levantado, ha sacado del bolso una pistola y ha disparado a matar. ¿Era su amante?, pregunta el fiscal. No, responde ella. No era mío. Esta afirmación contiene la ideología de esta mujer que encuentra que las etiquetas imposibilitan amar. Todo lo contrario del masculino: “la maté porque era mía”.
El lugar de la otra invita a pensar en la posibilidad de que Greel se haya metido tanto en el mundo de las mujeres en prisión (que documentó en su novela Cárcel de mujeres) que por eso decidió lanzar sobre sí los reflectores en el peor modo posible. Hay otra frase importante: “No voy a ir al manicomio”, dice la asesina. Ella asume las consecuencias de matar a quien no le pertenece.
Hay, además, algo muy eficaz en El lugar de la otra. Y es justamente “la otra”, quien no es, como podría pensarse, la mujer que ha quitado a Greel lo que no le pertenece. Es Mercedes, la secretaria del juzgado. Alberdi, en una sola ficción, reúne a cuatro mujeres que resultan fascinantes por haber exigido el respeto que merecen. Están pues, la escritora asesina, la secretaria a quien todos ningunean y Alberdi, una directora que se perfila ya como una de las mejores narradoras en América Latina. Hay, además, una mujer insospechada que corona el cuarteto: Gabriela Mistral, quien escribió en torno al caso una suerte de “Yo acuso” en que se queja del juicio que se lanzó contra la mala mujer cuando, asume que si hubiera sido un hombre la pena no hubiera sido tal.
Ahora bien, desde el punto de vista estrictamente fílmico, lo más importante de destacar en El lugar de la otra es la interacción entre Elisa Zulueta, la secretaria del juzgado, y la asesina. Es en la sutileza de las miradas y en la cautelosa complicidad que se establece entre ambas donde podemos admirar no sólo la destreza de Alberdi para trascender un chisme policiaco y construir con él un manifiesto a la altura de Mistral. María Carolina Geel es todo lo que Mercedes desea para sí, lo entendemos cuando inspecciona su apartamento, cuando recupera una cámara para retratar el modo en que están tratando a la escritora en el manicomio. Es en esta interacción histriónica donde brilla el arte, pues da lugar a un concepto que, por estar tan manoseado, vale la pena pensar: ¿qué es la misericordia? Ser capaces de poner tu corazón en el corazón del otro. En ello estriba el secreto del título y de los giros, las miradas y, quizá, la compasión. No se trata, por supuesto, de un trivial elogio del asesinato ni de la manoseada simpatía por el mal, se trata de ser mujeres así, como Alberdi, como Geel, como Mercedes, como Mistral. Tener la virtud de poner por encima de la locura que implica quitar la vida de lo que no posees el desafío vital de ideas que pueden emancipar o llevar a una mujer desesperada a destruir una existencia en la que aparentemente tenía todo para ser feliz.
El lugar de la otra
Maite Alberdi | Chile | 2024
AQ