Conocemos el aspecto físico de la reina Nefertiti por un busto de yeso que fue encontrado intacto en 1912 entre los restos del taller del escultor Tutmosis en las ruinas de Tell el Amarna por el arqueólogo alemán Ludwig Borchardt. A partir de entonces, el exquisito busto viajó a Alemania y recorrió un largo camino pasando por una mina de sal en Turingia durante la Segunda Guerra Mundial, hasta el día de hoy donde se exhibe en el Museo Neues en Berlín. Y desde la caja blindada donde se encuentra captiva, su belleza nos persigue como una maldición.
Es mucho lo que no sabemos de Nefertiti y aun así queremos seguir su rastro en la Historia y descubrir su destino. Su nombre significa “la bella ha llegado”, y se cree que nació aproximadamente en el 1370 antes de nuestra era y se convirtió en la Gran Esposa Real cuando se casó con Amenhotep IV, conocido como el faraón Akenatón, probablemente a los trece o catorce años.
A Akenatón se le llama el faraón hereje porque se deslindó de la autoridad sacerdotal del culto de Amón y de la multiplicidad de dioses que existían en Egipto, para adorar a un solo dios bajo el aspecto del sol que corona el horizonte y que da vida a todo lo que toca con sus rayos. Construyó una ciudad en el desierto donde gobernaría por aproximadamente 17 años, pero bajo constante presión política para regresar al politeísmo.
En los grabados en piedra podemos observar a la familia real adorando al sol: el faraón, la reina Nefertiti y sus hijas. En su momento, la reina gozó de un estatus prácticamente de corregente. Fue una mujer con mucho poder pues no sólo era mediadora de la divinidad solar, sino que fungía como diplomática y era pintada conduciendo un carro de guerra y aplastando a sus enemigos como si fuera un faraón. Bella, poderosa, divina, y, sin embargo, su vientre sólo concebía niñas y Akenatón ansiaba un heredero varón. Después de haber dado a luz a seis hijas y de haber sido la favorita, Nefertiti se enfrentó a la cruda realidad de tener rivales en su alcoba.
Un niño, Tutankatón, nació por fin para ser el heredero destinado a regresar al redil y devolverle el poder al sacerdocio de Amón, cambiando su nombre al de Tutankamón.
De Nefertiti se sabe poco en los últimos años del reinado. Algunos especulan que murió, otros que escribió una carta al rey hitita en busca de ayuda o que fue corregente del infante Tutankamón durante un par de años bajo el nombre del faraón Smenejkara, un gobernante del que prácticamente no se sabe nada.
Sin duda fueron años turbulentos en los que la dinastía se quedó sin herederos y los tejemanejes de la sucesión permanecen ocultos aún entre la oscuridad y la violencia que se suscitó a la muerte de Tutankamón.
La pareja real se vuelve innombrable, sus casas y templos son destruidos, sus sepulturas destrozadas.
Tendrían que pasar 3 mil 500 años para que la belleza deslumbrante de una mujer olvidada de la antigüedad nos hablara desde las ardientes arenas del desierto.
AQ