Toda buena novela parece haber sido escrita para ti, afirma el protagonista de El misterio del Sr. Pick, obra que participa en la vigésimo tercera edición del Tour de Cine Francés. Esta verdad resulta cierta también en el caso del cine: una buena película parece escrita y dirigida para ti. El misterio del Sr. Pick es una buena película. Dirigida por Rémi Bezançon, trasciende la anécdota e introduce al espectador en el misterioso amor por la literatura.
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Basada en La biblioteca de los libros rechazados de Foenkinos, la película cuenta la historia de Jean-Michel Rouche, un ácido crítico literario que interpreta (como siempre, en modo hilarante y profundo) Fabrice Luchini. La aventura de Jean-Michel consiste en desenmascarar a un pizzero ya muerto que, se dice, ha escrito una pequeña joya literaria sin haber leído nunca nada y, lo más sorprendente, sin haber escrito durante toda su existencia nada más que una desabrida carta para su hija pequeña.
Rouche es, en esta ficción, el más importante crítico literario de París; sus lectores se introducen respetuosos y fascinados en sus ensayos sobre narrativa o ríen con la forma terrible en que destroza los libros que no le gustan. A los autores franceses les sudan las manos cuando aparecen en su programa de televisión. Y sin embargo, Jean-Michel Rouche es uno de esos hombres de los que hablan Shakespeare o la Biblia: ha ganado el mundo pero ha perdido el alma. Y ha perdido, por tanto, el gusto de vivir. Por eso, cuando se burla en torno a la posibilidad de que un pizzero (analfabeta funcional) haya escrito una novela que cita en forma erudita y conmovedora a Aleksandr Pushkin, cuando se atreve a ser incorrecto políticamente y pierde a su mujer, su trabajo y su prestigio, lejos de entristecerse, se entusiasma.
Y es que el trayecto narrativo de Rouche va de la duda al entusiasmo. En este salto, Jean-Michel ofrece una lección de lo que la crítica literaria —y, por tanto, la crítica de cine— debe ser. Un buen crítico, como un buen filósofo, no se mueve por la duda, como pensaba Descartes, sino más bien por el asombro, como pensaba Santo Tomás. Así Rouche, empujado por su investigación, viaja a un claustrofóbico pueblo en el norte de Francia y descubre que más que recomendar, lo que un crítico debe hacer es contagiar a sus lectores de entusiasmo.
Por ejemplo, en su investigación descubre a una mujer que le dice: “yo traté de leer Eugene Onegin porque en la portada salía un tipo con una pistola y yo pensé que sería de asesinatos, pero es poesía y a mí la poesía no me gusta nada”. Rouche parece escandalizado al principio, pero en el entusiasmo de esa mujer por los libros de criminales reconoce también el entusiasmo de una lectora de verdad.
En el universo de El misterio del Sr. Pick, el crítico es alguien que puede volver a enamorarse cada que abre un libro que huele a nuevo y por eso termina comentando con su nueva novia el asombro que le produce el nuevo libro que está leyendo. Ahora, si hay algún defecto en El misterio del Sr. Pick, es que está influida por François Ozon, pero ¿no habla este hecho del afecto del director por uno de los mejores cineastas de Francia? Creo que el cine y la literatura son experiencias similares al vino rojo. Hay mucho cretino por ahí dando lecciones de lo que el vino debe ser, pero alguien que realmente gusta de un buen vino lo bebe junto a su amante (que puede ser un libro) y lo disfruta y lo comenta entusiasmado. Poco más.
ÁSS