El pasajero del hielo

La guarida del viento

El escritor estadunidense Cormac McCarthy pone el reflector en la violencia y la culpa que carcome a nuestras sociedades.

Escena de la película 'The Road', 2009. (Dimension Films)
Alonso Cueto
Ciudad de México /

El libro más reciente de Cormac McCarthy, The Passenger, se inicia con una descripción cristalina de una mujer encontrada en la nieve con su pelo “dorado” y “cristalino”, y sus ojos congelados y “duros como piedras”. La imagen es espectral y pronto descubrimos que se trata de Alice, una joven extraordinariamente bella que se ha ahorcado poco antes. Luego comprobaremos la trascendencia que tiene Alice en el libro. El amor rendido que su hermano Bobby siente aún por ella después de muerta es una de las constantes de la novela.

Bobby tiene una intimidad con la muerte. Su profesión es la de buzo rescatista y en una de las primeras escenas se sumerge en el mar a las tres de la mañana para buscar los restos de un avión accidentado en el Golfo de México. Cuando lo encuentra, descubre que hay un cuerpo faltante, el del pasajero misterioso, entre los restos de los demás (“el pelo flotando”, “los ojos vacíos de especulación”). El pasajero desaparecido va a ser uno de los temas obsesivos en la novela.

Siempre hay algo que falta en su vida. El apellido de Bobby es Western, lo que nos recuerda que en las novelas de McCarthy uno de los grandes temas es el destino de la cultura occidental. Uno concluye que tanto en sus celebradas novelas sobre el Oeste americano como aquí, el gran tema de McCarthy, que cuando era niño sufrió disparos accidentales en ambas piernas, es el de la violencia y la demolición de la cultura en la que vive.

Ese era el tema precisamente de The Road (La carretera), su novela anterior, publicada hace dieciséis años. En El pasajero, aparecen las alucinaciones de Alicia atormentada por un personaje llamado Kid y los tormentos de la culpa de Bobby por ser hijo del inventor de la bomba de Hiroshima. En este clima de delirio riguroso, la novela está escrita con una prosa dura y llena de hechizo. No es fácil sostener la lectura entre todos los datos, los ritmos y las sutilezas que nos ofrece. Es una experiencia que nos recompensa por la riqueza de su lenguaje y por la naturaleza de la relación de amor de Bobby hacia Alice.

El incesto nunca se consuma pero se trata de una obsesión mutua. No hay nadie más bella, más inteligente, más talentosa para las matemáticas, ni más perdida en el universo que Alice. Desde “La caída de la casa de Usher” sabemos que no hay un amor más puro y eterno que el que uno siente por una hermana perdida. El incesto, ese gran tema que Esquilo consagró, que el isabelino John Ford llevó a su esplendor en Lástima que sea una puta y que Rulfo y García Márquez diseminaron en sus obras, está aquí bajo la forma de un rostro que marca la novela desde la primera frase. En una de sus raras entrevistas televisivas (con Oprah Winfrey), McCarthy afirmó que los hombres no conocen a las mujeres. Esta novela parece contradecirlo. Pocas mujeres tan expuestas como aquí Alice. Y en unos pocos días, a inicio de diciembre, tendremos la novela que sigue a ésta, Stella Maris. Nuevas aventuras de culpas obsesivas y amores locos, que las novelas nos ayudan no a comprender pero sí a sentir.

AQ

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