La tradición del cine europeo se formó en el teatro; la del cine de Hollywood en el circo. Hasta hoy se notan las diferencias. La película francesa Los hijos del rey termina por ser acartonada porque el director no consigue sacar adelante una buena historia solo con buenas actuaciones. El tema se come a la película y deja de ser interesante a pesar de que tiene lugar en un momento tan importante para Europa que no es exagerado decir que un monarca, por no aceptar su homosexualidad, termina por hundir a Francia.
Los hijos del rey cuenta la juventud de Luis XV. La película comienza con un niño indefenso a quien su nana defiende del ejército de médicos que a decir de ella han diezmado con sus malas artes a la familia real. Cuando el joven Luis puede volver a Versalles para casarse con una princesa que todavía juega con muñecas, el palacio más que grandioso le resulta frío. Podría creerse que la arquitectura está aplastando al monarca pero no. Es la historia la que aplasta al director. La tradición francesa fue capaz de crear una de las películas más grandiosas de la historia, La pasión de Juana de Arco, solo con la actuación de María Falconetti y un montaje que sigue a la letra a la escuela rusa. Pero Marc Dugain no es Carl Dreyer a pesar de que en Los hijos del rey quiere emular la tradición de su país contando de modo simple lo más complejo. No es tanto que las actuaciones sean malas. El problema está en la narración. Dugain no se atrevió a contar los elementos más controvertidos de la historia pues en el mundo esquizofrénico que vivimos son políticamente incorrectos. Los biógrafos de Luis el Bien Amado hablan de una homosexualidad que se manifestó a edad muy temprana. Cuando el niño creció, trató de demostrar su virilidad hundiendo al país en más guerras y más pobreza. En esta película el niño meditabundo lo único que dice es que lamenta que el cardenal haya corrido de la corte a su “amigo particular”, el que le enseñó que en el mundo del placer hay algo más que mujeres. Ya se sabe qué. A Marc Dugain le ha dado miedo mostrar la sexualidad de un muchacho tan joven para que no vayan a juzgarlo de pervertido. Tendría que haber visto que hay magníficas películas que tocan este tema con contundencia y sencillez. En Coronel Redl, por ejemplo, basta con que un hombre mayor coloque discretamente su mano sobre la de un jovencito para que uno entienda qué está sucediendo. Y queda claro. Muerte en Venecia es tan sutil que se dice que en la España de Franco la doblaron de modo que el público pensara que Gustav mira a Tadzio embelesado porque en realidad ve a un hijo que perdió en la juventud. A decir verdad, no sé si una alteración de semejante tamaño sea posible. Lo que sé es que la homosexualidad del joven Luis debió haber jugado mucho más pero Dugain sabe que hoy, en que se banaliza el sexo, uno puede ser juzgado de pervertido por recordar cosas que Freud escribió en 1905. Mucho se hubiese entendido de la vida de Luis el Bien Amado si Los hijos del rey hubiese tenido la sutileza de una película como Las amistades particulares de 1964. Pero el tiempo que vivimos es raro: las buenas conciencias se escandalizan por tonterías y al mismo tiempo la publicidad y los medios masivos presentan al mundo historias e imágenes perversas. La lucha del joven Luis con sus deseos homosexuales pudo haber producido una gran película; por desgracia, Los hijos del rey no lo es.