Pensar con rigor, la clave de la supervivencia

Ensayo

Las decisiones de un individuo inciden en el cambio social, afirma la autora en este ensayo, y señala la necesidad de asumir con responsabilidad las acciones derivadas de nuestras ideas, ser conscientes de nuestros actos en todo momento.

'El Pensador', de Auguste Rodin. (Shutterstock)
Elena Enríquez Fuentes
Ciudad de México /

El poder del pensamiento propio

¿Cómo enfrentar aquello que nos avasalla, afecta o lastima? Pensando por nosotros mismos. Pensar, comprender, ha sido la raíz de transformaciones tanto personales como de la humanidad, hacerlo contribuye a liberarnos, permite cumplir nuestros deseos, conduce a respuestas y soluciones. Pero ¿cómo hacer de mis pensamientos una vía para resolver desde mis problemas cotidianos hasta dilemas existenciales? El camino es pensar con rigor.

Emmanuel Kant nos mostró una ruta, gracias a su deseo de obtener conocimiento confiable, trazó un método para pensar con rigor, transformó al mundo de su tiempo y sus logros conservan vigencia. Gracias a sus hallazgos comprendemos: la verdad no existe como algo irrefutable, el conocimiento tiene una validez temporal porque nada es cómo lo percibimos o entendemos. Nuestra percepción sólo nos permite tener aproximaciones circunscritas a un tiempo y espacio determinados, de ellas se desprende nuestra noción de realidad. De esos acercamientos está hecho el conocimiento, a partir de él creamos conceptos, paradigmas. Cada persona, de un modo consciente o no, crea una idea del mundo, de sí misma y su entorno, esa concepción es el soporte de sus acciones, los actos de cada individuo contribuyen de un modo determinante a conformar la realidad donde habitamos todos. Si queremos tener algún control de nuestra vida, de su rumbo y de la satisfacción de nuestras necesidades, es indispensable revisar constantemente cómo concebimos nuestras ideas y constatar su validez, en eso consiste ejercer un criterio.

Todo conocimiento requiere ser objeto de un análisis continuo, las respuestas de Kant hicieron evidente: cada individuo es responsable de la gestación de sus ideas, de la forma como se construyen sus juicios y con ellos de sus actos. Su filosofía abrió las puertas a la modernidad porque colocó la vida de cada persona en sus manos. Su análisis de cómo concebimos la realidad hace imposible sostener cualquier fundamentalismo, como no sea un acto de fe, asimismo, posibilita la construcción de acuerdos, concebidos como la conciliación de voluntades, con pleno conocimiento de su validez temporal.

Kant coronó su obra con la intención de alcanzar La paz perpetua, como llamó a su último libro. La filosofía kantiana nos obligó a pensar con rigor si queremos trazarnos un destino y no ser víctimas de él.

Con apego al pensamiento de Kant, cuya influencia marca la filosofía posterior a él, podemos afirmar: sólo tenemos conjeturas refutables, la verdad nadie la conoce. Ese conocimiento puede ser un estado de consciencia y obligarnos a evaluar de un modo permanente nuestras referencias, opiniones propias y ajenas, fuentes, influencias, revisar de dónde proviene la información, preguntarnos ¿aún está vigente lo aprendido en la familia, escuela o vida profesional?, ¿debo creer a los medios de comunicación, redes sociales o influencers?, ¿a quién escuchar y cuándo?, ¿cómo, dónde y en qué sustentan sus juicios aquellos en quienes confío? Asumir la responsabilidad sobre cómo y con qué nutro mis pensamientos es ineludible para tener control de mis decisiones, actos, de mi presente y futuro, por tanto de mi supervivencia.

Ser feliz para la mayoría es consecuencia de trascender sus circunstancias. El entorno donde coexistimos y contribuimos a conformar siempre nos enfrenta a adversidades. Sin embargo, no somos víctimas, asumir la responsabilidad sobre cómo vivimos da altas posibilidades de tener la vida deseada. Pensar con rigor para tratar de comprenderme a mí mismo y al mundo, impide que sea sumiso, manipulable. Abandonarme me hace vulnerable, produce insatisfacción y me puede destruir. Si dejo de pensar por mí mismo, con rigor, coloco mi vida en manos de otros, me convierto en esclavo por voluntad propia.

La ética es una herramienta muy útil para trascender las circunstancias. Fernando Savater concluyó alguna vez “[…] después de tantos años estudiando la Ética, he llegado a la conclusión de que toda ella se resume en tres virtudes: coraje para vivir, generosidad para convivir y prudencia para sobrevivir”. Cuando evaluamos nuestros actos, es decir, observamos el efecto de las decisiones y sus consecuencias, en nosotros mismos, los demás y el medio, entendido este último como toda la naturaleza en el universo, nos acercamos a conciliar, podemos generar armonía, aspiración final de la ética. Todos los días enfrentamos dilemas, asumir la responsabilidad sobre cómo y qué pensamos, y por tanto de las acciones derivadas de nuestras ideas, es volvernos conscientes, es tener pensamiento propio, pensar por nosotros mismos.

Cuando somos conscientes podemos actuar con conciencia. Consciencia y conciencia son cosas distintas pero hermanadas. Ser consciente es nuestra capacidad de percibir la realidad y relacionarnos con ella; es reconocernos en nuestros actos y acciones como parte del mundo, del universo. De la consciencia surgen de manera natural el respeto y la responsabilidad. El respeto nos capacita para ser responsables, para reconocer y aceptar las consecuencias de nuestros actos. Si cada uno formula sus pensamientos y es consciente de su gestación, sus actos se vuelven conscientes, son un ejercicio de libertad y responsabilidad. Las ideas son el territorio de la libertad, cada individuo decide qué pensar, por tanto, podemos actuar de un modo consciente y asumir las consecuencias. Ser conciente implica discernir entre el bien y el mal; el bien entendido como aquello estimable, porque da satisfacción material y espiritual, facilita mi camino a la plenitud y felicidad; el mal es lo contrario, produce daño a mi integridad, me impide lograr una vida plena y feliz. La moral es ser conciente de mis actos y sus implicaciones. Practicar la moral es poner mi experiencia al servicio de armonizar mis necesidades e intereses con los de los demás y el medio. La moral individual y social adquiere importancia y nivel universal al buscar la conciliación y coincidencias de los individuos con todos sus congéneres y el medio. Los principios de conducta basados en el respeto, encaminados a una convivencia armónica, son la moral, de ella se desprenden pautas de conducta, las expresamos en conceptos llamados valores, como la honestidad, el amor, la solidaridad. La moral personal y social están hechas de tener en cuenta en mis actos a todos y a todo. Somos seres sociales, necesitamos a los demás para satisfacer nuestras necesidades, no solo por la división del trabajo, también para sentirnos apreciados, sujetos de amor y consideración, útiles. Si soy responsable de mis pensamientos puedo percibir cómo y hasta dónde mi supervivencia depende de la preservación de mis congéneres y de mi entorno. El individualismo, como una forma de considerar sólo mi interés personal es autodestructivo.


Los valores y la búsqueda de la felicidad

En 1969 el filósofo Adolfo Sánchez Vázquez publicó su Ética, en ella argumenta cómo la moral es el objeto de estudio de la ética. Un acto moral depende de principios internos, asimilados de forma consciente, se expresa en valores y estos cambian al modificarse la sociedad. Los valores dependen de un contexto, de los niveles de consciencia, de lo considerado importante, valioso o preciado. Hoy cuando a nivel mundial padecemos y vivimos la inminencia de la muerte a causa de una pandemia, sufrimos la corrupción generalizada, la desigualdad social, la destrucción del planeta y nos agobia la sensación de inseguridad, es vital entender el significado y trascendencia de los valores porque en ellos se fundamenta una parte importante de nuestra conducta.

Los valores personales y sociales funcionan a la par y se retroalimentan, evaluar es valorar, los valores nos permiten inteligir. El significado de los valores varía en el tiempo, responde al conocimiento alcanzado sobre nosotros mismos y el mundo en un momento determinado. Por eso preguntarse qué son para cada uno de nosotros el amor, la libertad, la dignidad y la justicia, entre muchos otros valores donde se basan nuestros actos, es indispensable, de tener claro su significado y contenido dependerá la forma de relacionarnos con el mundo y cómo somos parte de él.

Los valores son un factor de cohesión social, un principio de identidad individual y colectiva, su significado aspira a expresar las coincidencias entre los seres humanos: preservar la vida y asegurar el bienestar de todo y todos. Los valores nacen en el ámbito de lo subjetivo, es decir, de la apreciación individual, de lo importante y preciado para cada individuo, pero adquieren carácter universal porque enarbolan bienes comunes, respetarlos nos hace parte de una comunidad. Más allá de las creencias, religiones o ideologías podemos reconocer todos el aprecio por la vida, la honestidad o la felicidad.

La realidad íntima y personal, o compartida con los demás, se construye con acciones individuales, estas se guían por valores. Oscar Wilde expresó alguna vez: “La sociedad existe sólo como un concepto mental, en el mundo real sólo hay individuos”, por eso los actos individuales son tan trascendentes. Valorar se ha vuelto cada vez más importante, estar consciente y elegir a cada momento entre una multitud de opciones puede ser abrumador. Ante el reto hay quien prefiere acogerse a lo conocido, la inercia de lo familiar proporciona la ficticia sensación de saber qué va a pasar, sin embargo, un mismo acto abre posibilidades infinitas porque el contexto siempre cambia. Por eso examinar cómo evaluamos, valoramos, apreciamos y elegimos, es una ocupación imprescindible, no sólo para la filosofía, para cualquier oficio, actividad o área de conocimiento, todos los campos de acción necesitan reflexionar sobre su ejercicio. El efecto de la práctica de los valores trasciende el terreno de lo moral, puede acercarnos o alejarnos de la felicidad, por eso hoy más que nunca la ética está en el centro de toda actividad y exige compromiso. Conducirnos como autómatas es autodestructivo. Estar conscientes, observar nuestra propia moral, con valores cuyo significado sea claro para nosotros, tomar en cuenta lo común y respetar la diferencia puede ser una ruta.

Los momentos de crisis ponen en riesgo lo apreciado, tanto para los individuos como para el grupo social. Las situaciones límite como la pérdida del bienestar físico, económico, emocional, espiritual o cualquier amenaza a la supervivencia pueden ser un detonador para visualizar el contenido y significado de nuestros valores. Sometidos a estrés, buscamos protección, un precepto para enfrentar las dudas, a veces, por miedo, podemos renunciar a la libertad de pensar, pero el costo de hacerlo puede ser nuestra destrucción. Si queremos sobrevivir es indispensable considerar si nuestro actuar es ético, necesitamos hacernos conscientes de a qué le vamos a conceder VALOR, dónde y en qué colocaremos nuestro aprecio al tomar decisiones y actuar. Antes de aplicar los valores aprendidos es necesario comprender y considerar el contexto donde los usaremos, esforzarnos por encontrar el punto donde se armonizan. Nuestro bienestar personal, el de todos y el de todo es actuar con ética, proceder así es un principio de supervivencia. Al actuar conscientes, con moral, conquistamos tranquilidad y con ella una vía para ser felices.

Karl Popper postuló en Conjeturas y refutaciones que las ciencias revisan de manera continua sus postulados. En especial la física ha revalorado el papel del observador al reconocer su facultad de modificar lo observado y convertir al individuo en copartícipe de la construcción de la realidad. La verdad nadie la conoce por eso es tan importante construir acuerdos. Siempre hay tensión entre el interés de la sociedad como conjunto y el individuo. Hemos buscado una solución a esa pugna en la democracia, en la inclusión, a través de gobiernos nombrados por sociedades participativas. Elevamos a la democracia de una práctica a un valor. El Estado, a través de la legislación, intenta crear un equilibrio entre las necesidades del interés público, la sociedad, las comunidades y el individuo, pero no siempre lo logra.

Después del fracaso de los regímenes basados en el socialismo, cuyo fin era el bienestar de todos, Luis Villoro quiso entender qué pasó. En su libro El poder y el valor. Fundamentos de una ética política, reflexiona sobre la necesidad de un Estado-nación heterogéneo, donde la base del ejercicio del poder sea la ética, dedicada a reconocer las diferencias, a conciliar las necesidades de los individuos y de todos los sectores sociales con un interés general. Para Villoro, el deber moral de la autoridad no es dictar una conducta, sino armonizar las necesidades e intereses de todos los individuos.

La forma de enfrentar los acontecimientos marca la directriz definitiva en el destino de nuestras vidas, por eso el criterio, la moral, los valores ejercidos con consciencia permiten la supervivencia.

Adolfo Sánchez Vázquez, en su Filosofía de la praxis, elevó a la acción a un papel protagónico para hacernos conscientes de la interacción entre teoría y práctica. En ese mismo sentido Georg Lukács consideró un deber de toda organización política hacer de la praxis una disciplina diaria, donde la teoría tiene sentido si transforma la realidad en favor de toda la sociedad. Contrastar nuestras ideas con su resultado y consecuencias en la práctica es un ejercicio de dialéctica irrenunciable.

¿Las decisiones de un individuo inciden en el cambio social? Sin duda ¡son cruciales! El gran reto es estar conscientes de nuestros actos en todo momento. Elegir con pleno conocimiento, identificar qué hay en el fondo de nuestros razonamientos, examinar cómo y qué valoramos al actuar. Buscar la conciliación de la vida a la que aspiramos con las necesidades de los demás y el entorno es ser congruente, pero, ante todo, es un acto de supervivencia.

AQ

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