A José Luis Martínez S.
Que no nos parezca amenazadora la palabra libertad. Sería como desconfiar del ir y venir del polen —ambas palabras son amantes—: su alto cargo es la emancipación de la vida; a través del viento, de las aguas de océanos y ríos o prendido en seres de facciones animales, semejantes a nuestros rostros absurdos. Si condicionamos la palabra libertad porque necesitamos delimitar algo a conveniencia o por resquemor; si no desaparece la tensión del rostro al escucharla, si no respiramos el aroma de su perfección: no la comprendemos. En realidad, hay un afán de someterla; existe un menosprecio, ese que acota la vida del polen y proviene de intereses codiciosos.
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Enero es la gestación del pasado; es la persistencia de la vida entre los microscópicos cristales del hielo. En medio de todo esto el polen sobrevuela y se dice a sí mismo: iré. Como a él, se nos presenta el deseo del viaje, el largamente meditado o el insólito que surge una mañana al bajar del auto después de escuchar ese audio —sonidos tenues de sábanas en movimiento y luego la pausa—. Es así: en enero se libera el apetito del verbo ir.
El polen en invierno se desprende de los racimos pequeños de flores mínimas y apretadas, ellas visten los cuerpos altos y enormes de cipreses, álamos o sauces; cuerpos que indican sendas y observan a la distancia aviones de guerra mientras abrigan nidos de aves, pelaje de osos o coyotes. El polen busca, no exige, responde al deseo femenino, al masculino. Pretende fusionarse, sabe que dará lugar a algo mayor. Recorrer distancias está en su memoria.
Ciertos viajes son como la flor con promesa de fruto —esa improbabilidad estremece, es su encanto—, como lo expresa Amado Nervo en este fragmento del poema “Andrógino”: Sombra y luz, yema y polen a un tiempo fuiste, / despertando en las almas el crimen nuevo, / ya con virilidades de dios mancebo, / ya con mustios halagos de mujer triste. /Yo te amé porque, a trueque de ingenuas gracias, /tenías las supremas aristocracias: / sangre azul, alma huraña, vientre infecundo; / porque sabías mucho y amabas poco, / y eras síntesis rara de un siglo loco / y floración malsana de un viejo mundo. Nervo, atormentada nervadura; señala acaso que lo que somos no es lo que observamos, sino la interpretación de lo visto en el viaje, o tal vez sea el eco de la imagen que fragmenta el día o la tarde para llevarse la calma, y en ello hay belleza.
La trayectoria del polen desafía los límites, particularmente aquellos que segmentan la faz de la tierra, al margen de los construidos por occidente y oriente, y al despertar adherido a un colibrí en pleno vuelo, pudiera ser que recuerde uno de sus sueños, el inoculado por el viento con olor a mar: en él sobresale el ojo profundo y apacible de una ballena antes de ser cubierto por el agua.
El velo del mar cubre su polinización, el suceso está fuera del alcance de nuestra mirada, tal vez por eso hay quienes se embarcan e intentan equilibrarse, en medio del vendaval, en la proa de la noche, con tal de adivinar siquiera su olor —también por estar consigo mismo como lo hace el polen—, en un barco donde se iza la bandera del atrevimiento. Eso es lo divino. William Carlos Williams parece responder con estos versos del libro “Paterson”: la belleza es / un desafío a la autoridad.
Pensemos en la infancia, después de acercarnos a las flores, en el regreso a casa con un color amarillo, blanco o púrpura en nuestros dedos. El polen dejaba su impronta y en ella su morfología mínima de estructuras enigmáticas, suaves o erizadas, semejantes a “El Jardín de las delicias” de El Bosco. El pueblo Ndé Lipán Apache comprende la voluntad del polen. Este año continúa con la recuperación de su cultura y del ritual de la fertilidad: las niñas, al convertirse en adolescentes, toman el polen como uno de los símbolos principales. Honran a la vida.
La sangre nómada de los Ndé Lipán, identifica las afrentas normalizadas que hacemos a los árboles y plantas endémicas, el sacar desde la raíz arbustos y lirios para adornar con cemento espacios civilizados. Mas saben que regresarán de una u otra forma, como hoy lo hacen ellos.
El polen posee las coordenadas de la libertad, así como lo poseen ciertos seres humanos: su alto cargo es la observación y registro, el transportar palabras por agua, viento o hielo. Su impronta es el ir y venir. Y como el propio polen, descentralizan, fracturan lo anquilosado y vano. En enero se libera el viaje de lo incierto y su deseo.
ÁSS