El “primer hombre”

La guarida del viento

Avanzar sobre la base de lo conocido, en colaboración con un grupo, parece la única fórmula para llegar a lo más alto.

Sir Edmund Hillary y Tenzing Norgay. (Foto: AP)
Alonso Cueto
Ciudad de México /

El complejo de Adán es una característica de todas las edades pero aparece con más fuerza en tiempos apocalípticos. Es entonces cuando nos sentimos cerca del Génesis. Muchos aspiran a inaugurar la celebración, a ser los fundadores, con una ilusión que ocupa todo su narcisismo. “Hemos venido a inaugurar una nueva patria”, “Hoy empieza una nueva era”, son frases que nos recuerdan la ambición de nuevos adanes cortando la cinta. Como bien sabemos, una vez que la fiesta o la batalla han terminado, hay que limpiar los restos que quedan.

Estamos llenos de líderes que anuncian transformaciones absolutas. Los dos candidatos que han pasado a la segunda vuelta en las elecciones colombianas anuncian “que cambiaremos la historia de Colombia”. Es lo que cree también el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, quien se siente un predestinado a cargo de un gobierno basado en su afición por las redes sociales. Ante las acusaciones, Bukele se ha definido irónicamente como “el dictador más cool del mundo mundial”.

La necesidad de ser el primer hombre siempre fue un rasgo de nuestra cultura. En Momentos estelares de la humanidad, Stefan Zweig describe el gesto de Nuñez de Balboa al acercarse al Océano Pacífico: “En ese momento, Balboa ordena a sus hombres que se detengan. Nadie debe seguirle. No quiere compartir esa primera vista del océano ignoto. Quiere ser el único, el primer español, el primer europeo, el primer cristiano que después de haber atravesado ese otro océano enorme de nuestro universo, el Atlántico, haya divisado por fin éste, aún desconocido, el Pacífico”.

La idea de ser el primer hombre excluye asuntos esenciales para la marcha de toda comunidad. La idea del trabajo sostenido, paciente y colectivo le es totalmente ajena. Estamos en el mundo de los fundadores, de los que no toman en cuenta nada de lo avanzado. Y hablando de exploradores, hay otros ejemplos de hazañas realizadas, esta vez sobre la base de la experiencia previa.

Se cumplió hace poco el aniversario de una que nos sigue maravillando. El 29 de mayo de 1953, como parte de una expedición británica, y después de un ascenso duro, el neozelandés Edmund Hillary llegó a la cima del monte Everest. Él y su acompañante, Ten Zing, fueron los primeros hombres en mirar el mundo desde la montaña, de casi nueve mil metros. Estuvieron allí quince minutos. Hillary tomó fotos. Pero cuando Ten Zing le propuso tomarle una foto a él en la cima, el neozelandés se negó. Quería que solo se viera la naturaleza desde arriba (hoy en la época de los selfies, imagino a cualquier persona queriendo figurar en la imagen).

La ambición de Hillary lo hizo luchar durante mucho tiempo solo para vivir esos quince minutos en la cima. Pero se basó en los estudios de sus predecesores. Cuando le preguntaron por qué quería subir al Everest, contestó: “Porque está allí”.

Avanzar sobre la base de lo conocido, en colaboración con un grupo, parece la única fórmula para llegar a lo más alto. Pero hay que hacerlo como Hillary, paso a paso.

AQ

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