Es difícil pensar la vida sin un lugar sagrado adonde volver. Se puede llevar la casa a cuestas, como el caracol, y deambular en un estado de tránsito, de un lugar a otro, cambiando paisajes sin fin, pero esos viajeros llevan la música por dentro y en la espiral de recuerdos está el pie de casa que apuntala el movimiento.
Como una paradoja de la fugacidad propia de las artes escénicas —la más transitoria de las artes, criatura de un día que se logra, en sus frutos espléndidos, con una artesanía que la hace única, minuciosa, irrepetible, como irrepetible es cada función en su permanente diferencia—, el teatro, un arte lento, milenario, aparentemente inmóvil, regresa cada tanto a sus orígenes y a su pie de casa. La catástrofe del presente —sanitaria, económica, oscuramente regresiva en el horizonte político y en el miedo al cuerpo del otro— parece arrasarnos, pero también, al desnudar la casa, nos da la ocasión de volver a mirar lo esencial.
Hemos visto a nuestros miles de muertos irse sin los rituales de despedida que desde siempre nos congregan: ahora nuestros funerales son inhumanos; los críos nacen sin la celebración gregaria que refrenda la esperanza; no hay festejos solares; se resquebrajan instituciones bajo una mirada política miope; a distancia se educa, se ama, se conversa; abrazamos el Zoom y sin duda lo mejor de lo nuevo quedará y optimizaremos el tiempo, y acaso nos ayudará a ser más productivos y eficaces. Pero me asalta esta última afirmación y se cuelan palabras de una forma de vida que siempre atenta contra lo gregario.
Mucho de lo nuestro se está despidiendo para no volver y así como el vendaval y la crisis desnudan las flaquezas de un rey, cualquiera que hace teatro sabe cabalgar el tiempo y, sin aferrarse al ayer, busca y encuentra plenitud conjugando el presente. Un mandala no se atesora, en la intemperie está su razón de ser; en un misterio se cree y punto; un abrazo, un beso requiere de dos o más, según la elasticidad del cuerpo y el corazón de cada quién. El teatro, en este sentido, como todo aquello que nos recuerda las razones profundas de la aventura colectiva en este tránsito y en esta hora y en este paisaje, sobrevivirá porque es necesario. El navegante profundo no se pregunta sobre el puerto de llegada, en el hacer está su finalidad. “Solo lo inútil tiene sentido”, nos recuerda Chéjov.
La escena hace magia y embrujos, y también engendra visionarios; hacerle al adivino es contradecir su ser primordial: arte de la presencia y encuentro de personas en tiempo presente. Pero aquí nos convoca el futuro en una reflexión colectiva que al invocar esa palabra tan teatral, nos pide aventurarnos en breve hacia adelante.
Así que, entre la esperanza y la agonía, va uno que otro vaticinio: la industria indudablemente florecerá en los medios audiovisuales y cuando todo acabe, el gran público volverá a anhelar el encuentro con su estrella en vivo; los actores de teatro sobrevivirán de milagro y vivirán de los medios audiovisuales; nuestras unidades de producción tendrán que ser pequeñas y absolutamente solidarias y transversales en el teatro independiente; sin duda habrá público que anhele volver al teatro como se está viendo en los pequeños foros que ya han abierto sus puertas; el teatro hibridará más su lenguaje con lo audiovisiual y acaso alguna de esas posibilidades encontrará las técnicas y poéticas depuradas que le den autonomía a un nuevo lenguaje, pero jamás anulará la matriz que le dio origen.
Así la fantasmagoría en la bola de cristal. ¿Pero todo eso impide que anhelemos enterrar humanamente a nuestros muertos? ¿Habrá fin para los rituales que nos dan esperanza? ¿Y qué hay de las celebraciones solares, el amor, las delicias gregarias de la amistad, la hospitalidad, el encuentro, el afecto, la piel? ¿Dejaremos de ser humanos? Ojalá el teatro sea diferente y se sacuda la banalidad.
Mucho tendrá que cambiar, pero la sacralización de un espacio, el encuentro de inteligencias, emociones y cuerpos, la fe en un hacer transitorio, el ensayo como metáfora del viaje que es un fin en sí mismo más allá del resultado, la esencia misma del ritual milenario, ¿va a cambiar? Seguramente cuando solo quede una última persona en un paisaje sin mañana. Por lo pronto, hoy es hoy y la función debe continuar.
AQ | ÁSS