• El universo (que otros llaman la Biblioteca) de Jorge Méndez Blake

  • Arte

Al transitar la muestra del artista tapatío que se exhibe actualmente en el Museo Cabañas de Guadalajara, queda claro que el punto de tensión en ella está entre la literatura y la arquitectura.

Miriam Mabel Martínez
Ciudad de México /

El artista Jorge Méndez Blake (Guadalajara, Jalisco, 1974) se siente más cercano a El arte nuevo de hacer libros de Ulises Carrión que a la poesía concreta explorada por Mathias Goeritz y, sin embargo, al recorrer Procenios literarios ambos linajes están presentes en este recuento de media carrera, que se exhibe en el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey (MARCO). También está la literatura como una posibilidad arquitectónica y lectura contemplada como una arquitectura, evocando el instante en el que, como enunciaba Roland Barthes, “mi cuerpo comienza a seguir sus propias ideas”. Esta posibilidad de habitar de una manera distinta la exposición es la que provocó a Tania Martínez, gestora cultural, a plantear Ex libris, con el reto de —más que visitar— ocupar y pensar esta exposición ampliada de la versión proveniente del Museo Cabañas, curada por Víctor Palacios.

Desde su práctica profesional, Martínez destaca el hecho de que la interacción —más que la explicación— es la que abona a la experiencia, propiciando el diálogo y el cuestionamiento en colectivo sobre lo observado. Se trata de atreverse a mirar para perder el miedo a la institución Museo, que suele aterrorizar con sus espacios y exhibiciones. Desde su labor, se pregunta si es posible mediar sin explicar. Esta interrogante la ha acompañado desde que formó parte del área de Servicios Educativos de MARCO, hace casi diez años, y la ha perseguido en su práctica independiente. De ahí esta convocatoria para habitar la muestra de Méndez Blake, a la que se sumaron 20 personas entre 18 y 60 años, para conscientemente escapar al objetivo de “cumplir” y aventurarse a compartir. “Yo no entiendo la mediación como una forma de masticar o traducir lo que el artista quiere decir ni de discutir gustos, sino vivir otras experiencias, generarlas”, señala Martínez, quien con este tipo de propuestas pretende —además de contemplar desde la diversidad— recuperar la experiencia como una obra de arte, tal como lo planteara el artista alemán Joseph Beuys.

Al asumir que quienes deambulan las exposiciones también somos cuerpos que ocupan el espacio con nuestras historias, podríamos responsabilizarnos de nuestra interacción y dejar de ser visitantes para, entonces, “dejar que el dispositivo expositivo se vuelva performático”, añade Martínez, y subraya, además, el vigor intelectual y físico de la obra de este artista jalisciense: “Su trabajo te afecta. No sé si puede enunciarlo desde el gusto, lo que sí sé es que hace pensar mucho y ese es el valor para mí”. Con la intención de romper con la bilateralidad establecida entre mediador-visitante y detonar interrogantes, invitó al librero Jesús Guerra y a la artista Mayra Silva, ambos regiomontanos, a explorar Procenios literarios para, en colectivo, enfrentarnos al hecho de que el arte lejos de responder plantea preguntas al exhibir capas, perspectivas y variables de un contenido para el cual no hay una traducción o interpretación únicas. Solo al extender el placer de la visita en el goce posterior —en el que la obra se va acomodando en la experiencia personal— es que el arte podrá incorporarse a nuestro día a día como idea, experiencia y mirada sin esperar respuestas.

Al deambular por las variables, la potencia el concepto de las piezas aumenta, ya que nos atrevemos a ocupar, desde nuestros conocimientos, lo observado. De esta manera, nos apropiamos de la obra, tal como le sucedió a Guerra con Moby Dick (2003-2004): “El artista agarra todas las páginas (651) y las enmarca como un cuadro y las presenta en una pared, saca el texto y vemos el libro como una imagen. Cada página es una imagen, la tipografía, los subrayados. Me conmovió ver cómo ese libro que está en una librería, adquiere una forma distinta que te obliga a verlo desde otro ángulo, proponiendo una variante visual. En la novela de Herman Melville, el capitán Ahab está obsesionado con cazar y la pieza transmite esa obsesión. Además, al contemplar esa pared me dibujó a la ballena blanca Moby Dick”.

Moby Dick (2003-2004) (Cortesía)

Mientras Guerra se centra en los textos, Silva comparte con Méndez Blake el interés por la palabra, para ella es: “El objeto más flexible de utilizar y el elemento humano por excelencia que nos permite trazar relaciones, recorridos, acción”. Aunque sus trabajos tienen paralelismos como el telón —“que me atrae sin saber bien por qué, pero asumo que se debe a mi curiosidad por ver, y también por dar solo un atisbo de lo que busco. No dar todo al espectador—, ella opta por enfocarse en la precisión con la que Méndez Blake selecciona los materiales y su tratamiento para de darles forma a sus temas; por ejemplo en El teatro del mundo (2006) y Tres pausas (2023) que, como si fueran un cuento, son una idea armada en un engranaje perfecto. Asimismo, en Telón (Silencio) IV (2022), dibujo a lápiz de color sobre papel, devela, como destaca Silva: “Procesos que hablan de los hábitos que lo formaron como persona y artista. Él es más material y crea más desde lo arquitectónico”. Sus palabas nos dejan pensando: ¿Qué implica desprenderse de los materiales? Tras escucharla, la curiosidad por conocer su obra crece en paralelo a las ganas por continuar explorando Procenios literarios.

La tempestad. Acto primero. Escena I (2022), o en Poetas en acción (Banca I) (2022), hechas de acero y concreto, respectivamente, parecen buscar la interacción; sin embargo, nadie se atreve. Guerra reconoce que el museo intimida: “Nadie se sienta en alguna de las 15 bancas. Esto me hizo reflexionar sobre la accesibilidad e inaccesibilidad de la literatura”. Algo similar sucede con Pabellón negro / Biblioteca abierta (2013) y Librero en esquina (2024): “Observar en una esquina las 20 repisas vacías y estirar la mirada hasta arriba donde yace el libro, inalcanzable, me recordó que a veces las bibliotecas y librerías intimidan”, añade.

Estos dos “saberes”, como subraya Martínez, contribuyen a generar preguntas. ¿La obra de Méndez Blake es inalcanzable o accesible? ¿Es deliberado? A Guerra le intriga qué pasaría si se instalaran en el espacio público: “A lo mejor si la pieza de las bancas estuviera en un parque nadie cuestionaría su funcionalidad y al usarse propiciarían encuentros, porque el museo sigue marcando distancia entre espectador y obra”. Este tipo de estructuras son las que Ex libris intenta evadir. Para Martínez es imprescindible borrar estructuras jerárquicas en la mediación. “Solos no podemos saber todo, pero entre todos podemos saber más”, dice y advierte la necesidad de generar conversaciones invisibles, las cuales, desde la perspectiva del curador suizo Hans Urlich, pueden ser tan envolventes como la obra de arte en sí. “Se trata de no conformarse con conocer el trabajo del artista, sino de sumar el conocimiento local, del territorio y propiciar vínculos. Convertir la exposición en una plataforma de intercambio, y no solo en un acto de validación o reconocimiento”. Y aún más: Martínez está interesada en sistematizar estas experiencias que suceden con el cuerpo y van más allá de la obsesión material.

Sin duda, estos lazos abonan en conocimiento, tal como sucede en las conversaciones que surgen durante la gestación de una muestra como esta. Al respecto, Méndez Blake rescata la investigación curatorial como una oportunidad de revisar lo hecho, porque ante la exigencia de la novedad, resulta difícil exponer piezas anteriores. “Es un proceso peculiar, es como revisar armarios o diarios, como cuando te encuentras fotos viejísimas con otros amigos y otros lugares en otras situaciones, y te preguntas ¿por qué salgo así? ¿Por qué tengo ese corte de cabello? Y pasa lo natural, te topas con cosas que ya no entiendes o no encuentras razón por qué las estabas haciendo y, sin embargo, descubres otras que te hacen pensar o que aún están ligadas a tu producción actual”.

El castillo (2007) (Cortesía)

Al transitar la muestra queda claro que el punto de tensión está entre la literatura y la arquitectura. El artista entiende espacio y la escala y crea instalaciones que nos envuelven, como El Tesoro de Isla Negra. El artista enterró, tal pirata, una copia de El canto general en la isla donde yace su autor, Pablo Neruda, refraseando —a través de estrategias visuales— La isla del tesoro de R. L. Stevenson. Este tipo de metaficciones son las que atraen a Guerra, quien compara estas estrategias con los subrayados, descifrándolos como encuentros con la intimidad ajena que nos hacen sentir voyeurs. “Como librero sueles toparte con mensajes privados, porque son cosas muy personales lo que uno pone en un libro y no te esperas que alguien más las lea”.

Tiene razón, recorrer Procenios literarios es como entrar al universo mental de Méndez Blake, quien confiesa que desarrollar este recuento de media carrera le llevó un par de años y comparó la experiencia como cuando tras una mudanza hay que reacomodar la biblioteca: “Vuelves a tener contacto con los libros que te acompañaron durante mucho tiempo o que llegaron a ti cuando eras muy joven, los revisas y ves los subrayados, las notas, y te percatas de que ya no tienes idea de por qué las subrayaste; en cambio, otros subrayados te siguen guiando”… y le dan un guiño a otro, como la pieza Sin título (2015), un quinqué de 45 centímetros de alto que parece flotar en una pared blanca, a la cual Silva considera: “Una obra que condensa mucho, aún sin saber en quién se inspiró… Esa luz, encendida o apagada, significa todo lo es la palabra en medio de la oscuridad”. Si bien está pensada en Emily Dickinson, no hay alusión a ella como en Poema 207 (Emily Dickinson) (2016) y en Casa de Emily Dickinson II (2023), por cierto la única mujer incluida en el catálogo literario de Méndez Blake. Al respecto, Guerra subraya: “El artista no se aleja del canon literario. Hay mucha obra anglosajona, autores consagrados. Es una lectura eurocentrista y tradicional, del canon latinoamericano apenas algo de Neruda y Borges, o los mexicanos José Emilio Pacheco y José Juan Tablada lo cual me parece interesante porque refleja la crisis de identidad que tenemos Me gustaría preguntarle si su elección busca acercarse a ese canon o hablarle a lo universal”. Lo cierto es que piezas como la instalación De un poema inacabado (Constantine Cavafy. El asunto en el papel) (2023) o la serie Todos los libros de Borges (2015-2018) juegan con la relevancia de dicho canon en el espacio, ya que se anclan en lugares estratégicos que se transforman y modifican el espacio.

Aspecto de 'Procenios literarios'. (Cortesía)

Cada museo es un mundo, y la versión exhibida en el Museo Cabañas, con 60 piezas, creció a 103 a partir de la conversación entre artista, curador y la directora de MARCO, Taiyana Pimentel, lo que pautó la oportunidad de incluso de ajustar piezas a la escala del inmueble, como el mural Tierra baldía desmantelada (Propuesta de paisaje) (2023), que propiciaron otras variaciones sobre cómo se camina la exposición en tiempo y ruta.

¿Dónde se debe empezar y dónde terminar?

Quizá tendríamos que pasear más todas las exposiciones para, como reitera Martínez, “pensarlas juntos para aprender juntos no solo sobre la figura del artista sino sobre el vínculo entre nosotros y el artista. Siempre se habla del trabajo del artista y nunca se habla de las personas que habitamos la exposición más que como estadística”. Tiene razón, así dejaríamos de conformarnos con un recorrido atrapado en el gusto y nos aventuraríamos a dejar que la experiencia nos afecte y nos preguntemos por qué tal pieza está pegada a la pared para provocar que nos atrevamos a situar en los despliegues de la investigación conceptual de su hacedor, como sucede en Biblioteca de exploración. Estructura de biblioteca XXI, XXII, VIII y XXX (2017-2023), dibujos que, como señala Silva: “Prodigan una luz en medio de los árboles. Una luz natural que viene y abre un sendero”, para que imaginemos ese punto donde converge literatura y arquitectura, como ese lugar donde no solo se guardan los libros, sino donde Méndez Blake se apropia de las ficciones ajenas, transformando al objeto en ese articulo sentimental que como dice Guerra “cada uno exploramos a nuestra manera. El artista se los apropia y los trae de la ficción a la realidad”, como en La ficción es el principio del exilio (2006), que evoca al Sherlock Holmes de Conan Doyle para, continúa Guerra: “Trazar cómo lo ficticio se puede volver real y lo real es ficticio. Esa línea delgadísima entre lo que está escrito y la realidad”.

En este intersticio es donde Méndez Blake crea: “Me interesa cuando se encuentra la ficción con el mundo real. Me intriga muchísimo el concepto el tiempo, cómo funciona, cómo nos relacionamos con lo que ya pasó y cómo eso que ya pasó afecta lo que viene”, como en Tierra baldía desmantelada (Propuesta de paisaje) (2023) o en Proyecto para biblioteca vacía III (2011), en los que se entromete una luz que los atraviesa sugiriendo “coordenadas para encontrar algo”, como propone Silva, quien también trabaja el contenido de las palabras “no como imágenes sino como estructuras de pensamiento”. Basta observar los neones Poeta en el estanque II, Montaña encima de un poeta II o Poeta hundido en el océano que dialogan con piezas anteriores —Aquel de ustedes que me anuncié una ballena (2004) o La biblioteca muro (2009)— demostrando, dice Méndez Blake: “se conectan de alguna manera a través del tiempo y el espacio. Quizá tienen algo en común y, sin embargo, la lectura de las dos cambian”…

O nos cambian al proponernos inventar conversaciones propias, como Querido Tomás, te escribo desde Utopía (2017-2020), obra conmovedora entre otras cosas porque, como reflexiona Guerra: “Recupera el ensayo escrito de manera ficticia y le da una vuelta al texto en el que Tomás Moro describe, como si de un viaje se tratara, la sociedad perfecta que habita la isla de Utopía. Méndez Blake no solo viaja, sino que se hospeda en hoteles llamados Utopía dispersos en el mundo, desde donde le escribe cartas a máquina a Tomás, en las que le cuenta lo observado, haciendo realidad la ficción de Moro”.

Deambular Procenios literarios acompañados, y no guiados, como lo propone Tania Martínez a través de Ex libris, expande el goce más allá del museo al posibilitar el intercambio de experiencias que rescatan ideas hermosas porque nos estremecen y promueven otras utopías, como la posibilidad expandir la certeza de que este tipo de experiencias son tan poderosas como las obras expuestas”… Solo de imaginarlo, al igual que le sucedió al narrador de La biblioteca de Babel, de Jorge Luis Borges, “mi soledad se alegra con esa elegante esperanza”.

ÁSS

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