El verano del soul

Los paisajes invisibles | Nuestros columnistas

Tras pasar medio siglo abandonada, la filmación del Harlem Cultural Festival vio la luz en forma del más reciente documental ganador del Oscar.

Concierto de Sly Stone en el Harlem Cultural Festival de 1969. (Foto: Searchlight Pictures)
Iván Ríos Gascón
Ciudad de México /

En el verano de 1969, el Mount Morris Park de Harlem congregó a miles de asistentes a la fiesta de soul, funk, gospel, jazz y rythm & blues, organizada por y para la comunidad afroamericana de Nueva York, que estaba al borde del paroxismo por los turbulentos episodios sociopolíticos que amenazaban con resquebrajar al sistema yanqui. Entre los asesinatos de John F. Kennedy (1963) y de su hermano Robert (1968), de Malcolm X (1965) y de Martin Luther King (1968), la rebelión racial de Detroit (1967), la guerra de Vietnam y la pesadilla del gobierno de Richard Nixon, la población negra de la parte alta de Manhattan sorteaba una relación hostil con la policía y sostenía una lucha frontal con la miseria, el desempleo, la represión, el racismo y la drogadicción, porque esa zona marginal era el epicentro del tráfico y consumo de heroína de la isla.

El Harlem Cultural Festival, como se llamó oficialmente a la serie de conciertos que sonaron en paralelo, y a 100 millas, de Woodstock, fue registrado en más de 40 horas de pietaje que, supuestamente, fue abandonado en un sótano durante cinco décadas, hasta que el dj, músico, productor y escritor Ahmir Khalib Thompson, conocido como Questlove, lo editó hasta reducirlo a solo dos horas, y bautizó como Summer of Soul (… Or When The Revolution Could Not Be Televised), documental que obtuvo el Oscar.

Tony Lawrence fue el productor y animador de las presentaciones de Stevie Wonder, B. B. King, Sly and The Family Stone, The 5th Dimension, The Chambers Brothers, Mahalia Jackson, Mavis Staples, The Edwin Hawkins Singers y Nina Simone, entre otros músicos, que aprovecharon el escenario para lanzar proclamas y plegarias contra la violencia y la segregación, así como para reivindicar las raíces africanas, la fe, e incluso, el legítimo uso de la violencia para alcanzar la libertad. Gospel y conciencia política fueron los puntos en común en aquel parque custodiado por los Black Panthers, donde la insatisfacción y el odio hallaron una válvula de escape, al menos momentáneamente, porque, como muestra el epílogo Summer of Soul, el festival terminaría, al día siguiente del último concierto, en la desmemoria colectiva.

Y es que, si bien Questlove complementó el pietaje con los testimonios de Jesse Jackson y de Al Sharpton, ministros y activistas por los derechos de la comunidad negra, y con otros alegatos sobre la terrible situación de las minorías en Estados Unidos (el Harlem Cultural Festival reunió también a los portorriqueños, asiáticos y mexicanos, con quienes no solo compartían el gueto sino que tenían agendas en común), como memoria fílmica queda en puntos suspensivos. En aquel verano de 1969, el Apollo 11 llegó a la Luna y los afroamericanos protestaron por el dispendio millonario del gobierno estadunidense en aras de una hazaña insignificante pues, a sus ojos, ese dinero pudo ser un alivio a la pobreza, la educación y el derecho a la salud de la comunidad; en aquel verano, también, se percibían como parias de una sociedad racista y xenófoba sin una sola alternativa de futuro, y descreían de un cambio verdadero. El hombre negro de Harlem, en 1969, era el perfecto personaje de las novelas de James Baldwin. El mismo que, décadas después, resurgiría en el movimiento Black Lives Matter y la memoria luctuosa de Eric Garner (2014) o de Ahmaud Aurbery (2020) y, sobre todo, de George Floyd, asesinado por un policía en Mineápolis en 2020 .

Quienes escucharon a Nina Simone entonar “To Be Young, Gifted and Black” en aquel distante Mount Morris Park de Harlem (hoy llamado Marcus Garvey, en honor al activista, predicador y periodista jamaicano), sabían que la vida tiende a la circularidad, y lo único que ignoraban, porque ni siquiera tenían derecho a imaginarlo, era que cuarenta años después, un Barack Obama llegaría a la presidencia. Aunque el tiempo, también circular, en 2017 le daría el relevo al supremacista blanco Donald Trump.

AQ

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