En enero de 2023 se estrenará la miniserie de seis episodios basada en La vida mentirosa de los adultos (2019), la octava novela de la misteriosa escritora italiana Elena Ferrante, quien ha renovado el realismo literario al dotarlo de una profundidad y una intensidad cien por ciento carnales que se extrañaban en este género tan socorrido desde que comenzó a cimentarse en el siglo diecinueve gracias a Honoré de Balzac, Charles Dickens, Victor Hugo y Lev Tolstói, por mencionar solo a cuatro clásicos insoslayables que, como dice César Aira, “(construyeron) sólidos edificios novelísticos cargados de realidad hasta la última cornisa”. Dirigida por Edoardo de Angelis y con un guión en el que interviene la propia Ferrante además de De Angelis, Laura Paolucci y Francesco Piccolo, la miniserie de La vida mentirosa de los adultos se ambienta en la Nápoles de los años noventa pese a que el libro no se ubica en un periodo específico, lo que lo dota de una curiosa ambigüedad temporal a diferencia del ambicioso Cuarteto napolitano, conformado por La amiga estupenda (2011), Un mal nombre (2012), Las deudas del cuerpo (2013) y La niña perdida (2014) y trasladado también a la narrativa televisiva con la participación de la autora. Mucho se ha opinado sobre el gran desafío que Ferrante enfrentaba luego de entregar el Cuarteto napolitano, auténtica obra maestra que quedará para la historia por el modo en que retrata una amistad femenina erigida con sus cimas y sus simas a lo largo de seis décadas, así que basta decir que La vida mentirosa de los adultos es una novela sumamente decorosa y entretenida que no desmerece en la producción de esta narradora y ensayista que continúa negándose a la exhibición pública para que sus textos, y nada más que sus textos, hablen por ella. Desde que me convertí en uno más de los devotos seguidores de Ferrante he sostenido que su renuencia a dejarse iluminar por los reflectores mediáticos constituye una encomiable postura ética y estética en una época en que la figura del escritor ha pasado a importar más que su obra, y al leer esta novela comprendo aún más que esa postura le ha brindado la libertad necesaria para trabajar según sus propios dictados. Al igual que el resto de la creación de Ferrante, La vida mentirosa de los adultos es una notable indagación en las distintas formas en que el cuerpo y la psique de la mujer se encuadran en el orbe cultural, político y social que le ha tocado habitar y en este caso quien encabeza tal indagación es Giovanna, una adolescente que entre los doce y los dieciséis años pondrá en contraste su Nápoles natal —locus ferrantiano por excelencia— con el Milán de Roberto, un intelectual mayor que ella por quien empieza a recorrer el camino siempre laberíntico del deseo. En esta potente voz narrativa en la que por supuesto se captan ecos de la Lenù del Cuarteto napolitano, y que no se arredra al relatar escenas inquietantes y directamente brutales, resuenan las enseñanzas de otras dos autoras italianas que son referencia ineludible: Elsa Morante (1912-1985), que Ferrante reconoce como una de sus maestras, y Natalia Ginzburg (1916-1991).
En 2021, la actriz estadounidense Maggie Gyllenhaal debutó tras la cámara con la estupenda adaptación fílmica de La hija oscura. Publicada en 2006, cinco años antes de que se iniciara el lanzamiento del Cuarteto napolitano que significó un merecido prestigio internacional, la tercera novela de Ferrante compone una de las radiografías más honestas y lacerantes que he leído sobre la maternidad y sus rincones sombríos, sus recovecos enigmáticos, sus secretos dolorosos. Aquí se presentan diversos motivos que Ferrante expande en el Cuarteto, y que ya había explorado en El amor molesto (1992) y Los días del abandono (2002), comenzando por la muñeca vieja que Leda, la protagonista, roba a una niña mientras vacaciona sola en una playa lejos de sus dos hijas y que reaparecerá al principio de La amiga estupenda, primera parte del Cuarteto. Esta muñeca cuyo vientre se encuentra lleno de agua y gusanos, y que resurge en otras encarnaciones en La muñeca olvidada —hasta ahora el único libro infantil de Ferrante, publicado en 2007— y La vida mentirosa de los adultos, se vuelve el detonador de una vibrante travesía interior que conduce a Leda a desmenuzar sin miramientos su rol como mujer y como madre y a reflexionar sobre los mecanismos hondos del cuerpo femenino y su inserción en la sociedad, uno de los temas que —como ya indiqué— más obsesionan a Ferrante. Con la prosa afilada como cuchillo que es característica fundamental de la autora, La hija oscura plantea una disección inclemente y audaz, apartada por completo de la corrección política, de asuntos que normalmente no se abordan en la literatura de manera tan frontal.
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Debo insistir en un punto que juzgo esencial en cualquier discusión en torno de Ferrante y su obra. El anonimato que ella ha defendido a capa y espada pese a las dudosas intenciones periodísticas por vulnerarlo es una posición lúcida, digna de ser seguida en un momento en que el escritor es forzado a convertirse muchas veces en una especie de mercachifle con tal de incrementar la venta de ejemplares: “No creo que el autor tenga algo decisivo que añadir a su trabajo: considero que el texto es un cuerpo autosuficiente cuyo maquillaje contiene todas las preguntas y todas las respuestas. Además, los libros auténticos se escriben solo para ser leídos. Cada vez con mayor frecuencia la actividad promocional del autor tiende, por el contrario, a cancelar los libros y la necesidad de leerlos. En muchos casos el nombre del autor, su imagen y sus opiniones se conocen mejor que sus libros, y a estas alturas eso aplica para los escritores contemporáneos y por desgracia también para los clásicos”. De espaldas al bombo editorial y la sobreexposición publicitaria, así pues, Ferrante ha ido construyendo uno de los corpus literarios realmente trascendentes del panorama actual que a la fecha consta de once títulos que incluyen tres de no ficción: La Frantumaglia. Un viaje por la escritura (2016), brillante volumen que reúne cartas, entrevistas electrónicas y prosas ensayísticas fechadas entre 1991 y 2016; La invención ocasional (2019), recopilación de los cincuenta y un artículos semanales publicados en el diario británico The Guardian entre enero de 2018 y enero de 2019 con las bellas ilustraciones de Andrea Ucini, y En los márgenes. Sobre el placer de leer y escribir (2021), que agrupa tres conferencias preparadas para la Universidad de Bolonia y un ensayo sobre Dante Alighieri. Estos tres tomos terminan por configurar un autorretrato intelectual y vivencial de la narradora que se rehúsa a dar la cara para permitir que su obra muscular y extremadamente adictiva tenga la primera y la última palabra. En En los márgenes hay una noción reveladora que refuerza lo anterior: “La verdadera escritura es el gesto que hurga en el almacén de la literatura en busca del material indispensable […] El escritor no tiene nombre. Es pura sensibilidad que se nutre del alfabeto para generar otro alfabeto dentro de un flujo incontenible”.
En octubre de 2016, el periodista italiano Claudio Gatti ganó fama al presentar el resultado de una cuestionable investigación cuyo objetivo era descubrir el nombre escondido tras el seudónimo Elena Ferrante. Para ello se había dedicado a seguir durante un tiempo el llamado rastro del dinero: una serie de depósitos bancarios que rebasaban los diez millones de euros y que desde 2005, año en que el director Roberto Faenza estrenó la adaptación de Los días del abandono, la segunda novela de Ferrante —El amor molesto, la primera, fue llevada al cine en 1995 por Mario Martone—, tenían como beneficiaria a Anita Raja, una traductora del alemán que colaboraba entre otras editoriales con Edizioni E/O, el modesto sello fundado por Sandro Ferri y Sandra Ozzola que junto con Europa Editions publica la obra ferrantiana desde el inicio de esta. Como si hubiera localizado la pista de un criminal escurridizo, Gatti reveló en cuatro medios —Il Sole 24 Ore, Frankfurter Allgemeine Zeitung, The New York Review of Books y Mediapart— que con dichos depósitos Raja habría podido adquirir tres propiedades: una villa en la Toscana, un departamento en el área exclusiva de Villa Torlonia en Roma y otro inmueble ubicado también en Roma cuyo dueño registrado era el esposo de la traductora, el escritor y periodista Domenico Starnone, a quien los rumores señalaban desde unos años atrás como el “verdadero” Elena Ferrante debido a ciertos rasgos estilísticos compartidos con el seudónimo; aún más, la investigación “aclaró” que Raja había dirigido la colección de Edizioni E/O que cobijara el debut de Ferrante. Como era de esperarse, la controversia estalló de inmediato y la especulación se disparó a niveles absurdos, desatando alegatos a favor de la privacidad de la autora —a los que me sumé en su oportunidad— y provocando que varios impostores se aprovecharan del revuelo, incluido uno que en Twitter se hizo pasar por Anita Raja para “salir” del anonimato. Entre los múltiples artículos consagrados a la polémica de Claudio Gatti, que en su defensa esgrimió argumentos endebles y hasta ingenuos —“Encontrar respuestas es mi labor”, manifestó a la BBC, seguramente porque jamás leyó a Ferrante: “El texto es un cuerpo autosuficiente cuyo maquillaje contiene todas las preguntas y todas las respuestas”—, quizá el que más celebré fue el que la periodista británica Deborah Orr entregó a The Guardian con un título inequívoco: “Desenmascarar a Elena Ferrante ha violado mi derecho a no saber”. Orr afirmaba: “Escribir ficción con la calidad de la de Ferrante no es tarea fácil. Ella crea un mundo en el que vive hasta que se cuenta su historia. Eso es lo que hacen los novelistas. Permanecer atado al mundo real y a la vez habitar plenamente un mundo fabricado resulta complejo […] Gatti cree saber más que las personas que conocen y se preocupan por el individuo que reside en Ferrante. Dudo que sea así. El impacto futuro que su intervención podría tener en la creatividad de Ferrante parece no haber entrado en sus cálculos. Eso es lo mucho que le importamos los lectores de Ferrante y nuestros derechos”. Por fortuna, la autora italiana no se vio afectada en su núcleo creativo: tres años después del escándalo causado por Gatti, que se ha ido perdiendo en el tiempo como lágrimas en la lluvia mediática, Edizioni E/O y Europa Editions lanzaron La vida mentirosa de los adultos para demostrar que el estilo ferrantiano se mantenía tan poderoso como siempre. Cabría entonces una interrogante: ¿es preciso averiguar quién se ha parapetado en un seudónimo para apreciar mejor su obra, o es la obra en sí misma la única prueba de identidad que se requiere para valorar e incluso validar a un escritor que nos atrae? El escritor no tiene nombre, reiteraría Elena Ferrante, y por ende yo me quedo con sus palabras y sólo con sus palabras para continuar disfrutando sus sólidos edificios novelísticos y ensayísticos, cargados de realidad hasta la última cornisa.
AQ