Elisa Díaz Castelo y Adalber Salas Hernández, dos poetas a la caza de ‘Las fuerzas débiles’

Entrevista

Lo que surgió como un ejercicio de escritura para sobrellevar la pandemia se convirtió en una obra conjunta sobre la creación poética misma.

Elisa Díaz Castelo y Adalber Salas Hernández. (Foto: Elena Delgado)
Ciudad de México /

La pandemia fusionó a los poetas Elisa Díaz Castelo y Adalber Salas Hernández en un proyecto a cuatro manos, que se consolidó en Las fuerzas débiles (Vaso Roto, 2024).

Dos miradas a la poesía, al poema, a las ciencias y a lo cotidiano, testimonios de su tiempo.

“Cuando empezó la pandemia, Adalber vivía en Nueva York, donde estudiaba un doctorado; y yo, en Ciudad de México. Apenas nos conocíamos y nuestra comunicación se limitaba a una serie escasa de mensajes de WhatsApp”, comparte a Laberinto Díaz Castelo (1986), premio de Poesía Aguascalientes 2020 por El reino de lo no lineal (FCE, 2020).

Decidieron emprender un proyecto juntos para darse ánimos durante los meses de encierro e incertidumbre, en el que cada semana realizaban un ejercicio de escritura con el que escribían dos poemas distintos, uno por cabeza, que giraban en torno a un mismo tema.

“Los domingos intercambiábamos poemas y los revisábamos. Después de mucha pandemia y muchos cambios en nuestras vidas, nos encontramos con que teníamos un libro”, agrega la escritora mexicana, también traductora y autora de Proyecto Manhattan y Principia.

Salas Hernández (Caracas, 1987) repasa el proceso que se concretó en Las fuerzas débiles.

“Los temas que detonaban estos ejercicios de escritura provenían de lugares muy disímiles. A veces, de algún concepto perteneciente a las ciencias duras o a algún fenómeno u objeto descrito por ellas, como la radiación de fondo, el desplazamiento al rojo o los neutrinos”, detalla el autor de Salvoconducto, La ciencia de las despedidas y Nuevas cartas náuticas.

“O surgía durante nuestras conversaciones: nuestras maneras respectivas de relacionarnos con la paternidad; qué opinábamos de los tatuajes, del aire acondicionado, de los radiadores —cosas cotidianas—. Podía surgir de una palabra, simplemente: pájaros. O de una escena: llegas a casa y encuentras de improviso una piedra en la sala de estar, una piedra que no estaba allí antes. Estos eran nuestros disparadores”, agrega el poeta nacido en Venezuela.

Díaz Castelo añade que se dejaban guiar por el antojo, el interés y, a veces, por el azar.

“Conversábamos sobre conceptos científicos y teníamos una lista de algunos de ellos que nos parecían fértiles para la escritura. Además, integrábamos temas que poco o nada tuvieran que ver con la ciencia pero que nos detonaban ideas para escribir”, cuenta la poeta.

La autora de El libro de las costumbres rojas (cuentos) y Planetas habitables aclara que una cosa es una obra conjunta y otra una a cuatro manos, como es el caso del nuevo título.

“La idea del libro era dar un muestrario de dos voces distintas y dos poemas distintos que eclosionan de una sola idea. No buscábamos que nuestras voces se confundieran, sino mostrar lo distintos que pueden ser dos poemas aun si tratan en apariencia de lo mismo”.

Su colega apunta que era una especie de hipersensibilidad ante los temas, en sus conversaciones, pero también en su día a día, en sus respectivas lecturas o películas y series que veían, o incluso en sus respectivos trabajos (ambos también son traductores).

“Aunque no lo buscáramos conscientemente, estábamos a la caza de temas para escribir, y que pudiéramos compartir”, reconoce el ganador del Premio de Poesía Arcipreste de Hita.

El poeta responde a la pregunta de si “crearon o construyeron” poesía en este ejercicio.

“No hay una distinción entre ambas cosas. Algunos de los temas se nos presentaban a ambos investidos por una emoción muy poderosa, producto de la curiosidad o la sorpresa. El poema sobre el Big Crunch, por ejemplo. Y en eso no se distinguían de los otros poemas que hemos escrito: después de todo, escribimos sobre lo que nos impresiona, aquello que impacta nuestra sensibilidad. La cuestión es que una noción perteneciente a la física —la teoría del electrón único, por ejemplo— puede producir la fascinación necesaria para volverse poema. En otras ocasiones, se trataba de poemas muy personales, como ‘Síntoma’”.

¿La poesía se puede controlar?

Salas Hernández: Toda poesía es un ejercicio de control: sobre el lenguaje, sobre las ideas que tenemos acerca de la realidad. La poesía puede ser descrita como una pugna o diálogo con el azar: los hallazgos cotidianos, las circunstancias, el lenguaje. Incluso en la poesía que tradicionalmente pide para sí los privilegios de la inspiración (la inspirada por las musas es una poesía extremadamente medida, recordemos), hay una medida importante de control orientado hacia la producción de un texto que diga algo profundamente cierto para uno, con la esperanza de que, a través de la lectura, pueda volverse profundamente cierto para alguien más.

¿Qué descubrieron como poetas en la escritura de este libro?

Díaz Castelo: Siempre he sido muy perfeccionista en mi relación con la escritura. Me cuesta trabajo dejar ir un texto y suelo volver a él una y otra vez. Agrego o sustraigo comas incansablemente, cambio la forma de las estrofas, altero o quito imágenes y modifico una y otra vez los cortes versales. Nunca siento que el trabajo esté terminado. Este malestar condiciona mi vínculo con la palabra y a veces puedo tardar años en sentir que un proyecto o un poema está listo. Con Las fuerzas débiles aprendí que me es humanamente posible escribir a otro ritmo. El reto de entregar un poema por semana era muy difícil, pero pude hacerlo a lo largo de semanas y meses y más de un año de encierro. Por supuesto que una vez terminada esta primera fase de la escritura pasamos años corrigiendo el manuscrito, pero lo importante fue sentir que podría, de proponérmelo, escribir de otro modo. Este proyecto me ayudó a escribir contra la adversidad, a encontrar en la palabra un ancla y una forma de medir el tiempo cuando la noción de semanas, de horas y de días se había trastocado, diluyéndose en cifras de contagiados y de muertos.

Salas Hernández: Descubrí nuevas maneras de escritura. El contacto con un estilo ajeno —el de Elisa—, que causa admiración profunda, me hacía muy consciente de las peculiaridades de mi propia manera de escribir. Bajo la luz de los poemas de Elisa, podía ver la topografía de mis textos con mayor claridad. El ritmo de escritura también fue fundamental: me obligaba a revisar todo con sumo cuidado, sabiendo que, al final de la semana, alguien más leería lo que yo había escrito. La elaboración de Las fuerzas débiles fue crucial para mí: desde entonces escribo de otra manera.

¿Por qué Las fuerzas débiles?

Díaz Castelo: Las fuerzas débiles, o la fuerza gravitacional débil, es uno de los cuatro tipos de fuerzas que rigen el universo. Se trata de una fuerza de muy corto alcance a nivel espacial, de ahí su nombre, y es la que desencadena la desintegración de elementos inestables y explica el origen de la fisión nuclear. Su nombre, desde antes de saber lo que significaba y de entenderla, siempre me pareció que contenía una veta poética debido a la paradoja que resguarda. Más allá de su significado literal, me puse a pensar sobre qué cosas, en el mundo que yo habitaba, podían ser descritas como fuerzas débiles. La poesía es una fuerza débil en la medida en la que algo en apariencia tan inocuo como el lenguaje puede convertirse en una fuerza difícil de calibrar y que colinda con la magia. En lo referente a la estructura del libro, nos pareció que era un título que evocaba su naturaleza a dos voces: al igual que un átomo se divide en dos durante la fisión nuclear, la consigna del libro era que una sola idea generaba o se dividía en dos poemas distintos.

¿Por qué la preocupación de la ciencia en la vida cotidiana de dos poetas?

Salas Hernández: Las ciencias y la poesía son dos formas del asombro. Parten del mismo impulso: el deseo de comprender el mundo. ¿Cómo se relacionan los fenómenos? ¿Cuáles son las leyes que rigen a un cuerpo o a un movimiento? Cuando escribo poesía, me hago preguntas similares —a veces en los mismos términos—, pero llego a conclusiones distintas. Procuro imaginar nuevas maneras de comprender el mundo. Planteo hipótesis, elaboro teorías que sólo son válidas mientras dure el poema o dentro del cosmos cerrado del libro. Intento dar con leyes, no de esas que rigen el universo en toda circunstancia, sino otras que sólo actúen en el texto.

AQ

  • José Juan de Ávila
  • jdeavila2006@yahoo.fr
  • Periodista egresado de UNAM. Trabajó en La Jornada, Reforma, El Universal, Milenio, CNNMéxico, entre otros medios, en Política y Cultura.

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