Emilia Pérez es una gran película. Parece, sin embargo, que es importante en este caso investigar por qué. Wilde decía que no hay libros morales o inmorales. Sólo bien escritos o mal escritos. Emilia Pérez está bien hecha desde donde se quiera ver.
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Centrémonos en la actuación. A nadie le importó que en Traffic, del 2000, Benicio del Toro tuviese un acento tan desatinado como el de Selena Gomez queriendo sonar mexicana. Los compañeros de Gomez están todos, es cierto, muy arriba. Porque están haciendo un melodrama. Y el universo que Jacques Audiard ha construido desde sus inicios tiende hacia este género. Y ahí sólo hay buenos y malos, los clichés no se matizan. Lo importante es el golpe teatral.
Esta obra debería mirarse, entonces, desde la puesta en escena y no en torno a la veracidad estética de lo que significa decir “México”. Desde el inicio, en Emilia Pérez queda claro que Audiard está produciendo una suerte de remasterización del imaginario en torno a “México”. Como si un DJ tomara “La Cucaracha” y la mezclara en forma espectacular. Pero ahí está el temita que produce fastidio.
Tratemos de ver cómo se resuelven los lugares comunes en magníficas escenas a las que uno no puede pedir que sean veraces, primero porque sobre lo que México significa no es algo que ni académicos ni nosotros hayamos podido definir. México es la señora de Polanco y la señora que vive en la Sierra Tarahumara. Segundo, la intención del autor consiste en explorar el tema de la mafia para llevarla hasta extremos incómodos. También en su país. Un profeta, del 2009, abiertamente afirma que el futuro de Europa está en el islam. En Dheepan un inmigrante se impone por encima de los franceses a puño limpio. ¿Y la derecha francesa? Se enojó. Entonces, ¿es Audiard un provocador? No lo creo, me parece que su búsqueda es muy auténtica. Ahora bien, si este francés fuera tu amigo y lo invitas a tomar un trago en tu casa y se mete con tu país, puedes molestarte un poco, quizá, pero como Audiard es un artista extraordinario, tiene derecho a decir casi lo que le dé la gana.
En Estados Unidos hubo quien enfureció hasta el extremo cuando en Dancer in the Dark, otro magnífico musical, el malo resulta ser un viejo blanco, anglosajón, heterosexual. ¿Y qué van a hacer? ¿Prohibir a los daneses que hagan películas en que los blancos roban a pobres mujeres ciegas? La función del cine estriba en construir un universo audiovisual capaz de producir emociones previas al pensamiento, al lenguaje. Desde aquí, incluso la animadversión que Emilia Pérez produce en los más patrioteros está consiguiendo el cometido del artista. Porque una de las claves del gran arte moderno estriba en esto: no debe dejarte indiferente.
Ahora, a los más ofendidos les recomiendo mirar esto: Zoë Saldaña hace aquí a una abogada que ha sufrido el racismo y el sexismo de esta sociedad. Es una heroína que, en el más melodramático sentido de la palabra, se ve envuelta en hechos en los que no quiere participar. En resumen, Jacques Audiard ha creado a una auténtica heroína nacional. Porque, para este autor la mafia es un pretexto para subrayar los extremos del ser humano. Así consigue obras como el Moctezuma de Vivaldi, una ópera que no tiene que ver con la realidad histórica pero que apela a aquello para lo que no tenemos programa, aquello que no sabemos cómo tomar. Es necesario dejarse guiar por un instinto preprogramático. Que el inconsciente nos guíe. El resultado puede ser asombro o, quizá, una legítima animadversión.
Emilia Pérez
Jacques Audiard | Francia | 2024
AQ