La poeta Emily Dickinson (Amherst, Massachusetts,1830-1886) está considerada como un referente fundamental dentro de la literatura norteamericana y universal, junto a escritores como Edgar Allan Poe o Walt Whitman.
Durante mucho tiempo se habló de la poeta como el caso triste de una mujer solterona y retraída que pasó gran parte de su vida recluida en su casa, vestida de blanco, coleccionando flores y lamentando no haber amado a un hombre que la cortejara. Su existencia, a la distancia, parecía sosa y sin acontecimientos notables. Publicó unos cuantos poemas en vida. Sin embargo, a su muerte, su hermana Lavinia y su sirvienta, descubrieron en su habitación un baúl lleno de versos que revelaron líneas profundas, poco comunes y delatoras de una vida interior rica y compleja. Es probable que su familia haya editado o destruido algunos poemas y que sus primeros editores los “corrigieron” porque Emily escribía libremente, sin conformarse a la rima, la extensión de las líneas o la puntuación convencional.
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La labor de estudiar y traducir al español su obra ha sido larga y complicada, pero las investigadoras, sobre todo mujeres, han descubierto dos hechos fundamentales a partir del estudio de sus textos y de sus cartas: el primero, que fue abusada sexualmente por su padre y su hermano, y el segundo, que estuvo enamorada de su cuñada, la esposa de su hermano, Susan Huntington Gilbert.
Su padre provenía de una conocida familia protestante de Nueva Inglaterra y era abogado y juez de Amherst. O sea, una persona de “respeto” en la sociedad, al igual que su hermano, también abogado. Sin embargo, debajo de ese barniz de virtud se llevaba a cabo un drama en el interior del hogar. El dolor experimentado por la víctima se transparenta en sus poemas ahora clasificados como poemas del incesto. Y parece que el abuso se extendió a la hermana menor, Lavinia.
Emily Dickinson no solo experimentó el dolor de un abuso paterno contra el que no pudo luchar sino mediante la poesía y el amor a una mujer. Su vida, y su drama, fue mucho más interesante y complicado de lo que los vecinos podían comprender. ¿Y en quién volcaría sus afectos más hondos sino en una mujer que admiraba y la apoyaba como Susan, también escritora, poeta, editora, maestra de matemáticas, y amiga de algunas de las personalidades de la época?
Gracias a Sue, como la llamaba, quien organizaba lecturas y veladas en su casa con Ralph Waldo Emerson o Harriet Beecher Stowe o algunos otros abolicionistas renombrados, Emily se codearía y aprendería de personajes interesantes y relacionados con la escritura o la política. Ella fue su aliento, su ejemplo y su gran interlocutor.
Tenemos hoy en día la oportunidad de leer y conocer la poesía de Emily Dickinson bajo una perspectiva diferente, ya no bajo la mirada patriarcal de una solterona solitaria; sino de una mujer fuerte, sobreviviente de una innombrable injusticia y autora de una obra que merece ser leída y estudiada en su justa dimensión.
AQ