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La vestimenta deportiva ha evolucionado sumado y restado en distintas épocas. Los futbolistas ya no son tan bellos como lo fueron en los años setenta.

Mario Kempes y Diego Maradona, con uniformes del Valencia y el Barcelona respectivamente, en 1982. (Wikimedia Commons)
David Toscana
Ciudad de México /

Cuando Pablo dicta su carta a los Corintios, utiliza una exhortación con más aire griego que judío: “¿No saben que en la carrera en el estadio, todos corren, pero uno solo se lleva el premio? Corran de tal manera que lo obtengan”. La frase lleva una sutil paradoja que dejo al lector que la descubra. Ahora sólo quería decir que para los judíos el deporte ha tenido menos relevancia que las labores intelectuales. En fútbol sólo asistieron al mundial de 1970, y fueron coleros de su grupo.

Los historiadores marcan dos razones por las que los antiguos judíos no practicaban deportes olímpicos; las mismas dos por las que tanto gustaban a los griegos: se competía en honor de los dioses y las pruebas se realizaban en bonita desnudez.

A Orsipo se le achaca el inicio de esta tradición: “En la decimocuarta olimpíada… aconteció que Orsipo, uno de los que corrían con taparrabos el estadio en los juegos olímpicos, entorpecido por el taparrabos, cayó al suelo y murió. Por eso los oráculos prescribieron que compitiesen desnudos”.

Especialmente atractivo resultaba el pancracio, y el mañoso de Platón propuso “que las mujeres hagan gimnasia desnudas en la palestra junto con los hombres”. Aunque esto en griego es redundante, pues la raíz gymnos, singnifica desnudez.

También Platón describe a Sócrates en uno de esos sitios con sus amigos, admirando a los niños y muchachos chirundos. En especial les atrae un chico de trece años llamado Lisis. “Si llegas a conseguir un muchacho de esta clase”, dice Sócrates a su compañero, “serás tú quien salga favorecido”.

La vestimenta deportiva ha evolucionado sumado y restado en distintas épocas. Los futbolistas ya no son tan bellos como lo fueron en los años setenta. En aquel entonces se recortaron los cortos a su mínimo nivel y las mujeres tenían a sus favoritos de acuerdo con las piernas. Las gambas del matador Kempes y Émerson Leão levantaban suspiros y no por eso los jugadores se sentían cosificados. Con tal tendencia, se pronosticaba que el futbol femenil sería más popular cuando les llegara el momento de jugar en bikini.

La imagen del Mundial Femenil de México en 1971 era una chica sexy en hot pants; la de la próxima competición en Australia y Nueva Zelanda es un avechucho sin atractivo.

La FIFA ordenó que la playera debía ir bien fajada, pues cuando andaba suelta, parecían hombres en minifalda. Ya para los años ochenta no gustó a los futbolistas andar tan rabones porque en las barridas se raspaban. Así es que se metieron mallas o chores de ciclista bajo los cortos futboleros. Para resolver el problema estético, la FIFA permitió a los futbolistas jugar en piyamas y subirse las calcetas por encima de la rodilla como lencería de la abuela.

AQ

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