En busca de la originalidad

Filosofía de altamar

Desde Platón hasta los remakes, la humanidad se ha obsesionado con la idea de lo original, pero ¿acaso no hay valor en lo que consideramos simples copias?

La idea de 'lo original' implica que podamos ser burlados por lo falso, creyendo en la apariencia engañosa de una copia.
Julieta Lomelí Balver
Ciudad de México /

“Cada falsificación esconde siempre algo de auténtico”, una frase que, como si hubiera regresado en alguno de mis sueños, me ha obsesionado los últimos días. Creo, si no estoy adulterando el mensaje con mi actual memoria, que la escuché hace un par de meses en un filme francés en el cual el protagonista, un famoso curador y restaurador de obras del Renacimiento, estaba enceguecido con el tema de la originalidad en la obra de arte, un asunto que también dirigía a otros escenarios de su vida. Por ejemplo, a su vida sentimental, no sabiendo distinguir si eso que su becaria aprendiz sentía por él era un amor “auténtico” o un aprecio fundado más bien en el interés por la vida extravagante —y los contactos que él pudiera ofrecerle a la joven que aún estaba al inicio del camino. En una última escena, el famoso curador concluye que siempre se puede ver el vaso medio lleno o medio vacío, o que Por el camino de Swann de Proust, bien pudo haber comenzado con “Mucho tiempo he estado acostándome tarde”, en vez de “he estado acostándome temprano”; de la misma manera en que ese “amor” que su joven discípula le tenía, podría ser auténtico o no, podría ser admiración platónica o mero aprecio, o incluso un fuerte interés por estar a su lado para conseguir otras cosas. Pero que, finalmente, fuere lo que fuere, en la práctica se parecía a algo así como al “amor original”.

Un argumento parecido al anterior lo volví a encontrar en estos días en otra película francesa, Copia certificada, el último largometraje del iraní Abbas Kiarostami, que a pesar de no ser el primero en hablar sobre el tema de lo original —y como lo escuché en alguno de los filmes mencionados—, si ponemos mucha atención, encontraremos en “algún detalle sin interés, trazo inesperado”, el estilo propio del director. Porque toda obra artística, pero también cada una de las tramas privadas de nuestras vidas, aunque “no seamos más que réplicas del ADN de nuestros antepasados”, conserva su propia peculiaridad que la vuelve en algún sentido única, irrepetible, original.

Volviendo al largometraje de Kiarostami, nunca había reparado en la etimología latina de “original”, que el protagonista de Copia certificada —un escritor que ha publicado un libro sobre el mencionado concepto— explica asertivamente desde el inicio de la trama: lo original es el adjetivo que usamos para remitirnos al origen de algo, pero también puede entenderse como sustantivo, como el objeto, o el modelo para hacer otros objetos iguales, para elaborar “copias”.

Lo “original”, en su sentido más antiguo, deriva del latín, Originālis, Orīgo, que significa origen, y del sufijo -al, que explica la pertenencia, o lo relativo a algo. En este sentido, lo original, en los inicios de la cultura grecolatina, particularmente en la filosofía, tuvo un significado muy amplio, que abrió la pregunta ética o metafísica sobre, ¿dónde encontrarlo?, o si ¿eso que tenemos, o sentimos, es algo auténtico, genuino, fiable, por lo tanto, duradero? Lo original también significa “lo que posee un valor intrínseco” frente a “la copia”. Lo original, al ser entendido como la raíz, el nacimiento, la primera idea, o el patrón de algo que no es auténtico, también implica que podamos ser burlados por lo falso, por lo inauténtico, creyendo en la apariencia engañosa de una copia.

La filosofía inició su camino preguntándose por esa “originalidad” de lo existente, por ese principio y origen del cual se desprendía el resto, no sólo de los objetos del mundo, sino también de los afectos y el impalpable carácter humano manifiesto en conductas tangibles. La pregunta por ese gran modelo del cual derivan los demás, para la filosofía platónica, fue el Mundo de las Ideas, el paraje de lo perfecto, de lo auténtico, de lo verdadero; correlato de la copia imperfecta, de esta vida terrenal.

Posteriormente, al cristianismo le vino muy bien este nihilismo platónico, extendiendo su obsesión por lo original hasta lo imposible, atando al fiel, al anhelo imposible de reencontrarse con lo genuino. Pero para lograrlo, sería antes necesario superar “este” mundo terrenal de las apariencias, de las copias que dan consuelo por momentos, pero que no tienen valor intrínseco en sí mismas, ni mucho menos son fiables, o duraderas. El valor de lo terrenal sólo se confirmaba al remitirse al original. Para morar ese mundo ideal, y llegar a conocer eso que sí tiene un valor por sí mismo, era necesario morir, abandonar cualquier autoengaño o confort efímero en las copias terrenales, porque de no hacerlo, el fiel jamás conocería ni gozaría los privilegios de la vida eterna, del mundo verdadero.

Pero a nosotros, como seres poshistóricos, poscristianos y posmodernos, sólo nos quedaría entender que, tras centurias de cultura, de obras, de muertes y nacimientos, del remake del remake, toda copia —como también lo dice la película de Kiarostami— siempre tiene un gran valor porque nos remite al original. Confirmar el valor de las copias es también confirmar el esplendor y la monstruosa belleza de las obras del Renacimiento. Es entender la reapropiación, por parte del cristianismo, de la filosofía y los valores morales de la antigüedad, y saberla aún parte de nuestras creencias. Confirmar el valor de las copias es reconocer las fallas de esa obsesión por la originalidad, de lo neurótico y ocioso que es buscar algo único y especial de orden inalcanzable. Es reconocer que tanto el otro como nosotros mismos no somos necesarios para que el mundo siga, y sigamos con él su curso.

Confirmar lo original, a partir de la imperfección de un facsímil, es entender que toda nueva amistad, nuevo amor, o “nueva” idea, no es más que la copia, a veces más perfecta, o imperfecta, de una anterior. ¿El amor se puede falsificar? ¿Será posible construir una relación distinta a todas nuestras relaciones fallidas del pasado?

Sin embargo, cada trama individual, cada pequeña historia personal, aunque haya estado rendida a la simulación, a la falsificación y las apariencias, siempre conserva una huella propia, alguna marca que la diferencia —aunque sea imperceptible para los demás, pero nunca lo es para uno mismo— de ser completamente idéntica al resto, incluso cuando mentimos. Toda copia o intento de emular algo que no nos pertenece, conserva una insignia que ha dejado el copista para ser identificado, aunque haya sido un falsificador o un embustero de su propia vida y de sus relaciones con los demás.​

​AQ | ÁSS

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