En defensa de las redes inteligentes

Guía de forasteros

Eloy Rodríguez, científico y experto darwinista, ve en la naturaleza toda una serie de sistemas que nos permiten prosperar.

Ser mejores es una decisión que podemos tomar o dejarla pasar. (Especial)
Carlos Chimal
Ciudad de México /

Conocí a Eloy Rodríguez gracias al premio Nobel de Química, Roald Hoffmann. Fue el primer chicano, hijo de trabajadores agrícolas, en obtener el grado de doctor en una ciencia dura por una gran universidad de los Estados Unidos, Cornell. Antes de que se mudara a California pude platicar con él en la isla de Manhattan, frente al muelle 51 de la bahía del río Hudson. Uno de sus logros consistió en dirigir la limpieza de este importante brazo acuífero.

Otros de sus triunfos fue imponer en su campo de investigación, la fitoquímica, un espíritu social comprometido, pues al observar y entrar en contacto con las comunidades indígenas, por ejemplo, del Orinoco o del norte de México, no vio en ellos conejillos de Indias, sino personas. Muy parecido al punto de vista que adoptó Susan Sontag como escritora, según me lo dijo ella en alguna ocasión. No se trata de personajes, sino de gente; de otra forma la ficción es inocua.

La “zoofarmacognosis” es un término acuñado por Eloy para referirse a su peculiar manera de comprender las diversas formas de curarse que han encontrado las especies a lo largo de su evolución. Convencido darwinista, piensa en la realidad natural como una fuente de oportunidades. Ser mejores es una decisión que podemos tomar o dejarla pasar.

¿Qué es precisamente lo que hace?, le pregunté.

“Hacemos, porque trabajamos en equipo, una combinación de biología, antropología, ecología y química. Hemos buscado en el Caribe, en el Amazonas venezolano, en África, en Baja California los remedios naturales que algunos animales utilizan para curarse o prevenir enfermedades, así como los que han descubierto las poblaciones indígenas, la llamada farmacopea ancestral”.

¿Puede darme un ejemplo?

“Algunos monos se acicalan con ciertas yerbas y otros, al verlos, se acercan y se frotan unos con otros”, respondió. “Antes se creía que era una forma de conducta social, pero ahora sabemos que la causa es muy distinta. Al analizar las sustancias de esas plantas nos dimos cuenta de que contenían un aceite que los protegía contra los parásitos”.

¡Qué monos más inteligentes!, exclamé. “Así es, cuando aparece un mono astuto en el grupo, los demás entienden que les conviene imitarlo. ¿Ve usted cuál es nuestro interés en la ciencia?”

Dudé. Eloy siguió diciéndome: “Nos interesa estudiar la manera en que algunos animales reconocen y usan plantas y sustancias como medicamentos, tomados del ambiente donde viven. Pero eso no es todo. Mientras investigábamos, descubrimos una molécula útil para combatir el cáncer de mama”.

¿Cómo?, insistí.

“Esta molécula, tomada de una planta, podría inducir a las células cancerígenas de un tumor en el pecho de una mujer a autodestruirse, por lo que lo eliminaría sin mayor riesgo. Todavía seguimos estudiando si esto es posible. Pero, ¿se da cuenta?, este campo ofrece muchos posibles beneficios. Tratamientos contra la leucemia, el VIH, las gripes y los catarros comunes provienen del mundo natural, y casi todos tienen como base una planta”.

¿Por eso es importante la biodiversidad?, comenté.

“Entre otras razones”, aclaró él. “En los bosques tropicales húmedos, donde existe una enorme diversidad de especies y ecosistemas, los parásitos y los organismos patógenos no sobreviven con facilidad, pues se enfrentan a muchas clases de sistemas de defensa bioquímicos. Así, un virus que acaba con un árbol en el Amazonas, al saltar a otro, muere, pues las moléculas químicas de ese nuevo árbol son muy diversas, totalmente desconocidas para el organismo invasor. Recuerde que esto sucede después de largo tiempo, y que le ha tomado muchos millones de años llegar hasta aquí. Si nos limitáramos a estudiar, por ejemplo, la forma y el color de los organismos vegetales y animales, no conoceríamos los mecanismos de adaptación y las sustancias que utilizan las diferentes especies a fin de sobrevivir”.

Parece toda una red inteligente.

“Exactamente”, replicó Eloy. “En los bosques tropicales húmedos, como en el Amazonas, las especies están interconectadas por el hilo de una aguja llamada evolución. Desde que son larvas u orugas, muchas especies de mariposas se protegen de sus pájaros depredadores almacenando un veneno, el cual se desplaza hacia las alas cuando la mariposa tiene que remontar el vuelo y exponerse. Claro, hay algunos pájaros que han aprendido a evitar este veneno, pero aun así, funciona para la mayoría. Existen enjambres, redes de plantas, hongos, animales, insectos, microorganismos, todos ellos con una inteligencia antigua, asombrosa”.

¿Se sabe si algunos animales han desarrollado defensas contra la contaminación?

“No con exactitud, pero puedo decirle que, por ejemplo, los pájaros que viven en las ciudades comen mucha fruta. La fruta contiene sustancias antioxidantes que defienden a los organismos vivos de algunos contaminantes industriales. No olvidemos, además, que los pájaros son muy buenos sobrevivientes. Saben escoger sus alimentos y evitar los sistemas de defensa de otras especies, así que no me sorprendería que ya hubiesen desarrollado algunas formas de protegerse de nuestra contaminación.

¿Desde cuándo le interesó la naturaleza? Eloy no dudó en contestar.

“Desde pequeño me gustó leer los libros de los naturalistas y los viajes de los exploradores, sobre todo de Charles Darwin, un gran narrador del mundo natural, a quien todos deberíamos leer algún día”.

AQ

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