En el bosque equivocado

Los paisajes invisibles | Nuestros columnistas

El aforismo no persigue el análisis profundo o el decreto clínico, porque éste surge de la intuición, es chispazo perceptivo.

Armando González Torres, poeta y ensayista. (Foto: Héctor Téllez)
Iván Ríos Gascón
Ciudad de México /

Para identificar al ensayo más breve del mundo, Gabriel Zaid fue contundente: “No hay ensayo más breve que un aforismo”. Ensayo, sí, porque el aforismo es introspección. Rumor de la conciencia. Discurso del intelecto. El aforismo podría ser una variación de la poesía. Las palabras se agrupan en una insólita cadencia que, en equilibrio con las pausas o el silencio, desentraña su mensaje como una barca que ondula a la deriva.

El aforista empedernido Georges Perros (París, 1923–Douarnenez, 1978), gustaba de espulgar las prosas para extraer las máximas como si fueran bichos de oro. “Algunas mentes contemporáneas dan la sensación del aforismo. La lectura de su obra es ambigua, esconde algo: el aforismo personal”. Ponía como ejemplos a Paulhan, Ponge, Leiris, Blanchot, Jarry, Bataille, Ferry, Michaux. Y rígido como un cuello almidonado, emitía diagnósticos punzantes: “La prosa de Alain está llena de aforismos. Pero de aforismos para vivir. Aforismos con buena salud. Él los fabrica. El verdadero aforismo es muerte y vida, derecho–revés, forma y fondo desfigurados. El aforismo está positivamente loco, como puede estar loca una ballena en cuanto al mar, que nada comprende”. Por eso, Perros desestimaba a André Breton. Su escritura le parecía llena de realeza, impoluta. (“El rostro de Breton es el cuadro viviente de su estilo”).

Ahora bien, ¿por qué empleaba tanto tiempo en auscultar extensas, enormes parrafadas? Porque, según Perros, casi nadie se ocupaba de tiempo completo en el arte del aforismo: “Escribimos, siempre escribiremos novelas, dramas. Al hombre le gustan las historias. Siempre leeremos a Laclos, a Constant, a Balzac, a Stendhal. ¿Pero quién no ve que el sitio por donde pasa ya ha sido transitado, que ya no hay por dónde chupar esas tetas rabiosamente solicitadas por todos los que se han interesado en la condición humana? Cualquier agudeza psicológica carece de sentido. Sufre de embrutecimiento inmediato. Todo lo indispensable que va del Yo al Juego, o viceversa, está gastado, arruinado”.

Perros tenía razón. El aforismo no persigue el análisis profundo o el decreto clínico, porque éste surge de la intuición, es chispazo perceptivo.

“Esa noche fui a buscar la verdad, la encontré fumando en una esquina. Le pedí que volviera, pero sus ojos extraviados ya no me reconocían”. Así comienza En el bosque equivocado (publicado por Cuadrivio), quinto libro de aforismos del poeta y ensayista mexicano Armando González Torres. Galería de personajes insospechados, en el paisaje de sus textos breves el aforista marcha de un pensamiento a otro, observa sus vocablos, medita los asombros.

La floresta de Armando González Torres está hecha convicciones (“Dice que una prosa se va volviendo poesía cuando deja atrás todo aquello que hay que explicar”), de ironía (Monólogo del militante: “Aunque he olvidado lo que fui, tengo la certeza de que no hay que esperar mucho de lo que soy”), de franqueza (“Las palabras que no han pasado por la literatura son las más sanas y expresivas. Algunos hombres las escogen, no para hablar o escribir con ellas, sino para reproducirse”).

Dividido en siete partes o secciones, En el bosque equivocado es un volumen que remite al escepticismo poético de Georg Cristoph Lichtenberg, y en momentos, a la audacia filosófica de E. M. Cioran, porque la mirada de González Torres no pierde detalle alguno, está al acecho de la iluminación: “Hay viejos que se quedan callados un buen rato, hurgan en sus recuerdos o en sus sueños, es lo mismo y, de repente, te regalan una frase prodigiosa, como si hubieran descubierto de milagro las palabras”. Y es que, claro, “La palabra no tiene ojos, pero su vibración guía tus tinieblas a través de los mares de saliva”.

En el bosque equivocado es un espléndido paradigma del arte del aforismo, género que Perros comparaba con el sueño. Porque sí, el sueño es literario.

AQ

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