(No creo que a Álvaro, felinópata si alguno, le hubiera molestado mi elección para este “textículo” —como le divertía decirles a los artículos breves— del formato que empleó Christopher Smart para hacer el elogio de su gato Jeoffrey.)
Porque ahora voy en elogio de Álvaro Uribe.
Porque gustaba de Los Beatles con la misma naturalidad con que en cada cumpleaños oía para sí y como autorregalo la Séptima de Beethoven.
Porque su afición al “rectángulo de sombras que fueron” (para citar a su inseparable Borges) le valió entre un grupo de comensales de los días miércoles el apodo de Don Álvaro o la fuerza del cine.
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Porque le decía al mesero: “¿Nos puede traer (mostrándola) esta botella de vino; pero llena?”
Porque de joven vio a toda mota en el Cine Latino el estreno de 2001: Odisea en el espacio y sin embargo sacó de ahí una de las experiencias más perdurables y lúcidas de su vida, y para sus lectores, en un texto que concluye: “Prefiero creer que, aun si la evolución se da por saltos cualitativos, quien brinca es solo un ser tan frágil como yo. Prefiero creer que (Stanley) Kubrick y (Arthur C.) Clarke y yo y todos los hombres y mujeres que nos precedieron en la Tierra y todos los que nos sucederán aquí hasta el fin de los siglos estamos aislados en el universo. Prefiero creer que lo que hagamos o dejemos de hacer no depende sino de nosotros y de tantos otros semejantes a nosotros. Prefiero creer que, incluso si nuestra libertad es una falacia, no fuimos creados o impulsados por nadie ni nada mejor que la terca necesidad o el indiferente azar”.
Porque en este “el indiferente azar” logró algo tan difícil como sonar a Borges sin al fin sonar a Borges sino a él mismo, y sus libros abundan en tales destrezas.
Porque era una shulada (como él mismo hacía el elogio de terceros ausentes) digamos al explicar los conceptos del filósofo John Locke respecto a la tolerancia, pese a las interrupciones de plano antilockianas de la H. Mesa.
Porque inventó, o les dio el alto honor de la tipografía, a las siglas JPP: Jodidos Pero (en) París.
Porque en su última novela Los que no el narrador tiene la intuición definitiva, o para mí ya inamovible, de que el cáncer no es algo que “va devorando”; no es carcoma. Es un árbol adentro. En extensión. Y hoy, completo: da frutos malditos.
Porque veo el “va devorando” y recuerdo cómo él en mil palabras hizo una obra maestra sobre el uso de las comillas en México.
Porque la traducción de uno de sus mejores títulos (en ambos sentidos) en español: El taller del tiempo, recibió en portugués el inolvidable: A oficina do tempo. Y hubo harto contento ese miércoles.
Porque ya no podré regresar a “Near Perigord” de Ezra Pound sobre el trovador Bertran de Born sin recordarlo a él.
Porque ya era hora: por fin alguien perfecto en el mundillo de las letras mexicanas: Álvaro —me pongo de pie; oíd la Voz del Azteca—; Álvaro —en la Á tildada de su nombre, el Águila—; Álvaro —por si algo faltara—; Álvaro le iba al América.
Álvaro Uribe en 9 frases memorables
El sueño buscado es un parsimonioso tigre que merodea la vigilia.
Topos
En literatura lo que pasa una vez pasa siempre.
Los que no
Como las asíntotas de la perpleja trigonometría, la exposición de ideas más o menos personales y el relato autobiográfico son líneas paralelas que tienden a juntarse en el infinito.
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Cuando la crítica se demora en ponderar el estilo de un autor es para sugerir o de plano afirmar que éste no tiene nada que decir.
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Recordatorio de Federico Gamboa
Todos los hombres a lo largo de una vida son capaces de alzarse al menos una vez hasta el heroísmo y de rebajarse al menos otra hasta la abyección.
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Diré, por presentarme de alguna manera, que parezco un sacerdote. Eso suele pensar, me aseguran, quien entra por primera vez en esta habitación, mezcla de biblioteca y de oficina, donde ahora escribo.
La linterna de los muertos (y otros cuentos fantásticos)
Aprendí por la recta vía de la catástrofe, que lo verdaderamente misterioso, en los otros y para los otros, es la enfermedad.
Morir más de una vez
AQ