Preguntas por obras en la historia de la música cuyo exceso imaginativo las haga irrealizables y, claro, mencionas la inconclusa y malograda Mysterium de Scriabin: partitura de 168 horas —cuatro masas corales, gran orquesta con órgano y actos de pintura, danza, pantomima y teatro— que debe ser interpretada a las faldas del Tíbet. Yo te respondo con un proyecto insólito de Stockhausen (1928–2007): Luz, ciclo de siete óperas (escritas entre 1977 y 2003) que ofrece un íntimo e intenso acercamiento a la innovadora esencia de su pensamiento: el tiempo como responsable de la forma; es decir, música que trabaja con la duración como materia prima.
Está el temprano Gruppen (1955), en donde tres orquestas con partituras propias y diferentes directores comparten la misma extensión temporal. En Mantra para dos pianos (1972) el diseño cambia: una célula–madre funge como absoluto soporte para que músicas de origen cultural diverso (raga hindú, sonata clásica o canto gregoriano) sucedan y se transformen en una estructura común.
Luz comparte el concepto de una estructura común: tres melodías asociadas a los protagonistas —Miguel (arcángel y hombre en sentido trascendental), Eva (la luna y mujer arquetípica) y Lucifer (eterno antagonista)— se superponen para construir una célula–madre que avanza durante 24 horas, divididas en siete óperas (una por cada día de la semana), y permite que los sonidos (convertidos en ideas, deseos, mentiras y miedos de Eva, Miguel y Lucifer) nazcan y destruyan, griten y murmuren, asciendan y caigan, coloreen y vacíen en, desde, y sobre el tiempo.
La célula–madre de Luz permite comprender la naturaleza temporal de la música; es por eso que Eugenio Trías afirma que, en esta obra, el arte de Stockhausen “trasciende al tiempo a partir del propio tiempo, en vislumbre de lo Eterno”.
@hugorocajoglar