Enferma de mí misma | Por Avelina Lésper

Casta diva | Opinión

Como lo retrata la película del director noruego Kristoffer Borgli, la sociedad y la corrección política están enfermas de sí mismas.

Kristine Kujath Thorp interpreta a Signe en 'Enferma de mí'. (MUBI)
Ciudad de México /

La industria de la víctima es el gran negocio que la corrección política gesta en las redes sociales, otorga privilegios, fama y el poder de cancelar y destruir vidas, carreras prestigiosas. La Película Sick of myself (Enferma de mí), del director noruego Kristoffer Borgli, es una comedia negra que en momentos podría ser un thriller, lo más grave es que es realista, que es la cotidianeidad en nuestra sobreprotectora sociedad.

La joven Signe, narcisista y sin creatividad, es barista en un restaurante y padece una patológica sed de ser el centro de atención, sin hacer algo útil. Vive con su novio, un artista VIP que “hace” obras con muebles que roba, voltea de cabeza y los llama esculturas. La carrera del novio comienza a despegar y, como toda pareja tóxica, ella agrava su frustración de ser invisible y se dedica a sabotear al novio haciéndose la enferma, criticando su galería, su exposición, y desplegando su desmedida capacidad para mentir.

A raíz de un accidente del que ella queda sin una herida, pero cubierta de sangre, se da cuenta que ser víctima es el pase directo para inspirar lástima, atención y protagonismo. Con su dealer de pastillas consigue un medicamento ruso que deja como reacción secundaria, una dermatitis a la enésima potencia, con deformaciones. Claro, para los noruegos, Rusia es tierra sin ley y por eso venden medicamentos dañinos.

Se toma una sobredosis y consigue su sueño: una horrenda enfermedad en la piel de todo el cuerpo. La decepción es que a nadie le llama la atención. Busca a una amiga periodista de un tabloide tipo Daily Mail, y le hace un reportaje, otra decepción, no le dan la primera plana. La enfermedad avanza y tiene al novio de rodillas, con sentimiento de culpa por no haber ignorado su gravedad. Por fin a raíz de otro reportaje de su amiga la contratan de modelo para una firma de “ropa inclusiva” y su tenue camino a la fama inicia.

La película tiene un final agudo y amargo, es una denuncia a los mecanismos de la invención de una condición marginal muy conveniente para lograr un sitio de infalibilidad. Signe juzga a sus amigos, a su novio, y a la menor crítica dice que es atacada por su enfermedad. Cuando le confiesa a su amiga periodista que ella se provocó esa deformidad, la amiga la increpa, y Signe le responde “me juzgas desde tu posición de privilegio”. Bingo. La víctima es ella, aunque haya sido un montaje de consecuencias incontrolables.

En este momento hasta el menor gesto es designado como “discriminación”, la persecución es paranoica y oportunista. Las nuevas reglas de “convivencia” son de censura y la intolerancia ha cambiado de bando. Signe miente en la terapia de grupo, hace alarde de que tiene una enfermedad “desconocida” y sufre, pero esa enfermedad es un arma de chantaje que le ha dado sentido.

La sociedad y la corrección política están enfermas de sí mismas.

AQ

  • Avelina Lésper

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