Morricone: “Desearía que nos convirtiéramos en sonidos”

Entrevista

La música, su historia, su poder y su belleza son los ejes de esta conversación.

Ennio Morricone, compositor musical y director de orquesta, fallecido el lunes pasado. (Foto: AFP)
Antonio Gnoli
Roma /

El 23 de marzo de 2014, Antonio Gnoli publicó en el periódico italiano La Repubblica una larga entrevista con Ennio Morricone. La conversación tuvo como eje la música, su historia, su poder, su belleza. Como homenaje al gran compositor, reproducimos algunos fragmentos.

—¿Qué es el poder de la música?

Es su naturaleza evocativa, aunque lo que evoca permanece atrapado en el sentimiento de cada uno. Pero al mismo tiempo es un poder que crea un vínculo colectivo, una comunidad de escuchas. O, de manera más paradójica, del silencio.

—¿Es importante el silencio en la música?

Es su parte más secreta e íntima. […] Riccardo Muti interpretó en Chicago una música que escribí para recordar la tragedia de las Torres Gemelas, y que titulé, no por casualidad, Voces del silencio. Hay un instante en el que todo se detiene, después de un enorme trauma. Todo calla. Es en ese momento en el que el sonido manifiesta su fuerza.

—Vivimos en una sociedad en la que el ruido ha derrotado al silencio. ¿Qué le sugiere esto?

No condenaría al ruido. Es un recurso para la música. Los ruidos no son defectos, tampoco errores. No me producen tristeza mental. No escucho más que ruidos. Son una fuente de inspiración, incluso desagradables, pero de una belleza brutal, plagados de experiencia y de vida. Me doy cuenta de que a veces me concentro en algún ruido en particular —el zumbido de un avión, por ejemplo— y lo transformo en la tonalidad en la que logro pensarlo, en una especie de canto interior.

—¿Una educación que nace en la calle?

Digamos más bien que en el mundo. Aunque no debemos quitarle importancia a la aportación de los maestros.

—¿En quién piensa?

En mi padre que tocaba la trompeta. Fue él quien me enseñó la clave del violín y me transmitió la pasión por ese instrumento. Me inscribí en el conservatorio de Santa Cecilia, en Roma. Hice un curso complementario de Armonía, y después fui a estudiar Composición. Tomaba las clases (entre 1940 y 1941) de Antonio Ferdinandi y luego las de Goffredo Petrassi.

—¿Cómo fue la relación con Petrassi?

Fue una suerte haberlo conocido. Era un maestro fantástico. Inspiraba un cierto pavor. Tan es así que cuando, para ganar dinero, comencé a hacer los primeros arreglos musicales para la radio, me cuidé mucho de decírselo.

—¿Qué se lo impedía?

Temía que viera en esa elección una especie de corrupción. Pero cuando al final lo supo, reaccionó sin enojo. Me dijo simplemente: “estoy convencido de que usted recuperará el tiempo que está perdiendo”.

—¿Y ese trabajo era una pérdida de tiempo?

Era la vida. Con sus compromisos y sus necesidades. Sabía que no quería ser una carga sobre el magro presupuesto familiar. En esos años colaboraba frecuentemente y de forma determinante en las composiciones musicales. Sin firmar. Sin aparecer. Fue mi periodo de aprendizaje. Luego, un día me llamó Luciano Salce y compuse la música de mi primera película.

—¿Cuál?

La película era Il Federale. El director me la mostró y le puse música. Esa experiencia salió bien y por algunos años colaboramos juntos. Después llegaron los otros directores.


—No parece que el éxito lo haya cambiado.

No creo que yo sea un narcisista, y considero que el éxito es un evento transitorio. Y es duro, muy duro, confirmarlo con el tiempo. Cada vez que pienso en que he hecho lo máximo, sé que se puede lograr algo mejor.

—¿Un perfeccionista?

No, creo que la música es una aplicación del talento, continua y vigilante. Es un oficio total. Al menos para mí.

—¿Qué relación tiene con la vida?

En general diría que forma parte de ella. En particular no tiene nada que ver con la propia vida privada. Con las alegrías y con los dolores personales. Me hace reír la idea de que un compositor traduzca en música el propio sufrimiento.

—¿Cree en Dios?

Claro, con algunas dudas sobre lo que viene después.

—¿El más allá lo convence?

Me parece que hay mucha confusión. ¿Resurrección de la carne? No lo sé. ¿Seremos almas sublimadas en la beatitud? Puede ser.

—Quizás seremos música.

Me gustaría que todos nos transformáramos en sonidos.


Traducción de Verónica Nájera Martínez


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