La música tiene la capacidad de manipular nuestras emociones, regresarnos al pasado, encontrar recuerdos. Escuchamos música para concentrarnos, amar, gozar, darle sentido a un ritual.
Las partituras que son escritas ex profeso para el cine establecen un argumento paralelo, nos llevan, seducen y hacen que esa historia crezca.
Ennio Morricone fue un gran narrador de historias, un artista que sabía que todos, como Orfeo, somos capaces de descender al infierno buscando el amor. Sabía que la música trastorna a los demonios, y con una lira como única arma, trataríamos de atraer al ser amado.
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Las películas en donde participaba con sus obras quedaron marcadas. Ennio era un guionista y director más, y así se convirtieron en sus películas. Los filmes de Sergio Leone, como El Bueno, el malo y el feo, esas series con Clint Eastwood, no estarían completas sin sus partituras, así como las más de 500 obras que compuso.
Escuchar y ver fue un gran invento del arte, desde los rituales, los autos sacramentales, la ópera, la unión del drama y la melodía, llevaba hasta lo más hondo de nuestra psique cualquier mensaje. La música nos enseñó a creer en Dios.
En el cine mudo, a las voces de los actores las sustituyeron las piezas que se interpretaban en vivo con piano. Al llegar el cine sonoro los actores entraron haciéndose espacio con la música que creció, fue orquestal, y la partitura fue un personaje más.
El trabajo de un compositor-narrador musical va más allá del acompañamiento, no es una ilustración, es una obra completa capaz de sobrevivir a la imagen, que se sostiene en su propio argumento. Cuando la música es únicamente un servicio para matar al silencio, en eso queda y es tan intrascendente como las películas mismas.
La música realizada para el cine es música clásica contemporánea, hay entre sus compositores muchos con más nivel que algunos encumbrados que son el equivalente a los artistas VIP, que componen música “intelectual y cerebral” porque son incapaces de crear una armonía que nos emocione.
Actualmente en el arte hay una falsa y arrogante creencia de que las obras comisionadas no motivan a la inspiración, como si las grandes obras de la Historia del arte no fueran comisiones. Hay artistas que, con ignorante presunción, afirman: “no estoy acostumbrado a trabajar con un tema específico”, “no puedo trabajar por encargo”, y llega un grande como Ennio y demuestra que la inspiración trabaja cuando hay maestría, oficio y humildad, que rechazar una comisión es una forma de encubrir la incapacidad y mediocridad.
Le dictó su epitafio a su agente, y dice: “Soy Ennio Morricone, he muerto”. Inicia el silencio, ya no tendremos más partituras de Ennio, ya no tendremos su complicidad y compañía mientras vemos una película, sólo nos queda volver a ver, a escuchar y agradecer que él nos haya contado tantas historias.
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