“Muchas veces lloré de coraje por las envidias”: entrevista inédita a Enrique Metinides

Entrevista

A un año de la muerte del decano de la fotografía policíaca, ocurrida el 10 de mayo de 2022, publicamos esta entrevista realizada en 2016 en el contexto de la exposición 'El hombre que vio demasiado'.

Enrique Metinides, 1934-2022.(Foto: Jorge Carballo | MILENIO)
Juan Carlos Aguilar
Ciudad de México /

Además de enfrentarse con miles de choques automovilísticos, asesinatos, incendios y terremotos, Enrique Metinides (1934-2022), el más grande fotógrafo policiaco que ha visto nuestro país tuvo que enfrentar durante más de medio siglo una desdicha mayor, una verdadera tragedia griega por la cual muchas veces rompió en llanto: la profunda envidia que le tenían sus colegas.

En esta entrevista inédita, realizada en 2016, en el marco de la exposición El hombre que vio demasiado, que se presentó en el extinto Foto Museo Cuatro Caminos, Metinides recuerda que algunos de sus compañeros le llegaron a romper sus fotografías, las cuales luego encontraba tiradas en el bote de la basura. También le ocultaban las convocatorias de los concursos de foto que organizaba La Prensa con tal de que no participara. Al final, se enteraba y concursaba; en todos ganó el primer lugar. Peor para él.

La rivalidad aumentó con cada logro de Metinides: fue el creador del grupo de los Onces (fotógrafos que hasta la fecha cubren la fuente policíaca en Ciudad de México) y el primer fotógrafo en México en viajar en una ambulancia, lo que le permitía llegar antes a un accidente. Además, inventó las claves que utilizan los socorristas para reportar las emergencias.

Dos logros más: entrar en las galerías de arte de Estados Unidos, Inglaterra, Alemania, Francia, Dinamarca, Holanda, Polonia y España; y publicar, en 30 días, 40 fotografías principales: 20 primeras planas y 20 contraportadas, un récord que Metinides obtuvo en varias ocasiones y que nadie ha logrado superar.

Pero acaso su mayor conquista fue crear una obra que, por insólito que parezca, rehuyó de lo sangriento para abrazar una narrativa cinematográfica, que nunca antes se había visto en las páginas rojas.

Metinides, el incansable, trabajó durante cinco décadas de madrugada y doblando turnos, siempre enfrentando el peligro, desde que tenía nueve años de edad, cuando comenzó su deambular por las morgues de la ciudad. A un año de su muerte, ocurrida el 10 de mayo de 2022, así lo recordamos.

—Algo que me resulta muy interesante es que en tus fotografías de accidentes y asesinatos siempre procuraste que el resultado no fuera sangriento, al menos no más de lo inevitable. Platícame de eso, Enrique…

Cuando había un cadáver, el departamento de dibujo retocaba las fotografías para quitar la sangre; volvían a pintar el piso o algún mueble. Incluso, si la ropa del muerto estaba muy ensangrentada se la limpiaban y hasta le arreglaban el rostro. Así, cuando se publicaba, no se veía demasiado sangrienta, como sucede en los medios actualmente.

Así fue desde finales de los años 40 y hasta principios de los 70, época en la que el periódico se imprimió en blanco y negro. Pero exactamente en 1973, cuando ya salía a color, me mandó llamar el director y me dijo: “No queremos ni una sola gota de sangre en las fotos; de lo contrario, no se van a publicar”. Se me ocurrió, cuando hubiera cadáveres, tirarme al piso, poner la cámara en el suelo, y desde ahí hacer el tiro. Así desaparecía completamente la sangre.

Trataba de que, en la parte de atrás de la imagen, se vieran policías, agentes, médicos o peritos, y que el cadáver siempre apareciera tapado. Salía la foto más artística y no se veía al muerto y ni una sola gota de sangre. Se llegaron a publicar cadáveres, pero tapados con sábanas. De hecho, en la ambulancia traíamos cobertores y sábanas. Mis imágenes eran los casquillos, el perito buscando huellas, la fachada de la casa donde ocurrió el crimen, el arma homicida, o la imagen en vida de las personas fallecidas, todo para que no se viera el cadáver.

—Justo recuerdo dos imágenes que son ejemplo de lo que dices. En una se ve a un perico en una jaula, y en la otra una zapatilla, que fue el objeto con el que una mujer asesinó a su esposo.

Una vez encontraron a tres mujeres asesinadas en Coyoacán. Cuando llegué, la primera foto que tomé fue la fachada de la casa; la segunda, la entrada, en donde ya había un policía y muchos mirones. La tercera fue la de un pequeño jardín en donde estaba colgada una gran jaula con un perico adentro. Yo siempre retrataba todo, incluyendo a los animalitos que había en el lugar de los hechos.

Luego entré a la casa, donde ya la policía estaba investigando. Tomé la fotografía de los casquillos que había en el suelo. Recuerdo que había tres retratos en la pared de la sala que, luego supimos, eran de las tres mujeres que habían sido asesinadas. También capturé esos retratos.

Después entré al cuarto donde estaban los tres cadáveres: eran tres hermanas de entre 80 y 90 años; las mataron para robarles sus joyas y centenarios. Cuando terminé, me fui al periódico y le enseñé las fotos al director: le encantó la del perico. Al otro día, se publicó en primera plana, con un encabezado que decía: “El testigo del crimen”. Efectivamente, el perico fue el único testigo.

En el otro caso sucedió que una mujer mató a su esposo con el tacón de su zapatilla; lo clavó el tacón de aguja en el cráneo. Obvio, al escapar la mujer, se llevó consigo el “arma”. Sabiendo que no iban a publicar la foto del hombre ensangrentado, me fui a la delegación y conseguí una en vida de la víctima. Sin embargo, pensé que no sería suficiente.

Entonces se me ocurrió la idea de buscar una zapatilla para tomarle una foto. Agarré mi cámara y fui a una zapatería que estaba en la avenida Hidalgo, frente a la calle de Sombrereros, muy cerca de La Prensa. Le expliqué mi problema al dueño y le pedí que me permitiera tomar la imagen. Al otro día se publicó en la portada la imagen de la zapatilla, sostenida por el dueño del establecimiento. Le pusieron: “Arma peligrosa”.

Enrique Metinides muestra algunas de sus fotografías en periódicos extranjeros. (Foto: René Soto | MILENIO)

—Te preocupaste porque hubiera una narración para que el lector entendiera que esa era el arma homicida; tuviste que montar la imagen. ¿Te criticaron tus compañeros por hacer eso?

Al contrario, todo mundo me admiraba porque tenía ideas diferentes. Inclusive me mandaron llamar los directores de Excélsior, El Universal y Novedades para que me fuera a trabajar con ellos. Me ofrecieron el triple de lo que me pagaban en La Prensa, pero yo le tenía mucho cariño y no me quise ir.

—¿Nunca te gustó la idea de estar en esos otros periódicos, que son de mucha tradición?

No, porque en aquel momento La Prensa se vendía más que esos tres periódicos juntos. Mis fotos eran vistas en todo el mundo, cosa que me daba mucho ánimo. Yo conocí a muchos colegas de las agencias AP y la UPI, y ellos me decían que mis fotos se publicaban a diario en todo el mundo, lo mismo en Japón y China, que en Alemania y Estados Unidos. Lo malo es que iban sin crédito, porque las compraban al periódico. A mí no me daban ningún dinero extra.

—Tu estilo, que rehuía de lo sangriento, tiene un antecedente muy claro: las películas de gángsters. ¿Cómo nació tu afición por esos filmes?

Desde niño, a los siete, ocho años, vivía en la calle Vizcaínas, frente al Cine Teresa. Ahí me la pasaba viendo muchas películas de gángsters con persecuciones, tiroteos e incendios. Entonces yo me ilusioné con todo eso. Por ese tiempo, mi papá, que vendía productos fotográficos, me regaló una cámara. Lo que pasó es que yo quería tomar fotos similares a lo que había visto en las películas. Yo creo que por eso mi trabajo es famoso en Europa.

Recuerdo que, en uno de esos filmes, unos hombres extorsionaban al dueño de una vinatería. Llegaban tres gángsters de Al Capone y le decían: “Te avisamos que nos tienes que dar 500 dólares a la semana para que no te pase nada a ti ni a tu negocio”. Como el hombre no quiso darles nada, regresaron esa misma noche para ponerle una bomba en la puerta de la vinatería. Lo asesinan, destrozan el local e incendian el edificio.

Sin embargo, eso nunca se ve en la pantalla. El director da preferencia al público que está viendo el incendio. Sus caras se iluminan con las llamas. Eso se me metió mucho en la cabeza y entendí que los testigos, los que están viendo un accidente, también son importantes, ahí estaba el drama. Entonces retraté a muchos mirones.

Enrique Metinides muestra su colección de películas. (Foto: Jorge Carballo | MILENIO)

—Durante medio siglo prácticamente no descansaste. Fuiste incansable…

Desde que iba a la primaria se publicaban mis fotografías con mi nombre en la primera plana de La Prensa. Recuerdo que llegaba a la escuela y se las enseñaba a mis compañeros. A veces los maestros me agarraban de la mano y me llevaban con el director, pero para presumirme. Decían que tenían un alumno fotógrafo ¡y era un niño!

Yo trabajaba todos los días, inclusive en la madrugada. Ya había una orden en la Cruz Roja de que, si ocurría algún accidente, pasara una ambulancia a mi casa para que me llevara. Muchas veces estaba dormido y me despertaba el sonido de la sirena. Tomaba fotos exclusivas porque en ese entonces no había guardia nocturna de fotógrafos en ningún periódico.

Trabajaba todo el día y cada mes doblaba turno al menos 15 veces. O sea, casi no dormía. Aunque, eso sí, nunca me quedé dormido en ningún lado, me aguantaba. Cuando sí dormía, soñaba con todo lo que había visto y despertaba llorando.

Yo era el único fotógrafo enviado de la Cruz Roja, luego formé su oficina de prensa. Les daba fotos a todos los periódicos cuando no podían estar en el evento. Por mi culpa pusieron a trabajar a los fotógrafos en la Cruz Roja, inclusive en guardias nocturnas. Antes de eso, solo trabajaban de día. Conseguí tres ambulancias y nos íbamos a trabajar juntos. Diario veía accidentes de cientos de muertos. Además, todos los días iba al forense y veía cómo realizaban las autopsias. Me fui haciendo fuerte por ver tanta desgracia.

Cuando llegaba a un lugar, ocurría la mejor escena justo en ese momento, y eso está comprobado, pasaba muy seguido. Entonces tomaba la fotografía perfecta. Yo tomaba pocas fotos, pero bien tomadas. Lo que sí es que tenía mucha paciencia para tomar una buena imagen.

—Afirmas que para ti una buena fotografía es aquella en la que todos los elementos están presentes en una sola toma: el accidente, el mirón, el paramédico…

Tengo el caso de una señora que se fue a vender dulces al mercado Tacuba. Traía dos hijos, uno en la mano y otro en la espalda, en un rebozo. En un momento comenzó a pelear con otra comerciante que le reclamó que estaba vendiendo en el mismo lugar donde ella vendía. La mujer que venía con sus dos hijos sacó un cuchillo y mató a la otra.

En mi fotografía se ve en primer plano el cuerpo de la señora asesinada. Atrás del cadáver, parada, está la señora con sus niños. A un lado se ve el policía que la detuvo, que sostiene un cuchillo en la mano, y del otro lado está el ministerio público tomándole datos. También se ven como 40 mirones que presencian la escena. Todo en una sola foto: la víctima, la asesina, el arma, el policía, el ministerio público y los mirones.

Y de remate, por la persiana de una ventana, se están asomando algunas personas más. Esa era mi costumbre, que en una foto se viera todo. Si era un choque, se tenía que ver el choque, los heridos, los paramédicos, la gente…

—Algo que ya no se acostumbra mucho y que en tu caso era una regla, era editar desde la propia toma.

¡Claro! Te lo voy a poner todavía más claro: llegué a publicar dos fotografías de un mismo negativo. Una parte se publicó en la primera plana y la otra en la contra. Había tantos elementos que fue posible sacar dos imágenes diferentes.

En la imagen que aparece en la portada de mi libro El teatro de los hechos sucede lo mismo: se ven dentro de un auto los cadáveres de una muchacha y su bebé. Y por la ventanilla del coche, al fondo, se asoman tres hombres que los están viendo. Ese fragmento de la ventanilla rota, con tres rostros, con el drama y el horror de estar viendo la escena, es otra foto.

—Sé que un hermano tuyo trabajó en la Cruz Roja. Platícame de él…

Lo que pasa es que, a veces, en lugar de ir a la escuela, me iba a la Cruz Roja. Había días que me tardaba tanto que no llegaba ni a comer a la casa. Entonces mis papás mandaban a mi hermano Nicolás a buscarme, mientras yo andaba en accidentes. A los nueve años me subía a los carros de bomberos y a las ambulancias.

Mi hermano, que era diez años mayor que yo, averiguó que estaba en la Cruz Roja, cuando ésta estaba en la Colonia Roma, a media cuadra de Insurgentes. Entonces, iba por mi casi diario. El caso es que llegó un momento en que le gustó tanto el ambiente que se quedó como voluntario: manejaba una ambulancia.

—Los dos hermanos Metinides trabajando juntos…

Nos íbamos en la misma ambulancia a fotografiar y a recoger heridos. Desafortunadamente tuvo un accidente. Chocó con un camión que se le atravesó y sufrió unas heridas muy graves en el cráneo. Meses después le dio una embolia y murió de eso. Sentí feo, porque él entró a la Cruz Roja por mí.

—Después de trabajar más de 30 años en blanco y negro, ¿te gustó trabajar en color?

Siempre me gustaron ambas formas. Yo siempre traía en mi bolsillo lupas, lentillas y filtros amarillos y rojos. Según la escena que veía, utilizaba determinado filtro. Por ejemplo, cuando estaba en un lugar nevado donde había ocurrido un accidente de avión, utilizaba un filtro amarillo en una foto blanco y negro, porque eso resaltaba la nieve, las nubes y el humo de los incendios. En el color, lo mismo. Le metía filtros que nadie identificaba. Me decían: “Oye, ¿por qué te quedaron tan diferentes?” Yo respondía: “Oh, pues yo la busco, ¿no? Ja ja”.

—Platícame de esos concursos de fotografía que hacía La Prensa y algunos otros en los que participaste.

Entré a nueve concursos. Un día llegué al periódico y estaban haciendo muchas fotos, pero nadie me dijo nada. Yo entregué mi material y me fui. Después me encontré a un colega en la Cruz Roja, mientras hacíamos guardia; me habló de un concurso de la compañía Kodak. El premio era de 10 mil pesos de aquel tiempo y un diploma.

Entendí que no habían compartido la invitación en el periódico para que no me diera cuenta, porque ya había participado en nueve concursos y siempre había ganado el primer lugar. Me tenían un poco de envidia.

Entonces busqué en mis negativos, vi los requisitos, y de mi dinero mandé hacer las fotos bien hechas. Las enmarqué con un cartón especial que era un requisito para participar y las entregué. Gané el primer lugar, el diploma y los diez mil pesos.

—¿Y las envidias?

Se desbordaron. Te voy a contar un caso y eso va para todos aquellos que quieran trabajar de fotógrafos en un periódico. Si traes una buena imagen, no va a faltar el envidioso. Una vez, estaba ya dormido y recibí el aviso de un accidente en la carretera México-Querétaro, creo que en San Juan de los Lagos. Había chocado un camión de pasajeros contra un puente y había más de 30 muertos y muchos heridos. Me llevé la exclusiva porque era el único que estaba ahí.

Al otro día fui a trabajar otros casos y en la tarde llegué al periódico. En esa época todo fotógrafo era también laboratorista: imprimía, secaba y hasta redactaba los pies de foto. Las imágenes las poníamos en una mesa enorme, allí el editor seleccionaba qué imagen iría en cada página.

Entonces, como te digo, había hecho las fotos del accidente. Las dejé ya con mis datos y me fui a comer un par de quesadillas. Cuando regresé, vi que ya no estaban en la mesa. Las encontré rotas en el bote de la basura. Las volví a imprimir, las sequé, me las metí abajo de la camisa y las puse de nuevo en la mesa del editor. Me quedé allí para supervisar. En ese momento llegó el director y eligió mis fotos para que fueran en primera plana y en la contraportada.

—Ante esta situación, ¿nunca pensaste en renunciar al periódico?

Me aguanté tantas cosas que ni te imaginas, muchas veces lloré de coraje. Un día, mientras hacía guardia en la Cruz Roja, ocurrió un fuerte accidente. Como yo tenía que ir a otro lugar, le dije al conductor de la ambulancia que fuera a dejar el rollo a La Prensa. Cuando regresé, resultó que no lo encontraron, a pesar de que sí lo entregó. Pero no importa, mis fotografías eran muy publicadas. En 30 días, llegaba a publicar 40 portadas: 20 primeras planas y 20 contraportadas. Estoy reconocido como el segundo fotógrafo con más imágenes publicadas en La Prensa.

—¿Quién era el primero?

Nunca lo supe. Pregunté, pero nunca me dijeron. Sé que era un fotógrafo que estuvo en activo antes de que yo entrara.

—Siempre has comentado que los acontecimientos trágicos te siguen, incluso en tus vacaciones familiares. ¿Cuál ha sido el último evento trágico que has presenciado?

Aquí en el rumbo de mi casa, ha habido asaltos, balaceras, choques. Desde aquí llamo a la patrulla, a los bomberos y tomo fotos desde la azotea. Tengo un montón de casos tan solo de todo lo que ha ocurrido cerca de mi departamento.

Un día venía en una ambulancia junto con unos 15 fotógrafos. Yo venía adelante, junto al chofer, quien me preguntó qué ruta agarraba. Le dije: “Ve por el Viaducto, porque ahorita se va a caer un avión en la carretera de Toluca y por el Viaducto saldremos más rápido”.

Todos comenzaron a abuchearme y a chiflar, hasta me dieron manotazos en la cabeza. Y ya por el Viaducto, a la altura de la colonia Roma, nos hablaron por radio. Me dieron la indicación de que en las Truchas se había caído una avioneta y que había cinco heridos. Les dije: “Ya ven, ya se cayó el avión”. Me dieron pamba, no me creían. Esa vez llegamos antes que todos al lugar. Eso me pasó muchas veces, inclusive soñando. Yo lo adjudico a que todo el día estaba en lo mismo, como que lo presentía...

—En estos años te has dedicado a ordenar tu archivo fotográfico, a editar libros y a participar en exposiciones. ¿Eres un hombre feliz, Enrique?

Sí, además estoy muy contento. Tengo tres hijas, cinco nietos, dos bisnietas, convivo con todos, estoy muy contento de vivir.

AQ

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