Ahora que ocurrió lo que ocurrió en Verona con Plácido Domingo, en la que fue considerada “una de las veladas más humillantes para todo el sector artístico”, me llamó la atención una línea en el mensaje de la orquesta. “Merece más el público, que corre el riesgo de habituarse a la mediocridad”.
En las mismas palabras se da el respeto y la bofetada al público. Y es que la música clásica no debería ser como el futbol, en la que se aplaude el infructuoso esfuerzo o se condesciende con quien falla el tiro penal.
Alguna vez asistí a un concierto de piano. A mediados del tercer movimiento de Tchaikovski, el pianista se detuvo, desmemoriado. El director se aproximó velozmente con la partitura y le señaló la secuencia de notas. Mientras regresaba a su tarima, reanudó la dirección y comenzó a sonar de nuevo orquesta y piano. Quizás en un pasado hubiesen abucheado al pianista; quizás nuestras cortesías sientan que un abucheo es de mal gusto. Lo extraño fue que el público se conmovió más por la pifia y vergüenza del pianista que por el propio concierto, y quizás el pianista nunca recibió tan afectuosos aplausos.
La famosa aurea mediocritas no debería funcionar en las artes, y sin embargo funciona y hasta se celebra porque al menos es superior a lo inferior; y haciendo caso a la etimología de mediocre, tendría que ser un absurdo hablar de “mediocrísimo”.
A diferencia de lo que busca una orquesta como la de Verona, en muchas actividades se procura la mediocridad. Los editores, por ejemplo, se sienten más cómodos publicando una novela mediocre que una sublime, pues los lectores tienden a la mediocridad. Y con esto no ofendo a nadie, ni descubro nada nuevo: todo bulto es, en promedio, mediocre. Ocurre que a veces la mediocridad desciende de nivel.
En este rubro, seguramente la clasificación de los seres humanos no sigue una curva normal. José Ingenieros dice que “el hombre mediocre es justo-medio sin sospecharlo. Lo es por naturaleza, no por opinión; por carácter, no por accidente. En todo minuto de su vida, y en cualquier estado de ánimo será siempre mediocre… Su criterio carece de iniciativas… Sus entusiasmos son oficiales… Es por esencia imitativo y está perfectamente adaptado para vivir en rebaño”. Agrega que el mediocre piensa con cabeza ajena y es incapaz de formarse ideales propios.
Bajo esa lente, puede suponerse que el hombre mediocre no está capacitado para reconocerse como mediocre; percibe su tibieza vital, mal gusto, rusticidad y apatía como atributos. El mediocre de cepa dice con imperio cosas como: “No pude pasar del primer capítulo de Don Quijote”. Ingenieros lo pone así: “La vulgaridad es el blasón de los hombres ensoberbecidos de su mediocridad”.
AQ