En su reciente libro La lectura y la sospecha. Ensayos sobre creatividad y vida intelectual (Cal y arena, 2019), el poeta y ensayista Armando González Torres, como lo anuncia el subtítulo, se acerca a temas como la significación del genio y el papel del crítico, así como el papel de la contracultura y la bohemia en el proceso de creación de la obra. En la siguiente conversación, profundiza en estos asuntos.
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—¿Crees, como Harold Bloom, que aún existen los genios?
Creo que la inspiración es un gran enigma y precisamente este libro trata de indagar en ese misterio. Sin duda creo que la creación no puede ser meramente programada, pero también creo que existe este prodigio de la creación que se complementa con muchísima disciplina. Si indagamos en los rituales creativos de la mayoría de los creadores eminentes, no solo en literatura y en las artes, sino también en la arquitectura y en las matemáticas, te das cuenta que existe este halo de inspiración, pero al mismo tiempo hay jornadas casi monacales de la mayoría de estos creadores, aun en aquellos que desde un punto de vista más popular suelen ser identificados con la bohemia.
Pero en cuanto a esta noción de genio de Harold Bloom, la entiendo también en el sentido de una tradición creativa que escapa a sus moldes circunstanciales. Creo en ese sentido que el genio es alguien que logra escapar a ese círculo de la temporalidad. Lo más importante del concepto de genio de Harold Bloom es que él dialoga y conoce su tiempo, pero en realidad está dialogando y peleando, a menudo cometiendo parricidio con sus antecesores.
—Aceptamos entonces que hay genios desde esa perspectiva, pero en nuestros días, por la democratización extrema, parece que se exige que o todos somos genios o no los hay.
Es algo muy interesante. Estas nociones como la de genio son totalmente contrarias a la tendencia de una democratización entre comillas. Más bien hablaría de una nivelación de la gran creación artística y que tiene mucho que ver con estas tendencias en la academia contemporánea, especialmente en la norteamericana, que Harold Bloom llama “las escuelas del resentimiento”. Por ejemplo, los llamados estudios coloniales hacen una historia y una geografía de la afrenta y el resentimiento donde los estudios literarios van mucho más dirigidos hacia trabajos de victimización y de revancha que a trabajos de apreciación literaria. Mi libro se llama La lectura y la sospecha porque creo que una de las actitudes que priva en la academia y los estudios artísticos contemporáneos es precisamente la sospecha. La sospecha ante la noción de genio; la sospecha ante la noción de grandeza literaria; la sospecha ante la noción de vocación; la sospecha ante la excepcionalidad misma de las artes.
—Dentro de las tipologías que propones está la pareja del iluminado y el sabio. Hablas de que admiras a algunos iluminados, pero parece que ahora eso es lo que se creen la mayoría de los escritores. Consideran que con un golpe de genio van a crear una gran obra, mientras el sabio se esfuerza.
Exacto. En algunos creadores contemporáneos podemos ver estos dos personajes que conviven. Por un lado, el iluminado que cree que con su simple aura va a generar arte; y, por el otro, el sabio que sabe que se requiere de la disciplina y el trabajo. Pienso en creadores como Demian Hirst, que al mismo tiempo tiene trabajos prodigiosos, que denotan años de disciplina, pero también momentos de franca charlatanería. Creo que muchos autores contemporáneos caen en eso; pienso en Murakami, un autor riguroso en sus primeros libros, que después se volvió complaciente. En fin, en todas las disciplinas podemos encontrar este contraste, porque además creo que los incentivos del mundo artístico contemporáneo son incentivos de los que el creador no se libra y no se encuentra a salvo en ningún momento. Se requiere de una gran voluntad para apartarse de la vida social, de la farándula artística, y obtener tiempo y disciplina para tu trabajo. Eso es como ser parte de una secta religiosa.
LVC