Si hay algo de lo que Laura García está segura es de que las palabras son lo que comunican y la historia que cuentan. Atrás de cada una hay algo más que un trazo. En su libro Funderelele y más hallazgos de la lengua (Planeta), la escritora y conductora de televisión hace algo más que un recuento de términos extraños y olvidados: nos invita a pensar en la forma que nos relacionamos con el lenguaje.
¿Un libro como Funderelele solo se puede escribir a partir de un amor profundo al lenguaje?
En mi caso, es un amor nacido a partir de la observación, el estudio y la compañía consciente. Las palabras las usamos todos, pero cuando damos un paso más y las observamos de otra manera a fin de ir más allá de los trazos que las componen, descubrimos que tienen sonoridad, historia y, en el caso del libro, un ejercicio de memoria vinculado a la forma en que aparecieron en tu vida.
Según tu libro, utilizamos alrededor de 300 palabras; George Steiner es más radical y dice que utilizamos menos de 100.
La cantidad de palabras depende del contexto en el que te mueves. En cualquier caso, nuestra pobreza de lenguaje se debe a que usamos genéricos. Nos hemos vuelto muy flojos a la hora de nombrar las cosas. Si te digo dame “aquello” sin precisar, probablemente sabrás a qué me refiero. Preferimos decir “me dieron flores” y no especificar la especie. Por eso, en lugar de decir cuchara para servir los helados, se me hacía más divertido e interesante decir “funderelele”.
Si tenemos un lenguaje pobre, ¿tenemos una pobre visión de nuestra realidad?
Para Mardonio Carballo cada vez que se extingue una lengua indígena se acaba una manera de nombrar el amor. Las lenguas son reflejo social de una forma de entender la vida o el mundo. Por medio del lenguaje conocemos una cultura. En la medida en que restringimos esa riqueza también acotamos nuestro cerebro y amplitud de mundo.
Vivimos una época donde hay más canales de comunicación, pero paradójicamente nuestro lenguaje es más limitado.
Vivimos un momento de cambio y saturación visual, auditiva e informativa. Cada vez nos cuesta más concentrarnos en algo. A la vez, nuestro cerebro está aprendiendo a hacer cosas simultáneamente. No sé qué consecuencias traerá esto porque estamos en plena evolución. En el caso del lenguaje, hemos pisado el acelerador. Las redes sociales e internet han propiciado que una generación lingüística dure menos. Los usuarios de internet inventan una palabra y si gusta puede llegar al diccionario. Lejos de asustarme o apanicarme, prefiero observar cómo se acopla con el lenguaje.
¿Por qué las academias de la lengua se espantan con los neologismos?
La función de la Academia es normativa y me parece importante que exista una institución que defienda las normas gramaticales y el uso de la lengua. Es lógico que se espante porque antes tenía más injerencia en el idioma: discutía para definir qué pasa con términos como, por ejemplo, “huachicolero”. En cambio, ahora, cuando apenas están separando la silla de la mesa para sentarse, los hablantes ya hemos decidido qué hacer. Cuando la Ciudad de México cambió de estatus político hubo que definir un gentilicio y resultó que desde hacía años la Academia Mexicana de la Lengua lo había establecido: “mexiqueño”. Sabemos que está en el diccionario y que tiene una razón de ser pero nadie lo usa. Estoy segura de que esa palabra terminará en el olvido y tendrá que surgir otra. A la Academia le corresponde hacer el esfuerzo por mantener las normas, aunque debe ser consciente de que será el hablante quien determine la evolución del idioma. Actualmente, hay instituciones como la Fundación del Español Urgente (Fundeu) que dan una mejor respuesta. Al final, todo se complementa.
¿El lenguaje se globaliza tanto como la economía?
Sí, y la entrada de extranjerismos tampoco me preocupa. Siempre han existido y son consecuencia del roce entre lenguas. Gracias a internet, las fronteras físicas ya están superadas. Mientras seamos conscientes de que hay equivalentes en español para decir ciertas cosas, está bien; el asunto es ese conocer y decidir en un acto de libertad y no por ignorancia.
¿La pobreza en el lenguaje de los políticos o de los medios refleja la crisis que vivimos?
En el caso de los políticos, creo que están tan atemorizados por meter la pata que se van a lo seguro. Utilizan palabras rimbombantes o lugares comunes para marear al interlocutor. Por ir a la zona de confort lingüística hacen cosas raras y cometen errores muy torpes. Los medios de comunicación están dejando de lado a los periodistas de gremio y oficio, a aquel que lee y escribe mucho. Abundan los improvisados que van a la nota fácil y al copy page. Estamos viendo las consecuencias de menospreciar a la profesión. Eliminaron a los correctores de estilo por economizar y tenemos periódicos con una cantidad de faltas de ortografía que no habíamos visto nunca.