Quiero creer que cuando Pedro Lemebel escribió su Manifiesto (hablo por mi diferencia) (1986) ya anticipaba lo que se venía para el mundo. Sabía que muchos niños iban a nacer con una alita rota y por eso decía:
Y yo quiero que vuelen compañero
Que su revolución
Les dé un pedazo de cielo rojo
Para que puedan volar.
Y hablaba de una revolución y de su rechazo pero sabemos que hablaba de todas las revoluciones y todos los rechazos. Y explicaba el dolor de su época pero también se refería a esta, la nuestra. Porque el futuro está ahora y lo palpamos. Muchas ya vemos lo que va a pasarnos, lo observamos en nuestras madres y nuestras abuelas. En las amigas y en las mamás de las amigas. Lo vemos en las que ya no están y en las que no regresan.
Cuando imaginamos el futuro, sabemos que es nuestro, pero nadie nos preguntó si lo queríamos, nos tendieron la trampa sobre que la toma de decisiones era una cosa individualísima y no un mamotreto preconcebido incluso antes de que naciéramos. Por eso me aferro a la idea de que Lemebel ya sabía y me hago la que sé y ando firme en mis pasos ya hipotecados. Y me aferro no por necia, sino por desesperanzada.
Porque cuando aceptamos que no es la esperanza sino la supervivencia lo que nos une a la de al lado y a la de enfrente, sabemos que somos la de atrás y eso nos da una liviandad que se acompaña de una capacidad por ver donde alguna vez estuvimos y estuvieron otras personas. Como la infancia que observa e imita, articula y representa para después nombrar lo que es. Lo que se es, fue y será. Al mismo tiempo.
No es el progreso, ni el desarrollo, ni la búsqueda de la felicidad, sino la carencia la que hace que se transforme el mundo que habitamos. A partir de la carencia de esperanza, de medios, de sueños y de expectativas, es que la incomodidad de ser lo que se es/ lo que hay, se nos presenta como la oportunidad de movilizarnos. Como los bebés que quieren un juguete y gatean para alcanzarlo. O cuando lloran porque la caca o porque el hambre. No es en la sonrisa que fotografían y desean inmortalizar sus padres en donde aprenden a sobrevivir, sino en la necesidad. Los infantes no saben de esperanza, sino de supervivencia.
Por eso cuando Lemebel decía:
Hablo de ternura compañero
Usted no sabe
Cómo cuesta encontrar el amor
En estas condiciones
Yo me aferro porque sé que el poeta hablaba por su diferencia, pero también por la mía y la de mis compañeras que ya sabemos que no tendremos pensiones y que seguiremos viendo cómo se ríen de nuestros derechos y exigencias y nos restriegan en la cara un futuro que no pedimos, que no queremos y que no necesitamos.
Son nuestras carencias, compañero, les diría a todos los compañeros. Las carencias son las que hacen que nos aferremos a la ternura y al movimiento. Porque sabemos que las pandemias, los feminicidios y la pobreza son el futuro que se imaginan todos. Lo que queda es la ternura, compañero, ese es nuestro manifiesto, el futuro manifiesto.
AQ | ÁSS